Exposición organizada por el Vicerectorat de Cultura i Societat de la Universitat de València
y el Centre Cultural La Nau de la Universitat de València, con la colaboración de la Diputació de València (Memòria Històrica) y el Arxiu Històric de Comissions Obreres del País Valencià.
Comisariado:
Antonio Laguna Platero
Francesc Andreu Martínez Gallego
Horario:
Lunes - sábado, 10:00 - 14:00 h i 16:00 - 20:00 h
Domingos y festivos, 10:00 - 14:00 h
Entrada libre
Aforo limitado
“Había llegado el tiempo de reírse de otra manera”, proclama Manuel Vicent en el frontispicio de esta exposición. Reírse de Franco y de la dictadura sin que fuese carcajada estentórea, sin que los vigilantes de las esencias con título de censores se sintiesen tentados a cortarla, con la inteligencia de quien conoce el complejo y extraordinario idioma de expresar con dibujos lo que las palabras no podían decir. En la primavera de1972, un grupo de intelectuales que además de su oposición a la dictadura compartían mesa y sobremesa en el restaurante Picardías, fecundaban la criatura: El Huevo Duro —dicen que se les ocurrió—, sin duda, con el fin de promover una sana reflexión sobre la virilidad de quien había sido vigía de Occidente y timonel de la nueva España. Como en aquel tiempo, los censores creían que reflexionar era arrodillase ante el Altísimo, no entendieron lo del nombre y el huevo no fructificó. Hubo que pensar en una alternativa para bautizar a la criatura con un nombre que fuese más digerible para aquellos registradores del pensamiento. Chumy Chúmez, ácrata de pensamiento y entusiasta del humor directo, encontró la solución: hacer eclosionar el huevo para que diese vida a un animal aullador, a un Hermano Lobo.
Desde la editorial Pléyade, la misma que editaba la mítica revista Triunfo, el 13 de mayo de 1972 salió a la calle el primer aullido de Hermano Lobo, con el subtítulo de Semanario de humor, dentro de lo que cabe, todo un principio que se podía resumir en el refrán de “a buen entendedor, con pocas palabras basta”. Porque, más que palabras, la revista estaba llena de imágenes tan sugerentes y provocadoras como cada cuál quisiera entender e imaginar. Desde el dibujo surrealista de Ops (Andrés Rábago) al irreverente de Chúmez, pasando por el troglodita de Forges o el absurdo de Gila, entre otros, hicieron de la revista mucho más que un medio para reírse de la dictadura, la convirtieron en un símbolo de rebeldía y transgresión. Por eso tuvo tanto éxito. La tirada de 100.000 ejemplares de aquel primer número desapareció de los quioscos cuando todavía no habían cerrado para irse a comer sus propietarios. En números sucesivos, la tirada se elevó hasta 150.000 ejemplares, alcanzando su máximo de ventas con la cifra de 170.000.
Los ojos de muchos españoles pronto se acostumbraron a ver y reír con Hermano Lobo. Más que superar al decrépito humor de La Codorniz o imitar al irreverente de Charly Hebdo, tal y como se ha sugerido, Hermano Lobo fue en aquellos años setenta el equivalente a aquel vaso de grueso vidrio con el que Max Estrella veía la esperpéntica realidad medio siglo antes. Las teóricas reformas aperturistas del régimen, desde la ley Fraga y su teórica abolición de la censura previa hasta la ley de asociaciones políticas —que no partidos— de Arias Navarro, todo fue sometido al enjuague y aclarado de la risa. Los prohombres del régimen, más que ridiculizados en su “persona humana”, lo fueron en su metaverso representativo, en la figura del facha tocado de chistera, con puro en la boca y abultado estómago. La sección impertérrita de cada número, titulada “7 preguntas al lobo”, no solo ofrecía respuestas en un tiempo en que preguntar sí que era ofender, también ofrecía esperanza. Lo hacía con su última y siempre repetida pregunta acerca de cuándo desaparecería la censura cinematográfica, a la que el lobo respondía: “El año que viene, si Dios quiere”.
Y por fin, al parecer, dios quiso. Y un 20 de noviembre de 1975 se certificó el fin del dictador. Es evidente que Hermano Lobo no le produjo la flebitis al cuerpo del Caudillo, pero también es incuestionable que sus aullidos semanales fueron invocaciones colectivas para poner fin a la dictadura. Un papel de carcoma que no le salió gratis. La revista fue expedientada, multada y finalmente secuestrada en dos ocasiones.
Hermano Lobo, a pesar de su formato, periodicidad o lenguajes tan alejados de la prensa diaria, fue una gran experiencia comunicativa que difícilmente se puede medir en términos de tirada o resultados económicos. Fue más allá, al formar parte del atuendo callejero de quien quería mostrar su discrepancia o su condición de “progre”. Fue un gran punto de encuentro donde se dieron cita una pléyade de intelectuales y artistas del máximo nivel, tales como el ya citado Manuel Vicent, Francisco Umbral, Manuel Vázquez Montalbán, Luis Carandell, Antonio Burgos, Rosa Montero, Luis Sánchez Polack, José Luis Coll, Eduardo Haro, Fernando Savater, Jesús Pardo… Y, por supuesto, donde dibujaron y sentaron cátedra Chumy Chúmez, Gila, El Perich, Forges, Saltés, Quino, Summers, Ops o el Roto, Dodot, Ramón, Elgar, Ortuño…
La muerte de Franco, curiosamente, unida al incremento de la competencia con publicaciones como Por Favor, El Papus y la salida de algunos de estos dibujantes y escritores antes citados, provocaron el declive. El último número de Hermano Lobo apareció el 5 de junio de 1976, tras 213 publicados. En su testamento, la revista se declaraba laica, republicana y legaba sus bienes morales y espirituales a la Platajunta, que en aquellos momentos agrupaba a la mayoría de organizaciones políticas democráticas y antifranquistas.