ALFONS FIGUERAS. UN GRAN AUTOR, UN GENIO
SALVADOR VÁZQUEZ DE PARGA

Resumen / Abstract:
Notas: Texto de Salvador Vázquez de Parga publicado en 1985 en el libro antológico ALFONS FIGUERAS editado por el sello Classic Cómics Edicions, pp. 5-9 y 36-39. Por tratarse de un buen estudio biográfico y estilístico, se recoge aquí en memoria del autor Figueras y también como homenaje a la inmensa labor teórica de Vázquez de Parga. Ambos lo exigían. Se ha adoptado un título para el documento pues el escrito original fue dividido en dos y no llevó título global. Sobre el texto se ha practicado una leve corrección de estilo y, para esta edición, se han utilizado las imágenes impresas, bien que con pies nuevos comentándolas.

ALFONS FIGUERAS. UN GRAN AUTOR, UN GENIO.

NACE UN GRAN AUTOR

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Imagen que encabezaba esta sección. Se trata de una autocaricatura de Figueras publicada en una sección para aprender a dibujar en la revista Nicolás.

Es poco frecuente que las mentes más despiertas, los genios, sean reconocidos multitudinariamente como tales en su tiempo y en su país. Alfonso Figueras posee sin duda una de las mentes más preclaras del mundo de los cómics españoles, y ello ha contribuido de algún modo a que hasta el momento no haya obtenido un éxito clamoroso de público, aunque nunca le ha faltado un grupo cada vez más numeroso de leales admiradores. Y es que Figueras, a sus 62 años (nació en Vilanova i la Geltrú el 15 de octubre de 1922), tras 45 de dedicación a la historieta, sigue fiel a unas ideas, sigue fiel a su propia personalidad, fraguada en los años de su primera juventud, sin doblegarse a las modas ni a las cambiantes circunstancias de cada momento, que dirigen el aplauso de las multitudes en determinado sentido.


Alfonso Figueras adquirió en su adolescencia un gusto desmesurado por la ficción, por cierto tipo de ficción que en aquellos años estaba al alcance de su mano: el cine de los grandes cómicos de Hollywood, las historietas humorísticas norteamericanas, la desenfrenada fantasía de los novelistas populares de ambos lados del Atlántico, el terror, la ciencia ficción fantástica, y con esos elementos fue elaborando un universo personal en el que llegó a sumergir su mente íntegramente para imaginar aventuras, fantasías, gags, que en cualquier caso exteriorizaban la contraposición entre ese mundo ideal y la realidad externa, porque indudablemente en el planeta figueriano, al compás de las vicisitudes de su existencia, se iba construyendo otra realidad, una realidad imaginada, disconforme de sus diferencias con el exterior.

 Inmediatamente después de la guerra y con la inmadurez y la ilusión por todo bagaje, ingresó Figueras en la entonces naciente editorial Bruguera, sucesora posbélica de El Gato Negro, que en los últimos años había publicado tebeos maravillosos -Aventuras, Camaradas, Shirley Temple- que emocionaron a cientos de lectores gracias a la destreza de Salvador Mestres. Figueras prefería las aventuras americanas, pero admiraba igualmente a los maestros españoles de los años 30, a Cabrero Arnal, a Jaime Tomás, a Arturo Moreno, a Salvador Mestres, y leía, cuando podía permitírselo, además de Aventurero, Yumbo o La revista de Tim Tyler, el Pocholo, KKO, Cine-Aventuras y todas aquellas publicaciones españolas pioneras del auténtico cómic en el país, que ya habían conseguido no solo acostumbrar el gusto del público a las narraciones gráficas, sino también preparar un importante núcleo de meritorios cultivadores del medio, cuyas carreras se vieron interrumpidas, cuando no desgraciadamente truncadas, por el decurso de la guerra.

 
Figueras pues, en Bruguera, llevado de su entusiasmo juvenil, empezó realizando pequeñas historietas de cuatro viñetas, protagonizadas por famosos artistas de la pantalla, pero su inexperiencia se dejó pronto notar y fue enseguida relegado a los trabajos mecánicos de la imprenta. Lógicamente este incidente no desanimó al futuro gran artista. Al contrario, le empujó a depurar su autoaprendizaje, a fijarse más en lo que veía, a seguir trabajando para llegar a su objetivo. Fruto de este empeño fueron unos pocos cuadernos de aventuras fantásticas realizados en un rudimentario estilo realista -irreconocible hoy como propio de su autor- rechazados unos por la Hispano Americana de Ediciones, publicados otros por la editorial Marco con los títulos de Jaime Bazán y César el hombre relámpago.

Pero Alfonso Figueras era consciente de que sus aficiones, sus obsesiones, no bastaban todavía para llenar su vida, de que le faltaba aún recorrer un largo camino para llegar a la meta deseada. Con el fin de conseguirlo, efectuaba trabajos que además de ilusionarle contribuían a ampliar y consolidar ese mundo ideal que se empezaba a forjar. Primero diseñó plantillas publicitarias para películas de Metro Goldwyn Mayer y de RKO, seguidamente ingresó en los estudios de dibujos animados Hispano Graphic Films, de Baguñá Hermanos, soñando con emular a Fleischer y a Disney; finalmente, en 1943, actuó como ayudante de Salvador Mestres para la realización de las series de cuadernos de Pinocho, Caperucita Encarnada y Pulgarcito que publicaba la editorial Bruguera. Con Mestres no permaneció mucho tiempo, sólo el suficiente para finalizar las tres series de forma rápida y casi esquemática, pasando a tinta los dibujos del maestro, diseñando lo que éste entintaría después o incluso dibujando completamente algunas de las páginas, lo que no deja de detectarse en el resultado, porque Figueras asimiló plenamente las enseñanzas de Salvador Mestres, que nunca olvidaría, pero no su estilo característico.

JAIME BAZAN (MARCO, 1940) 5

Portada de uno de los tebeos de Jaime Bazán, perteneciente a la línea Gran Colección de Aventuras Gráficas, de Marco. Se reproduce la imagen tal y como se ofreció y, sobre estas líneas, la imagen en color, que remite a su ficha en Tebeosfera.


En 1944 debutó Figueras en Hispano Americana de Ediciones, la casa editorial ya casi legendaria que introdujo en España los cómics norteamericanos de aventuras. A partir de ese año, la editorial Hispano Americana intentaba continuar, a través de Leyendas Infantiles, el camino iniciado antes de la guerra con Aventurero y Yumbo. Figueras era uno de los encargados de calcar en papel cebolla las planchas de los grandes autores americanos que llegaban coloreadas y no podían así reproducirse directamente con la técnica entonces empleada; dibujaba también para esas mismas aventuras algunas viñetas de enlace entre los distintos episodios. Ciertamente este trabajo le brindó la oportunidad de ver publicados sus dibujos, pues en ocasiones se precisaban, por razones de ajuste de páginas, pequeñas ilustraciones o breves historietas, y frecuentemente se encomendaba su confección a Alfonso Figueras. Gracias a esto, fue él quien ofreció a los lectores de Leyendas la primera imagen del rostro de Alex Raymond que se publicaba en España; no en vano era entonces uno de los más fervientes admiradores del creador de Flash Gordon. Pero fue sobre todo a partir del n.° 136 de la revista cuando la firma de Figueras apareció con cierta regularidad, completando la última página del semanario -donde desde el principio se había aposentado el Tarzán de Hogarth- con una breve historieta humorística que apuntaba el futuro estilo gráfico de su autor, inspirado en los primitivos historietistas norteamericanos. No obstante, Figueras aspiraba aún a emular a los grandes dibujantes realistas, y las páginas de Leyendas dieron también testimonio de su esfuerzo por conseguirlo en diversas ilustraciones para los relatos escritos que allí se publicaban.

A pesar de todo, los tímidos principios de Alfonso Figueras en el mundo de los cómics discurrieron aún por la vía del humor, que le brindaba, por la brevedad, mayores oportunidades de publicación. Entre 1946 y 1947 vio reproducidas en Chicos -que estaba sirviendo de trampolín a toda una generación de admirables historietistas barceloneses-, hasta diez de sus creaciones, siete de las cuales ponían en juego a un extraño personaje que preconizaba lo que sería el espíritu de Figueras, ese mundo ideal en que centraría lo mejor de su obra. Mysto, que así se llamaba el personaje, aparecía por primera vez volando por los aires con alas de libélula mientras contemplaba el paisaje y glosaba las excelencias del vuelo; en la siguiente entrega aterrizaba junto a un rótulo con la leyenda «País Raro», y ya entonces le ocurrían cosas totalmente absurdas que, en aquellos años, lo separaban radicalmente de cualquier otro personaje de historieta para colocarlo de lleno en el terreno del nonsense. Algo en Figueras comenzaba a ser distinto, aunque sus dibujos lo denunciaran aún abiertamente como principiante en la materia.

Su atracción por la historieta realista, sin embargo, por las dislocadas aventuras de héroes fabulosos enfrentándose a malvados de folletín, le proporcionó una innegable experiencia para el rápido desarrollo de su estilo gráfico.

Al margen de las iniciales tentativas juveniles, fue Kaor el primer héroe aventurero de grafismo realista, imaginado en 1945 por Figueras, aún bajo el influjo estilista de Salvador Mestres. Era Kaor un justiciero enmascarado que sin excesiva espectacularidad resolvió un robo de piedras preciosas en dos páginas del Almanaque de Leyendas para 1946, y que reapareció milagrosamente en el n.° 4 de la segunda época de Chiquitito en una aventura totalmente distinta, repleta de acción y movimiento, salvajemente destrozada por un montaje que comprimía en cuatro páginas lo que había sido concebido para al menos 15. A pesar de ello, en esta segunda historia de Kaor, apodado ahora «Detective sin armas», realizada tan sólo un año después de la anterior, se detectaba un cambio radical en el modo de concebir el cómic, basado ahora en el movimiento continuo y en un realismo mucho menos formalista que acudía a menudo a la caricatura. Y la caricatura realista, en lo gráfico y en lo argumental, fue precisamente lo que inspiró la siguiente producción figueriana, Mister Radar. Y es que Figueras era y sigue siendo un humorista nato que en ningún momento puede prescindir de su colosal sentido de la ironía, de su visión satírica del mundo, que incluye la de su propio mundo interior. Mr. Radar era también un justiciero enmascarado, un paradigma de los justicieros enmascarados del cómic, a quien una sola página bastaba para desarticular malvados complots y poner fuera de combate a la más nutrida banda de criminales a base de golpes, carreras, puñetazos o puntapiés, sin usar jamás los dos revólveres que colgaban de sus caderas, porque en eso consistía la caricatura de Mr. Radar, en una fabulosa parodia de la caza de malhechores, propiciada por el conocido aforismo «el criminal nunca gana», aplicada a personajes misteriosos, a asesinos sin piedad, a científicos maquiavélicos o a gángsteres elegantísimos. Mr. Radar era acción trepidante, movimiento sin fin, en situaciones conscientemente exageradas que cargaban en el dibujo toda la fuerza narrativa, utilizando hábilmente los procedimientos que brindaba el medio, aprendidos a menudo de los primeros episodios de The Spirit, con especial cuidado de la iluminación basada en los contrastes blanquinegros. Desgraciadamente los sueños freudianos de un lector moralizante -que veía fantasmas en el trasero de Mr. Radar- pusieron fin a la serie tras 11 entregas que habían aparecido en El Coyote, dando forma definitiva a una idea anterior, concretada en dos páginas de ensayo rescatadas en 1981 por la revista Cairo.

También El Coyote acogió a continuación a El Hombre Eléctrico en una historia seriada de nueve páginas, sin duda menos interesante que la precedente, puesto que en ella Figueras, abordando el tema fantacientífico del sabio mutante, pretendió incrementar el realismo de sus dibujos fantásticos -bólidos, reactores, helicópteros gigantes, catástrofes ferroviarias- en detrimento de la espontaneidad.

Aún en 1947, elaboró Alfonso Figueras cuatro cuadernos de aventuras para la editorial Toray, que iban a encabezar una nueva serie denominada La muerte a la izquierda, porque en ella aparecía al lado izquierdo de quienes iban a morir una suave bruma que paulatinamente se convertía en nubecilla con forma de calavera. Parece que la estrecha mentalidad censora de aquellos años no compaginaba con la desbordante fantasía de Alfonso Figueras y la serie fue prohibida por excesivamente siniestra y violenta, permaneciendo todavía inédita.

Las incidencias y resultados de la experiencia realista y de las colaboraciones en la editorial Molino para los Cuentos de Marujita y el suplemento de la Biblioteca Oro, convencieron a Alfonso Figueras de que su auténtica vocación discurría por el camino del cómic humorístico, que sus obsesiones y aficiones podían expresarse también, quizá mejor, mediante la historieta cómica, y desde 1948 raramente abandonó esta especialidad. Fue entonces cuando comenzó la época más fructífera de Alfonso Figueras, dedicado de lleno al cómic de humor, perfeccionando paulatinamente su estilo gráfico y su forma de expresión y manifestando más sensiblemente sus ironías y sus emociones, en las que apuntaban ya decididamente los elementos integrantes de un universo personal coherente.

 
Alredecor de 1950 proliferaron en España las revistas de historietas humorísticas. Chispa, KKO, Pocholo, Garabatos, El Globo, El Globito, Historietas, Cubilete, Estrellita, PBT, Trampolín, El DDT, Nicolás, son nombres que nacieron o renacieron en aquellos años, muchos de ellos para desaparecer al poco tiempo. Incluso Chicos, arrastrada por los circunstanciales gustos del público, hubo de convertirse en una revista esencialmente humorística, aunque conservara una mínima parte de su tradición aventurera. Se abrió de este modo ante Alfonso Figueras un amplio panorama de posibilidades para desarrollar su ingenio e impartir su sabia ironía, a la vez que propagaba su nombre. Figueras no desperdició la ocasión, y gran parte de las revistas mencionadas fueron testigos de los progresos y de los logros de un maestro, y contribuyeron inconscientemente a la eclosión de un auténtico genio del humor y de los cómics. Koruko, Diavolo Tallerini, Napulión Chiquito, Mr. Hyde, Quiteria, Sopera-Man, Inocencio Pifa, Pistolini Lupo, Capitán Kidd, César y Cleopatro, Tonty, Disko, Bombo, Rubín Ruud, son algunas de sus creaciones de aquellos años, cuyos nombres evocan por sí solos la herencia popular del pasado, los mitos aventureros y fantásticos de toda una generación. Superhombres, payasos, policías, monstruos, infelices ciudadanos, detectives, genios, niños, piratas, se movían en las historietas de Figueras en una continua fiesta de gags visuales, de frases hechas, de disparate continuo. Y sobre todos ellos, quizá por su mayor longevidad, se colocaron rápidamente Gummo y Loony.


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Una de las muchas historietas de Alfons Figueras publicadas sin asignación a serie, pero con el personaje prototípico que luego poblaría sus historietas futuras.

Gummo era un hombrecillo bajo, vestido de negro, con el ceño eternamente fruncido, ojos de hipnotizador, nutrido bigote y una aguda barbita, que comenzó su carrera de papel en 1949 como director de un circo. Gorila Circus era el título de sus primeras historietas, pero Gummo no podía permanecer sujeto a los escenarios circenses y al poco tiempo todas sus apariciones se encabezaban con su nombre que, en homenaje al cine de antaño, era el mismo que el del quinto hermano Marx. Gummo se convirtió en seguida en una especie de prototipo del ciudadano medio, sin filiación ni pasado, cuyo único cometido era el de ser sujeto de un gag. De este modo, Gummo fue pintor, cazador, pescador, juerguista, futbolista, esquiador, torero, nadador, inventor, vendedor ambulante, etc., pero, en un momento dado, comenzó a tener una doble vida: por una parte, seguía protagonizando inocentes gags absurdos o intrascendentes, por otra, en historietas más largas, encarnaba a los mitos obsesivos de su creador. Gummo entonces imitó a Tarzán, se vistió de policía montado del Canadá, luchó contra el Vampiro Verde, se trasladó a la Edad de Piedra, se disfrazó de hada, buscó un tesoro pirata e incluso por un momento se convirtió en Superman, en una memorable historia registrada por el «Tonto Sindícate Inc. -1951- Barcelona, Spain ¡Pain!». Y finalmente Gummo se fue a la guerra. Gummo de este modo, sin saberlo, marcó definitivamente en la obra de su autor una bifurcación característica que había apuntado tímidamente en anteriores ocasiones. Porque ya entonces Figueras cultivaba dos tipos de historietas claramente diferenciados: en unas, de trazo rápido y desnudo, generalmente breves, buscaba sólo la efectividad humorística del gag, destacando la ocurrencia graciosa; en otras, dejaba volar su fantasía, acudía a los recursos internos de su imaginación para presentar, con dibujo cuidado y detallista, de líneas precisas y perfectamente planificadas, una parte de sus ilusiones de eterno adolescente que le acercaban a sus mitos más queridos. Y esta segunda faceta, luminosa y espectacular, que había iniciado con Pistolini Lupo, con Capitán Kidd, con El sheriff Martínez y sobre todo con Rubín Ruud, plasmó definitivamente en las historietas largas de Gummo. Con ellas y durante cuatro años Figueras alcanzó uno de los puntos culminantes de su carrera, porque allí se materializaron claramente por primera vez los gustos, las obsesiones y el universo particular de su creador, que había de sublimar en la última etapa de su larga trayectoria.

Loony convivió un tiempo con Gummo y curiosamente no se afilió a ninguna de las dos tendencias aludidas. Loony era un marinero que semana tras semana, durante cuatro años a partir de 1951, se paseó por las páginas de Nicolás, la revista que, tras la desaparición de Chicos en 1952, iba a aportar un nuevo matiz al estilo y a la obra de Figueras. Porque con el tiempo, al intensificarse las colaboraciones de éste para las ediciones Clíper (editora de Nicolás), Loony consiguió una equilibrada simbiosis de las dos tendencias anteriores. Y no sólo a Loony -raro espécimen de marinero amante de la libertad y dinamitador de la autoridad, de ingenuos rasgos remotamente semejantes a los de su autor- debe atribuirse tan trascendente modificación, contribuyeron también a ella Hércules Puput, el candido detective predestinado a ocupar el lugar de sus perseguidos, Patoflor, el Gordito Atómico y otros muchos personajes de Nicolás, víctimas de un período de superproducción historietística de su creador, que conformó entonces el estilo gráfico a las necesidades derivadas del constante fluir de sus ideas sin sacrificar ni un ápice del contenido de éstas. La guerra entonces siguió siendo uno de los temas preferidos de Figueras y las hazañas bélicas de Gummo se sustituyeron por ¡Qué Guerra!, con similares ejércitos y parecidas ideas inocentemente destructoras, mediante una de las sátiras más corrosivas del cómic español que continuaría en términos análogos con la serie Cine Locuras.

 
Tras la desaparición de Nicolás en 1955, Figueras se dedicó casi exclusivamente, ampliándolas, a las colaboraciones que poco antes había comenzado en el nuevo Yumbo. Las breves apariciones de El rey Bobito y Pepito pájaro rayo deben considerarse una rememoración infantil de El pequeño rey, de Otto Soglow, y El Pájaro Loco, de los dibujos animados de Walter Lantz, con la siempre característica huella de su autor. Pipo y Teka, en cambio, fue una especie de prolongación de los gags de Loony, enfrentando a dos pequeños payasos con el director de un circo, mientras Pancho Colate revelaba las inquietantes y extrañas aventuras del protagonista perseguido por la sombra del siniestro Doctor Misterio, traduciendo ambas, al nivel infantil que requería la revista, las dos vertientes de la mitología clásica figueriana.

Y en 1957 Alfonso Figueras marchó a Venezuela y provisionalmente se apartó del mundo de los cómics. La realización de películas publicitarias ocupó allí gran parte de su tiempo hasta 1964.

 

LA MADUREZ DE UN GENIO

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Imagen que encabezaba esta sección. Se trata de una autocaricatura que Figueras realizó para un lanzamiento especial de la revista teórica y con historietas Bang! que nunca llegó a ver la luz.

En 1964 Alfonso Figueras volvió con las ilusiones intactas después de vivir su aventura americana. A su regreso, permaneció algún tiempo con su antiguo amigo y compañero de expedición Ángel Puigmiquel en los estudios Cormorán, ocupado en la realización de cine publicitario de animación. Pero las modas cambian, y los filmes publicitarios comenzaron a utilizar cada vez más la imagen real y cada vez menos el dibujo animado. La auténtica vocación llamaba así de nuevo a la puerta de Alfonso Figueras, y en definitiva el mundo de los cómics se benefició de su regreso. Y de rebote y como por casualidad también los dibujos animados salieron beneficiados, porque en 1966, dedicado ya de nuevo a la historieta, entró en contacto con los estudios Macián a través de los cuales dibujaba una tira cómica -cuyo texto llegaba directamente de los Estados Unidos- que se publicaba en los diarios americanos con el nombre de The Keystone Kops, atribuida allí a un tal Le Veque, probablemente el autor de tos textos. En los estudios Macián, experimentando el recién inventado procedimiento de animación «Tecnofantasy», se realizaba entonces la película de dibujos El mago de los sueños, que se hallaba prácticamente terminada, salvo dos secuencias que nadie se decidía a dibujar. Figueras se prestó a ello, y él solo -con la única ayuda final de Alberto Rué- animó la memorable escena de la danza de las letras y otra posterior que captaba el recorrido de un tren; su nombre, sin embargo, no apareció en los títulos de crédito, finalizados ya cuando él comenzó su trabajo.

 En Venezuela Figueras había tenido ocasión de contactar, como lector, con los cómics yanquis, y si antes muchas de sus historietas, basadas en la parodia y en el absurdo, dejaban traslucir su admiración por Rube Goldberg, por Milt Gross, por Cliff Sterrett, por Billy Debeck, por Percy Crosby y sobre todo por George Herriman, en adelante el recuerdo de los maestros norteamericanos de la edad de oro no abandonaría ni un instante la gran obra de Figueras, que reuniendo los elementos dispersos de su mundo onírico e ilusorio, traducidos al «modo de hacer» americano y con su inimitable toque personal, revelaría por fin la presencia de un auténtico genio de los cómics, incomprendido como todos los genios y oculto entre la jungla de historietas humorísticas convencionales.

 

Cuando Figueras regresó a Barcelona, se extendía ante él un desolado panorama en cuanto a posibilidades de publicación. De las múltiples empresas editoriales de los años 50 sólo Bruguera proseguía su dedicación a los tebeos de humor, con extraordinaria pujanza entonces, y en las revistas de Bruguera únicamente tenía cabida un tipo muy concreto de comicidad, abismalmente separado del que practicaba Alfonso Figueras. A pesar de ello, la veteranía de Figueras se abrió pronto paso en los tebeos Bruguera con dos tiras breves, Roby y Don Gaspar, ampliando pronto sus colaboraciones a El Caballero Topito, Marteínez -sobre una idea impuesta por la casa- y Harry Kawallo (léase Arrey Caballo), cuyo título homenajeaba el de una antigua historieta de preguerra, creación de Arturo Moreno. Todas estas series atestiguan la madurez técnica del dibujo de Figueras y la creatividad de sus métodos, como si desde el fin de la precedente etapa no hubiese habido solución de continuidad, como si el tiempo de distanciamiento del medio hubiera acrecentado su destreza y la fluidez de sus ideas en una prolongación perfeccionada de lo anterior con destellos geniales -véase la historieta de Harry Kawallo, un hombrecillo del Oeste que cabalga en un diminuto tractor pretendiendo emular a los legendarios cowboys, enfocada, como con cámara fija, sobre la puerta de un saloon por la que pretende entrar el protagonista- y la presencia frecuente de sus fantasmas íntimos.

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Muestra de una tira de la serie The Keystone Kops, atribuida a Le Veque, que presuntamente Figueras cedió a Vázquez de Parga añadió para reproducirla junto a su texto en este libro de Classic Comics. Sabemos por A. Martín que Figueras alardeaba de esta obra, pero lo cierto es que no hemos podido verificar su publicación ni la existencia del tal "Le Veque", y bien pudiera ser que jamás llegara a ver la luz.

 Pero fueron sin duda las series de Aspirino y Colodión y de Topolino -nombres ambos impuestos por la editorial que sustituyeron a los originales de Los extraños inventos del profesor Pastillofsky y Melitón-, nacidas respectivamente en 1967 y 1968, las que habían, por fin, de poner al descubierto toda la genialidad que aún se ocultaba en la mente de Alfonso Figueras. Y si al principio Aspirino era un sabio y tranquilo inventor, Colodión su díscolo ayudante y Topolino un tímido e imaginativo hombrecillo sin destino concreto, en un momento dado los tres se revelaron contra su creador, se escaparon de las manos de éste y actuaron por su cuenta sin importarles en absoluto la línea editorial de las revistas en que aparecían, poniendo al descubierto el alma de Alfonso Figueras, sus obsesiones y sus fantasmas, sus fantasías, sus pensamientos, su rebeldía y su humildad, y Figueras ya no pudo zafarse de la constante persecución. Repetidamente se le llamó la atención: sus personajes rebasaban los planteamientos editoriales de la casa, incluso se le hizo crear uno nuevo más acorde con la ortodoxia brugueriana; se llamó Don Terrible Buñuelos, protagonizó dos o tres gags insulsos e intrascendentes, y a continuación se unió a sus hermanos y penetró en el mundo de éstos, del que ya formaban parte los soldaditos de Cine Locuras, continuadores de la guerra que comenzara Gummo años atrás y continuara el Bigotes de ¡Qué Guerra!

Y éste era ciertamente el auténtico mundo de Alfonso Figueras donde, a pesar de las presiones externas, volcó su corazón de hombre y de artista para divertir a sus lectores al menos tanto como se divertía él al manipularlo. Era un mundo preexistente del que Figueras había descubierto antes pequeños retazos, y que ahora ponía al desnudo en su globalidad a través de tres o cuatro manifestaciones distintas -las tres o cuatro series- que convergían en un fondo y en un ambiente común. Era un mundo en el que los personajes se movían sin parar -ésa era su esencia- con cualquier pretexto, apurando al máximo las posibilidades utilitarias de un objeto cualquiera, real o ficticio, o imaginando supuestos imposibles exprimidos de las raíces mitológicas de la humanidad. Era un mundo bueno, alegre, ingenuo, candido. Era un mundo de relación, y en la relación de dos, tres o cuatro personajes, a los que el estatismo les estaba vedado, se cifraba una serie de ideas y rebeliones que dinamitaban suavemente, como sin quererlo, las normas sociales establecidas, el poder, la autoridad, el heroísmo, la jerarquía, la guerra, la opresión. Era un mundo determinista donde cada uno había de jugar hasta el final el papel que le había sido asignado. Era un mundo abstracto, poblado de osos y de guardianes del orden a quienes burlar, del que la inventiva se había enseñoreado y el sexo se hallaba desterrado. Era el mundo de Alfonso Figueras, centrado en un planeta campestre con motivos marineros, donde afloraban sus recuerdos y sus obsesiones, en un planeta privado y personal donde se daban cita los mitos del cine mudo, de los pulps de los años 30, de las novelas terroríficas de Gastón Leroux y S.A. Steeman, de los folletines prebélicos de Canellas Casals, de la comedia cinematográfica de los 40, de los relatos de E.R. Burroughs y J.O. Curwood, de los primeros cómics aventureros de Russell Keaton y Dick Calkins, de los dibujos animados de Max Fleischer y Walt Disney, de las tiras cómicas de Krazy Kat y Moon Mullins, en homenaje permanente a quienes alegraron la vida de su creador que autohomenajeó su propio recuerdo una sola vez con la aparición esporádica del viejo Loony en un episodio de Don Terrible Buñuelos. Era un mundo absurdo, casi tan absurdo como la realidad misma.

Una viñeta de Don Terrible Buñuelos, tomada de una historieta publicada por Bruguera.

Dentro de la globalidad del planeta figueriano, que se fue completando, consolidando y perfeccionando con el tiempo, la tripartición inicial que significó la diversidad de las series, estuvo sin embargo plenamente justificada. Cada una de ellas ofrecía un aspecto distinto de la totalidad, cada una la contemplaba desde un punto de vista diferente.

El destino impuso a Aspirino y Colodión la profesión de inventores. Aspirino era el típico sabio profesor, estudioso y trabajador, eternamente entretenido en su laboratorio. Colodión era el ayudante joven y candoroso. Pero cuando se produjo la emancipación de los personajes, todo cambió. Colodión se convirtió entonces en el descendiente directo de Loony, del que había heredado incluso el gorro marinero, en un joven espigado, bromista, avispado, propenso a la insubordinación, y eclipsó totalmente a su partenaire para enseñorearse de la página o páginas que ocupaban. Colodión fue entonces quien llevó la iniciativa y todo giraba a su alrededor, pero nunca pudo prescindir de la colaboración de alguien. Porque las aventuras de Aspirino y Colodión, como todas las que imaginaba Figueras en su mundo, se basaban en el gag visual, en la movilidad, en las carreras, golpes, persecuciones y caídas de los personajes, y Colodión era el resorte impulsor, el que ponía en marcha el juego, aunque luego se integrara en él como un participante destacado, pero precisaba, para llegar a ello, de una correa de transmisión, de un elemento intermedio, que solía ser Aspirino o Adolfo el gendarme, uno de esos policías figuerianos, crédulos y bonachones -como Disko y Simplicio- convencidos de la importancia de su función, amablemente burlados e integrados finalmente en las filas de sus ocasionales oponentes. Colodión generalmente provocaba la situación mediante un objeto cualquiera, real o fantástico, extraído de su contexto habitual; podía ser una puerta, un tubo, una tabla, una roca o uno de sus dislocados inventos de dudosa utilidad. Alrededor del objeto se organizaba rápidamente el espectáculo; tres personajes -cuatro cuando entró en el juego «el sargento» o «el comodoro», superiores incompatibles de Adolfo-apurando al máximo las posibilidades de la situación, manejando el objeto de las formas más sorprendentes, exprimiendo literalmente del mismo todos sus aspectos cómicos, humorísticos o desconcertantes, al modo de las genialidades cinematográficas de Chaplin frente a una puerta giratoria, un bastón, una mesa o una escalera; tres o cuatro personajes que además se perseguían entre sí incansablemente, sin malas intenciones y sin que jamás ninguno resultara definitivo ganador en el juego.

Topolino actuaba de otro modo más acorde con su psicología. Topolino, como Gummo, era un hombrecillo pequeño y anticuado, de aspecto antiheroico y espíritu romántico, tímido, soñador y con una riquísima vida interior, ansioso por emular a los héroes de folletín, pero reprimido por la conciencia de sus posibilidades y por el sentido del ridículo. En Colodión y Topolino no es difícil vislumbrar las dos caras del autorretrato psicológico de su creador. Al principio Topolino se limitaba a soñar: soñaba que era El Zorro, que vencía al Doctor Si (Si de Siniestro), imaginaba aventuras, y en su mente transformaba en fábula la realidad cotidiana. Pero también a Topolino le llegó el momento de la libertad y penetró en el mundo auténtico de Figueras, se unió a Colodión y a los gendarmes, y sus sueños cobraron realidad. A partir de ese momento, Topolino participó en las míticas leyendas de la Momia, El Hombre Invisible, Ayesha, Frankenstein, La guerra de los mundos, el Hombre Lobo, los Vampiros del Aire, La Mano que Aprieta, el Hombre-Araña, Conan, Drácula, y, luchando contra el siniestro Doctor Si, contra el misterioso Doctor X o contra el terrible Khun-Zivan -resucitado de un viejo folletín de Canellas Casals-, mereció el título de «El último héroe».

Con esta imagen se ponía colofón al artículo de S. Vázquez de Parga. Clic para ampliar y leer la identidad de los fotografiados.

Esta faceta de Topolino merecía sin duda un tratamiento gráfico muy especial, y Alfonso Figueras hizo entonces gala de su maestría como autor de cómics, modificando ligeramente su estilo habitual -que se había perfeccionado en gran medida durante esta segunda etapa de su vida- con la introducción de una serie de recursos sólo al alcance de los grandes maestros. Efectivamente, sólo un gran maestro podía imprimir a sus dibujos el movimiento y la acción que reclamaban sus imaginaciones habituales, pero las aventuras de Topolino requerían además una variada captación de ambientes misteriosos, siniestros, lóbregos incluso, de paisajes urbanos, marinos o subterráneos, de artilugios diabólicos, máquinas voladoras, extraños robots, ingenios fantásticos, artefactos nunca vistos, seres extraordinarios, y la inmensa creatividad de Figueras consiguió que estos ambientes, estos paisajes, estos ingenios y estos seres quedaran perfectamente reflejados en sus historietas gracias a los profundos conocimientos de la historia y de la técnica de los cómics que había adquirido. Sobre estos fabulosos elementos gráficos, de línea precisa, casi realista, sombreada, sobrecogedora, seguían moviéndose con toda naturalidad los muñecos de Figueras sin que se detectara la menor incoherencia; por el contrario, la conjunción de dos tipos distintos de dibujo es lo que reclamaba esta clase de historietas para hermanar la fantasía argumental con la fantasía ideológica. Basta visualizar los episodios titulados “El cangrejo de acero”, “La niebla del olvido”, “El tren fantasma”, “Niebla mortal”, “Fantasmas en el cielo”, “Drácula y compañía” o “Túnel en el espacio”, entre otros muchos, para comprobar la perfección de un estilo y la presencia indudable de un genio.
 

El planeta imaginario de Figueras seguía contando en aquellos años, los 70, con un apartado dedicado a los temas bélicos. Quizá como una huella de la contienda vivida en su juventud, desde 1950 Figueras -sin más interrupción que la del paréntesis americano- mantuvo una serie dedicada a emitir un mensaje de amor y de paz a través de las aventuras de tres soldados, al mando de un oficial generalmente de graduación inexistente que, en su lucha contra un poderoso ejército de gigantes, dinamitaban sistemáticamente con sus bromas y sus despistes, del modo amable e inocente propio de su creador, los valores tradicionales del heroísmo, la valentía, el sacrificio y el amor del peligro.

Y finalmente, también en los años 70, una nueva ramificación de la utopía figueriana tomó cuerpo independiente. El terror humorístico o el humor terrorífico cobró vida en los gags del Doctor Mortis, de Shock, de Drácula, de Mister Hyde, y en las Nuevas Narraciones Extraordinarias que parodiaban en principio los relatos de Poe. Un terror y un humor que habían aparecido a menudo en las historias de Topolino, pero que ahora cedían el protagonismo a los mitos literarios y cinematográficos del horror. Y de nuevo, para captar los elementos sobrecogedores del género, Figueras aplicó una técnica distinta que, en viñetas irregularmente enmarcadas, admitía el relieve de los tonos grises.

 

Página 80 del libro del cual se ha extraído este artículo. En ella, Vázquez de Parga hacía una relación de las series creadas por Figueras, ordenadas alfabéticamente.

Pero Alfonso Figueras siempre ha sido un hombre consciente. Sabe que en su interior se alberga una utopía, un mundo amable, feliz, romántico, optimista, ingenuo, bueno, sentimental que desemboca en la comprensión y en la esperanza. Pero sabe también que la realidad es otra, que la mayoría de los mortales no se identifica con Topolino ni con Colodión, y que nada se opone a que, desde su mundo, se ría de la realidad. Mata Ratos, en 1968, le brindó la primera oportunidad de hacerlo y llovieron sobre la revista los gags esquemáticos e incluso las parodias escritas de Alfonso Figueras. En 1970, fue el diario La Vanguardia el que acogió las ocurrencias de Don Plácido, un ciudadano vulgar que se enfrentaba a las dificultades cotidianas de la vida de hoy, y desde 1976, en la misma línea costumbrista, Figueras dedica todo el tiempo que sus sueños le dejan libre a le crítica de la vida, al comentario de actualidad, a la crónica sentimental de nuestro tiempo a través de los ojos de ese hombre corriente, ese ciudadano medio catalán que es El bon Jan, protagonista de la tira cómica del diario Avui. De este modo se ha mantenido hasta hoy aquella dicotomía al principio apuntada en la obra magistral de Alfonso Figueras quien, por su genialidad, por su profundo conocimiento de la cultura popular y sobre todo por su dominio de todo lo relacionado con los cómics, es hoy, semirretirado de la profesión que ha llenado toda su vida, una auténtica «leyenda viviente».

Copyright 1985 SALVADOR VÁZQUEZ DE PARGA

Creación de la ficha (2010): y 1985 Salvador Vázquez de Parga. Con edición de M. Barrero
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
SALVADOR VÁZQUEZ DE PARGA (1985): "Alfons Figueras. Un gran autor, un genio", en CLASSIC COMICS, 1 (1985). Asociación Cultural Tebeosfera, Barcelona. Disponible en línea el 05/V/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/alfons_figueras._un_gran_autor_un_genio.html