Hugo Pratt nació en Rímini pero se trasladó muy joven a Venecia, donde se crió. Cuando cumplió los 10 años, debido a que su padre era militar, se trasladó a vivir a Etiopía, donde tuvo tu primer trabajo: en la policía colonial, con sólo 14 años, trabajo que desempeñaba mientras dibujaba incesantemente, pues el dibujo le había atraído desde pequeño.
En los primeros cuarenta, debido a la guerra entre italianos y británicos, Pratt pasó un tiempo confinado en un campo de prisioneros, pero aprendió historias e inglés, y pudo sobrevivir un tiempo como intérprete. Se convirtió en narrador de historietas a partir de 1945 tras unirse ese año al Grupo Venecia, donde compartió tertulias e ideas con Alberto Ongaro, Dino Battaglia o Mario Faustinelli, y con quienes fundó la revista Asso di Picche.
A finales de los cuarenta, Pratt se trasladó a Argentina para trabajar como editor en Abril, pero también como dibujante al servicio del gran guionista Héctor Germán Oesterheld, con quien creó las míticas obras Sargento Kirk, Ticonderoga y Ernie Pike. En Buenos Aires, además de trabajar para los sellos Abril y Frontera, impartió clases en la Escuela Panamericana de Arte. A finales de los cincuenta, con la crisis económica arreciando en Argentina, dedicó más tiempo a dibujar historietas bélicas para la editorial británica Fleetway Publications.
Pratt regresó a su país de origen en 1962, para seguir dibujando historietas (Il Corriere dei Piccoli, Linus, Alter-Alter) y, cinco años más tarde, creó la serie Corto Maltés, un vertido de Conrad, Melville, London y sus recuerdos de los tiempos de guerra en Etiopía, tocado en clave romántica y con una interesante reflexión antropológica. Las ediciones de Pratt en todo el mundo, pero sobre todo en Francia, le convirtieron en un hombre muy querido y poderoso dentro del gremio.
En los ochenta y los noventa trabajó con grandes autores del medio como guionista, ejemplo de lo cual lo tenemos en Tutto ricominciò con un'estate indiana o El Gaucho con Milo Manara, aunque nunca dejó a Corto Maltés.