Philippe Adamoff

Con once años descubrio Adamoff los tebeos, atraído por los trazos de autores como Jijé, Foster o Cuvelier. Bastó eso para impulsarlo a estudiar arte y se formó como artista en la École Estienne parisina, aunque donde aprendió más fue en los Studios René Laloux, trabajando como animador (trabajó en la producción Gandahar, del historietista Caza). También fue ilustrador de libros, sobre todo de ciencia ficción, un género que le apasionaba, y dibujó algunas historietas durante los sesenta, un periodo en el que se sintió enormemente influido por Moebius.

Tras pasar un tiempo en el final de los setenta dibujando ilustración y portadas de libros de ciencia ficción para diferentes editores, en 1979 fue reclamado para dibujar la serie Ulises 31, de fuerte inspiración nipona, al menos en el planteamiento estético, y luego para una serie de historieta en la revista Okapi (sobre guion de Serge Saint-Michel), que fue donde le conoció Henri Filippini, el editor que le llevó a Glénat. Su estilo de dibujo se había afinado convenientemente y era capaz de recordar a Moebius trabajando en un registro muy fiel a la realidad, así que cuando le conoció el guionista Patrick Cothias, en seguida le sedujo. Juntos trabajarían durante una década en la revista Vécu en la serie Le Vent des Dieux, una saga de samuráis que cosechó muchos seguidores. Aún mayor reconocimiento tendría la serie Les Eaux de Mortelune, serie de ciencia ficción que desarrolló simultáneamente con la anterior insistiendo en su peculiar barroquismo a la hora de dibujar, que fue incrementando su legión de fans. Ambas series las desarrolló simultáneamente, entregando un álbum de cada una de ellas cada dos años.

Interesado por dar forma a sus propios guiones, Adamoff creó en 1992 Dayak, una serie basada en una idea del director editorial de Glénat, J. C. Camano, también de ciencia ficción pero esta vez ambientada en África. Y con el reputado guionista Jean Dufaux abordaría en 1999 otra magna obra, L’Impératrice Rouge, obra distópica sobre un comunismo decadente que suponemos que le permitió restañar alguna deuda familiar (su padre procedía de una familia desplazada hacia Occidente por la Revolución Rusa). Al inicio de esa saga ya había terminado el ciclo de Le Vent des Dieux, que concluyó en 1995, y Les Eaux de Mortelune (el último álbum es del año 2000 pero lo terminó antes) y ahora barajó nuevas posibilidades de trabajo. Aceptó por entonces colaborar en un álbum de Jessica Blandy y luego inició otra saga de ciencia ficción titulada La Malédiction de Zener, sobre guion de Jean-Christophe Grangé. Se trataba esta vez de una ucronía, ambientada tras Mayo del 68 y con elementos parapsicológicos en un contexto de Guerra Fría. Esta obra le mantuvo ocupado hasta el año 2009 y, tras un periodo de impasse volvió con el gran Dufaux a otro relato distópico apasionante, Dakota, serie también desarrollada en Glénat y que nos transportó a un mundo de superhéroes y segregacionismo. Hasta 2016 estuvo trabajando en esta serie, solo interrumpida por alguna colaboración extraordinaria (como la que hizo en uno de los álbumes de cómic de El Principito, en el año 2012).

Después de 2016, desencantado con la industria del cómic debido a la crisis en la que había entrado (como todo el entretenimiento después del año 2008), no volvió a dibujar más historietas. Se mudó desde Solingen (la ciudad alemana en la que había estado afincado y trabajando durante décadas) al sur de Francia, a Gard, y allí le encontró la muerte en febrero de 2020.