EL ÚLTIMO DIRECTOR DE TBO. ENTREVISTA A ALBERT VIÑA.
ALBERTO VIÑA TOUS, CARLOS DE GREGORIO, MANUEL BARRERO

Notas:
Entrevista celebrada en abril de 2011 en el domicilio de Albert Viña, con cuestionario de Manuel Barrero y en presencia de Carlos De Gregorio. Transcripción de ambos. La entrevista fue ampliada mediante conversación telefónica. En la imagen, a la derecha, caricatura de Albert Viña realizada por Sabatés para el TBO extraordinario dedicado a los "Magos del lápiz".

EL ÚLTIMO DIRECTOR DE TBO
ENTREVISTA A ALBERT VIÑA

Nos reunimos con Albert Viña en su domicilio de Barcelona el 15 de abril de 2011, con los ecos del Saló del Còmic lejanos, muy lejanos. No en vano entrábamos en la casa y la memoria de uno de los últimos representantes del tebeo español más clásico, nada menos que el TBO. Albert Viña, hombre aún serio, de costumbres fijas, se mostró encantador con nosotros y en el calor de la conversación acabó recordando las épocas doradas de la revista fundada por Buigas con una llama brillante en los ojos y una sonrisa perenne. Cuando, en medio de la conversación, rescató del olvido la libreta donde los administradores apuntaban fielmente la tirada de cada número de TBO desde 1954 hasta su desaparición, a nosotros también se nos encendieron los ojos.

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Uno de los TBO en catalán.  
Por alguna razón, siguiendo las derivas de las conversaciones introductorias, comenzamos hablando del TBO editado en catalán:
 
TEBEOSFERA: El TBO en catalán se hizo en el año 1977, en el 60º aniversario de la revista, que fue cuando salió el extra 60 anys de TBO, ara en català y luego otros, ¿no? ¿Cómo surgió esta idea y cómo resultó?
 
ALBERT VIÑA: No recuerdo la fecha con exactitud, pero sí recuerdo la circunstancia y la anécdota. La que me propuso esto fue mi mujer, que no es catalana, es extremeña, pero que se adaptó aquí y enseguida aprendió el catalán. Y no lo habla. No lo habla porque los que llegan y hablan mal el catalán no tienen el apoyo de los demás, que se burlan de ellos y dicen: “Mira cómo…” Mis hijas son las culpables: “Mira cómo habla el catalán mi madre, ay, ay… Qué gracia cómo habla el catalán…”, decían. Pero fue ella la que me dijo, fue ella la que propuso: “¿Y por qué no lo hacéis en catalán el TBO, unos extraordinarios, algo en catalán? Y se hicieron cuatro.
 
T: Como Joaquim Buigas escribía siempre los guiones suyos en catalán hemos pensado que era un deseo suyo que no pudo cumplir en vida. ¿Él nunca quiso hacerlo?
 
AV: Nunca jamás. Nunca porque no se veía suficiente mercado, no había mercado. Nos parecía que no había mercado. Aparte de los problemas que teníamos para editar cosas en catalán, eso sí… Hubo problemas y graves, como también hubo problemas del género absurdo, del género surrealista… No habíamos hablado nunca de eso, de la prohibición de que se editaran revistas infantiles en España. ¿Usted no lo sabe?
 
Verá, cuando se terminó la guerra había dos grupos que publicaban su tebeo, publicaban su revista infantil: Flechas, de la Falange, y Pelayos, que era editado por los Requeté, por los tradicionalistas. Luego se unieron y formaron la revista Flechas y Pelayos. Y pasaron varios años hasta que se concedieron permisos. Y nosotros, si se hojea la colección de TBO, se ve que los primeros TBO editados, el primero fue en el año 41 [1941] porque era… decía “no sé qué para el 42” [Selección de historietas y pasatiempos para 1942] Pero no podía ser “Almanaque para el 42”, porque entonces se sobreentendería que correspondía a una publicación. Una publicación periódica. Pues entonces nosotros estuvimos haciendo filigranas (digo nosotros porque yo no estaba entonces en la redacción, pero sí mi padre), para que no se notara de cara al censor que aquello era la revista TBO, que no podía salir. La revista TBO estaba saliendo a pesar de la voluntad de que no saliera.
 
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   Evolución de los logos en los primeros TBO de 1943.
T: Por eso cada número salía con un título diferente…
 
AV: Sí, títulos como Páginas festivas del TBO… El TBO empezó tímidamente en logos, estrechito y pequeñito, y según iba creciendo el TBO iba decreciendo el subtítulo. Y entonces a veces nos habían advertido: “pero ustedes están sacando el TBO…”. Entonces todo parecía normal. No es aquello que volviésemos a casa diciendo: qué barbaridad que nos están haciendo. Hasta que llegó un momento que perdimos ya un poco la vergüenza y salían, sin más, y después logramos que inscribieran la revista con el nº 1 en el Registro oficial de publicaciones infantiles, cosa que en eso ya intervine yo y tuve que agradecer yo en nombre de la empresa que hubiesen concedido el nº 1.
 
T: Sin duda, un honor. Pero también era la más veterana desde su fundación en el año 1917. ¿Entonces es cierto que se traducían gran parte de los guiones de Buigas del catalán al castellano?
 
AV: Era mi padre. Durante años los tradujo él. Pero el TBO era todo de Joaquim Buigas. Empezó el TBO en su número 10, porque los nueve primeros eran de su suegro, Suárez. Entonces, el señor Buigas a partir del número 10 lo hacía todo él, una tremenda cantidad de trabajo. Buigas fue el corazón de nuestro TBO desde entonces y para siempre. Era muy cuidadoso, muy perfeccionista, siempre preocupado por los textos y los recuadrados de las viñetas. Mi padre y yo teníamos que, a veces, recortar la fantasía equivocada de los que pasaron a ser creadores de algo [los guionistas que sucedieron a Buigas], porque a veces se les iba la mano y olvidaban el carácter que tenía el TBO, que era el del señor Buigas. A lo largo de toda la historia de la revista apenas publicó nada de un guionista que no fuera él. Se peleaba hasta el último milímetro del TBO y se murió con las botas puestas, no lo dejó hasta el final, hasta que la enfermedad ya no le dejó seguir trabajando.
 
T: Eso fue ya en los sesenta, pero usted ya había entrado en la empresa mucho antes, haciendo labores en almacén y reparto en tiempos en los que todavía se distribuía el TBO con pañuelos de hierbas, ¿no es así?
 
AV: Los vendedores de periódicos, los ambulantes, iban con pañuelos de hierbas para hacer el reparto y el voceo por la calle. Usted no lo ha conocido, claro. Antes se voceaba. En Barcelona se voceaban sobre todo los de la noche. “¡Noticiero de la noche, Noticiero de la noche…!” O sea, que los que estábamos en un piso sabíamos que ya era una determinada hora por el repartidor que pasaba. Que no eran repartidores, eran vendedores. No tenían quiosco, sino que tenían su hatillo con el que iban vendiendo… ¡El noticiero de la noche!
 
T: ¿Y el TBO también se vendía de esa misma manera?
 
AV: Hombre… No, pero le enseñaré una cosa… [nos muestra una figura que representa un repartidor del TBO, posiblemente realizada en los años sesenta]
 
T: Ah, entonces… ¿Cómo se organizó la distribución de la revista posteriormente, en los años cuarenta o cincuenta?
 
AV: Aquí en Barcelona, todos los editores de revistas y periódicos y demás tenían una tienda en unas calles de Barcelona, en la calle de Barbará y en la calle de Unión, que tienda sí tienda no, era un distribuidor de libros y revistas. Y los quiosqueros iban allí. Pasaron los tiempos, ahora pasan furgonetas y dejan los periódicos y las revistas y todo eso, y antes los quiosqueros tenían que ir a buscar el material. E iban con este pañuelo que le dije a usted, de hierbas, que nosotros llamamos el “mocador de fer farcells” (el pañuelo de hacer hatillos). Era una profesión muy dura para ellos, tenían que ir a cargar, todo lo que ahora hay en un quiosco, lo llevaban a lomos de ellos. Iban a esas calles, que son travesías de la Rambla, y allí estaban los distribuidores. Y ocurrió que allí la editorial Bauzá tenía una distribuidora ya, para libros.
 
T: ¿Y TBO se aprovechaba de esa distribuidora?
 

AV: Sí, según me contó mi padre entonces se le cambió el letrero, decía “librería saldadora” o algo así antes, y entonces pasó a ser distribuidora de TBO. Aquello en Barcelona. Lo otro era por correo. Todos los demás TBOs eran paquetes del correo que se mandaban. Salvo a los distribuidores, que coincidían más o menos con las capitales de provincia, y como entonces ya no se podían hacer tantos paquetes se mandaban por agencia. Venían camiones a recogerlos, sacos llenos de TBO que iban a Salamanca o a Sevilla.

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Parte inferior de la última página de TBO nº 270 (año XLVI) en la que consta el copyright de Ediciones TBO. En blanco y negro, créditos de un TBO Especial en el que ya consta como editora la empresa Buigas, Estivill y Viña, S. L.  A la derecha, cajetín de créditos de un número de TBO 2000 en el que se combinaban ambas denominaciones.
 
T: En el año 1955 todavía constaba “Ediciones TBO / Editorial Bauzá” en los estadillos de la redacción, aunque entre paréntesis figuraba “Buigas, Estivill y Viña, S. L.”. ¿Cuándo se formó esta asociación?
 
AV: Exactamente a finales del año… El otro día estaba mirándolo porque me lo preguntaron las hijas Buigas, las chicas Buigas (son de mi edad)… A ver. El primer TBO hemos dicho que era del 41 [1941][1]… En el año 41 se fundó, vamos, se escrituró la nueva sociedad esta, con Buigas, Estivill y Viña porque Buigas era Buigas el fundador, Estivill era la viuda de Bauzá, y mi padre era el socio de Bauzá desde hacía mucho tiempo, y así nació la Buigas, Estivill y Viña. Eso, poco después de terminar la guerra, en el año 41. O sea, el primer TBO que salió ya fue con la empresa, se constituyó la empresa esta ya para editar el TBO.
 
T: ¿Y por qué se mantuvo el sello “Ediciones TBO” en todos los TBOs editados, es decir, la empresa se llamaba Buigas, Estivill y Viña, o se llamaba Ediciones TBO?
 
AV: El nombre comercial era Ediciones TBO, pero estaba registrada en el Registro Mercantil como Buigas, Estivill y Viña, SL. De cara al exterior, como nombre comercial, era Ediciones TBO, de Editorial Bauzá; que pronto dijimos que lo de Editorial Bauzá pasase a mejor vida, porque Editorial Bauzá fue una editorial antes de la guerra con muchos títulos, había un catálogo así de gordo que figuraban mil y pico de títulos de la Editorial Bauzá.
 
T: Ya, pero Buigas evitó de forma manifiesta imprimir su nombre en los TBO, no sólo desde los años treinta, también a partir de la formación de esta nueva asociación en la que él constaba y hasta después de su muerte. ¿Hay algo de razón en lo que decía Bech de que Buigas se avergonzaba de dirigir una revista infantil?
 
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 Joaquim Buigas en su madurez. Foto tomada de Triunfo.  
AV: Sí, pero era una cosa de tipo familiar. Buigas se avergonzaba por eso. No le gustaba aparecer en TBO pero no por ser cosas de chiquillos. Había una cosa de tipo social, porque el señor Buigas era nieto, hijo y hermano de arquitectos, y él no se daba de menos, pero yo le notaba que no le gustaba aparecer en ninguna parte, en actos públicos mucho menos, era una especie de pudor extraño. Pudor, eso es. El tenía aspiraciones literarias. El vino de Argentina ya así, y se entrevistó con un litógrafo llamado Suárez para seguir publicando aquí sus libros. Suárez tenía hijas, que estaban en su despacho cuando el señor Buigas lo conoció, y acabaría casándose con una de ellas [risas]. El caso es que él entró en contacto con un litógrafo [Suárez] que estaba imprimiendo una cosita modestita que llamó TBO, que fue idea de un empleado del señor Suárez que era literato menor, Joaquín Arqués. Este señor, Arqués, fue en verdad el que tuvo la idea y se la comunicó a su patrono: "señor Suárez, aquí no nos salen las cuentas y hay unos momentos en que nuestros talleres les falta actividad y podríamos editar una revista infantil con narraciones". Y propuso que llenasen la falta de obras [impresas] con una cosa propia, y le convenció y sacó el TBO. Esto ha supuesto que, con los años, han llegado a reprocharme… hasta la señora Buigas, diciendo que, “¿Cómo se te ocurre decir esas cosas, Albert; decir que no fue Joaquim, mi marido, el que tuvo la idea del TBO”? “. Hombre, porque eso es historia”, digo yo. Pero el fundador de verdad era el empresario que lo fundó, ¡que era el padre de esa misma señora! [risas]
Era eso, una vergüenza no confesada; que no le gustaba [a Buigas] que apareciese su nombre. Como no obligaba la ley pues pensaba que no era cosa necesaria. En enero de 1964 hubo obligación de ponerlo, una ley de Fraga que especificaba que haya un director titulado en periodismo con el carné y con la mancheta de quiénes eran los editores.
Y una curiosidad, cuando empezó la sociedad con mi padre, Emili Viña, Buigas se apoyó en él en muchos sentidos. Uno de ellos era lo que decíamos antes, que le daba las historietas, los guiones, pero el texto que iba en bufaradas [globos de texto, en catalán]; se los daba en catalán y mi padre se los traducía al castellano para dárselos a los dibujantes en español, que era como se tenía que publicar. Pero lo que se traducía eran las bufaradas no el texto de indicación de los guiones.
 
T: Ya que cita a su padre, tenemos una curiosidad sobre él. ¿Hasta qué punto su padre, Emilio Viña, se implicó en política antes de dedicarse a la edición?
 
AV: Fue un luchador social. Sindicalista. Mi padre vino de fuera, de Asturias, y halló el éxito aquí. Mi padre era un triunfador. Hay una escena que yo viví, y la viví con emoción. Esto es muy serio para mí. Mi padre llegó aquí en muy malas circunstancias familiares. Mi abuelo era marino, de esos marinos que salen y no se sabe cuándo vuelven. Y entonces mi abuelo fue uno de estos señores que se marcharon un día, embarcado. En Asturias se usaba la frase de “anda embarcao”. Y andaba tan embarcado que no volvía. Y mi pobre abuela, en una aldea de Asturias, las mujeres de entonces, mil ochocientos y muchos, pues… Mi padre nació en 1888, año de la Exposición Universal de Barcelona, y llegó aquí a los 14 años, en muy malas circunstancias porque mi pobre abuela, allí en el quinto pino, en la aldea, buscaba el marido perdido. Él, padre de tres hijos, el puñetero andaba por ahí hasta que vino a Barcelona. Y entonces vino en busca de refugio, llegó a casa, nos dio un susto morrocotudo. Mi padre precisamente había sido luchador social y era una época que debía ser en plena dictadura de Primo de Rivera, ante la alarma sobre todo de mi madre, que le decía: “¿Te has vuelto a enredar?” Porque mi padre dejó la lucha social cuando entró a conocer a mi madre, que mi madre enseguida se lo propuso: “¿Qué es eso de dedicarse a favorecer a los demás olvidando que tú tienes que formar una familia? Tú tienes que pensar”. Entonces pasaba una cosa muy chocante con los sindicalistas. Un día el jefe, el patrón, el amo, llegaba y decía: “Escolti, Emilio”, o sea, “Oiga, Emilio, venga usted, suba usted al despacho. Me he enterado de que usted es del sindicato”. Dice: “Sí, señor”. No solamente era del sindicato sino que era redactor de un periódico, Solidaridad Obrera, y allí decía lo que estaba bien decir y lo que no estaba políticamente bien decir. Eran los teóricos que informaban a los demás. Porque entonces el obrero estaba muy mal. Ahora no se conoce eso. Durante el franquismo se llamaron “productores”, no eran obreros, eran productores. Pero es que antes, en la época de mi padre, principios del siglo XX, resulta que ocurría una cosa que yo siempre cuento que es muy gráfica para demostrar lo que era antes la clase obrera. Primeramente los obreros no se autodenominaban obreros, se decían “pobres”, que ya es decir. De entrada, era: “nosotros los pobres”. Ahora pensamos: el que está trabajando ¿cómo va a ser pobre? Se ganará más o menos la vida, pero le han de pagar... Y los patronos no pensaban en eso.
Cuando los pobres caían enfermos tenían una sola cosa que hacer, irse al hospital o quedarse en casa pero para no cobrar. No se cobraba. La seguridad social no existía. Cuando ocurría eso aquella gente tenía dos problemas, primeramente que estaban enfermos y segundo que tenían que continuar comiendo. Entonces, en esos casos, la mujer, la esposa, se iba con un pañuelo de hierbas a las puertas de las fábricas los sábados. Los sábados eran los días de cobro, porque la gente cobraba “semanadas”, la mensualidad era cosa de poderosos. Entonces, la pobre mujer deshacía el pañuelo, lo ponía en la puerta por la que tenían que pasar los compañeros del enfermo, y corría la voz por el taller o por donde fuera para que los compañeros de su marido le echaran cinco o diez céntimos, lo que se podía. Y la pobre mujer se iba con aquel hatillo de calderilla…
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  Algunos de los dibujantes del TBO de siempre.
Cuando yo veo estas casas que se construyeron en aquella época, a finales del XIX o principios del XX, aquellas casas tan hermosas, tan complicadas, de arquitectos carísimos… pues allí hubo el sudor de mucha gente. Yo es que soy un barcelonista en cuanto a historia, pues me gusta conocer la historia y tengo secciones en mi biblioteca, quiero decir armarios llenos de libros, de Barcelona. Yo que me dedico a Barcelona, me dedico también a admirar el arte, este arte que se llama modernista. El modernismo no sólo lo hubo aquí en España, sino en todas partes, en toda Europa, el art nouveau. Pues este arte que nosotros ahora enseñamos a un turista, y decimos “Qué buenos somos, qué barceloneses tan estupendos, con este Paseo de Gracia tan magnífico, con estas obras de Gaudí y de Puig i Cadafalch” y todo eso… ¿Pero eso sabe usted de dónde salía? Pues salía de las entrañas de los obreros, de los “pobres”. Para que pudieran vivir en esas casas los ricos, tenía que haber pobres. Porque las cosas no han ido nunca tan bien como para sacar el dinero así a espuertas, y los que tenían dinero a espuertas solían ser unos malos ciudadanos. ¡Parece que esté leyendo un ejemplar de la Soli! [Solidaridad Obrera]. [risas]
Bueno, esto es una pincelada sobre cómo era la vida en aquel momento. Y por eso mi padre era obrerista, un defensor de la justicia. Mi padre llegó aquí en unas condiciones muy malas y al ver el ambiente que había, entonces se afilió a los sindicatos. Llegó aquí con 14 años, y lo primero que tenía que hacer era buscarse la vida (con 14 años ya no era tan crío, entonces). El barrio tenía una tienda de comestibles y él entró allí de aprendiz, y dormía allí. Lo chocante era que los aprendices no dormían en el suelo, dormían encima del mostrador, o sea, que en el mostrador en que se despachaba habían dormido… [risas]
 
T: Y luego entró a trabajar con Bauzá, según sabemos. ¿Se formó su padre para entrar en el mundo editorial?
 
AV: Era un autodidacta, él no fue a la universidad porque la universidad estaba muy lejos de las clases obreras, pero él enseguida vio la necesidad de ir ocupando otros lugares, no aquellos a los que había llegado con su madre y con sus hermanos. Pensó que lo mejor era cultivarse y aprender, y entonces hizo lo que hacían los que tenían ganas de estudiar y eran pobres, o sea obreros: ir a la “universidad del pobre”, que no se llamaba así, claro, era el Ateneo Enciclopédico Popular, que impartía clases nocturnas. Mi padre pasó varios años en el Ateneo Enciclopédico Popular, luego pasó a la Escuela de Comercio, y se espabiló. Entonces mi padre vio que eso de las patatas y los garbanzos no le decía nada, y en la misma calle había una encuadernación, que cuando mi padre veía que allí entraban carros (no diré camiones) y que cargaban libros y descargaban libros y todo eso, pensó: “Esto”. Era la Editorial Bauzá. Pidió allí trabajo y fue allí primero aprendiz de encuadernador. De aprendiz de encuadernador fue pasando a oficial de encuadernador, o encargado de la encuadernación, y pasó luego a ser encargado de toda la imprenta, que ocupaba todo un interior de manzana un poco más arriba de aquí. Mi madre vivía en la Diagonal, por eso se conocieron, por la cercanía; y un día mi padre fue con ánimo de perder, porque le dirigió la palabra a aquella señorita que pasaba cada día por la calle y se dirigió a ella en los siguientes términos: “Ya sé que soy poco para usted, para dirigirme a usted…” [risas] La cosa social de entonces era así. Mi padre ya estaba metido por entonces en lo del sindicato y un día le dijeron que le echaban por sindicalista: “Me he enterado de que usted es sindicalista. Pues mire, dígale al escribiente que le pague la parte de semanada que ha trabajado usted”. Mi padre continuaba pensando así y pretendía continuar escribiendo en la Soli y todo eso, pero mi madre le dijo: “Oye, no, eso de que te despachen de tarde en tarde, no puede ser. Tú tienes que dedicarte a fundar una familia”. Bueno, pues entonces mi padre llegó a ser finalmente gerente de la editorial Bauzá.
 
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Libros editado por Bauzá. El primero muestra su catalanismo y el segundo su interés por el humorismo.  
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T: Bauzá era catalanista y quizá por eso tardó en reiniciar la actividad editorial tras la guerra. ¿Y su padre?
 
AV: Pues mi padre acabó en la cárcel después de la guerra por una causa en la que intervino la editorial en medio… Mi padre era asturiano pero vio que tenía que aprender a hablar como ellos [los catalanes] y así no le diferenciarían y, ya ve, terminó traduciéndole las cosas del catalán a Buigas y manifestándose como catalanista muchas veces. Y entonces, durante la guerra, los vecinos se hablaban cosas que luego usaron muchos cuando terminó la guerra y llegaron las tropas nacionales. Y había algunos que iban a denunciar a los que habían estado diciendo que ganarían “los rojos”, y les admitían la denuncia. Entonces, en las primeras semanas tras el final de la guerra, Bauzá y él estuvieron en la cárcel unos días por esas cosas que no debían pasar y pasaron. Resulta que había un abogado con ganas de prosperar, que era madrileño pero vivía aquí y ejercía aquí entonces, y convenció durante la República que había que ser de Esquerra Republicana de Catalunya porque pensaba que serían los que mandarían .Y un día apareció este señor, Forlache, con los carnés para Bauzá y Viña y resulta que quieras que no mi padre apechugó con un carné que no debió usar nunca de Esquerra Republicana de Catalunya. Cuando se terminó la guerra, un vecino se afanó en ir a la comisaría a decir que él conocía a unos, Bauzá y Viña, que habían estado toda la guerra diciendo que ganarían “los rojos”. No decían los rojos, claro, pero era como los llamaban los nacionales. Mi madre fue a la comisaría y dijo que había un malentendido porque resulta que su marido no era catalán. Naturalmente se calló lo de que era un luchador social, y les dijo que era asturiano, y los policías dijeron “¡Peor!”, y de la comisaría se lo llevaron a la cárcel y allí estuvo. En una reunión en la editorial, un “gabinete de crisis” que hicimos, nos quedamos todos mirándonos, no sabíamos qué hacer. Pocos días después de lo que llamaron los nacionales “la liberación” era muy peligroso estar en la cárcel, porque podía haber un simple que dijera: “éstos, fusiladlos”. Entonces nos dijimos: hombre, Forlache es secretario del Ministro de Obras Públicas, pues pongamos un telegrama que diga: “Bauzá y Viña en la cárcel. Tome avión”. Yo firmé como Viña, y fui a la Plaza de Cataluña a poner el telegrama. No había ni aviones apenas entonces. Bueno, la cuestión es que cuando aquel tío que llevaba un tiempo en el Ministerio siendo hombre de confianza leyó aquello, se dijo, “¡La madre!”, claro, lo primero que pensó es que íbamos a sacarle a él como referencia por lo de los carnés. Así que tomó un avión y después se fue en taxi a la cárcel y allí se encontró este ambiente que hemos visto en películas, en un momento de caos, y dijo: “Vengo de parte del Ministro de Obras Públicas, que quiero hablar con el director”. Se estaba jugando la vida. Le recibió enseguida el director, que debía pensar: “¿qué habré hecho yo?”. Forlache dijo con un aplomo tremendo: “Vengo de parte del señor Ministro, de “mi” Ministro, para un asunto que hay que resolver”. “Pues el señor Ministro dirá”. “Aquí hay estos dos que tienen ustedes detenidos, que me dice el señor Ministro que los deje en libertad y que me entregue su expediente y que los destruya en mi presencia”. ¡Caray. Rápidamente! [risas] Entonces le traen  el expediente, donde decía que eran unos rojos, y tal y cual. “Démelos a mí”. Los destruyó y se los metió en el bolsillo. El otro, director de la Cárcel Modelo de Barcelona, le entregó todo sin pedir documentación ni nada de nada. Forlache, con aquello en el bolsillo, se vino a la editorial con el mismo taxi. No hizo para nada mención. Dijo: “¿Qué pasó, por qué los han metido en la cárcel?” Mi padre y el señor Bauzá llegaron enseguida porque la exclaustración [excarcelación] fue inmediata. Estaba todavía Forlache allí. Mi padre y Bauzá pensaron: “Éste se ha movido por lo del carné aquel”, pero tampoco lo mentó él. Nadie le dijo que viniese y lo arreglase como lo arregló. Pero en eso estaba yo presente y no dijo “Si lo llego a saber no vengo”, no lo dijo. Y este señor estuvo muchos años de secretario particular. Es una pincelada de un momento en el que reinaba el miedo, el terror. Si sale a relucir lo de que era un rojo y el Ministro se entera, en fin, se la jugó diciendo unas cosas que no estaba autorizado a decir. Y todo el mundo agachándose delante de la figura hipotética del Ministro… Es como una anécdota casi tebeística.
 
T: Su padre era el Viña de “Buigas, Estivill y Viña”, claro. ¿Quién era Estivill en esta asociación surgida tras la guerra?
 
AV: Era Emilia, la viuda de Bauzá. Se murió el señor Bauzá y quedó la viuda a cargo de todo. Y cuando quedó viudo mi padre se casó con la viuda de Bauzá.
Hay una escena muy particular que recuerdo, que es cuando… una de las últimas veces que mi padre salía de la clínica y le esperaba el chófer, que le ayudaba a subir al coche. Yo iba detrás, y vi cómo subía la ex viuda Bauzá, porque entonces ya estaba casada con mi padre. Cuando los vi a los dos así, con el chófer abriéndoles la puerta, pensé en aquel momento: “Caramba, esto es tener éxito. ¡El puñetero se lo ha ganado!” [risas]. Se lo ganó, sí. Ya ves, mi pobre abuela iba de puerto en puerto a ver si cazaba a su marido porque le decían que el barco en el que iba él embarcao hacía viajes a Barcelona. Y vinieron a Barcelona tres personas con dos billetes desde Bilbao (mi tío iba debajo de las sayas de mi abuela, escondido así cuando pasaba el revisor), en tercera. Yo pensé: “Llegó con dos y eran tres, y ahora le espera el chófer…” Y me emocioné pensándolo. En fin, no fue [Emilio Viña] un especulador, no. Se lo ganó trabajando. Porque muchas veces de las fortunas se dice que si eres rico, malo, ¿eh?, pero en este caso no fue así.
 
T: Hubo un momento en el que la redacción de TBO pasó de Aribau, 177 (que era la dirección de Editorial Bauzá) a Aribau, 163. ¿A qué obedeció la mudanza?
 
AV: Nos echaron. Esto fue a principios de los cincuenta y fue porque nos echaron. La editorial Bauzá ocupaba las tiendas de dos fincas con unos interiores tremendos en los que habían talleres abundantes, que se salía incluso por un pasaje industrial que hay en la calle de más arriba. Es decir, llegábamos desde el 175 hasta el 179, que salía por fuera, por la parte trasera; por allí entraban y salían los camiones de Editorial Bauzá. Entonces resulta que la Editoral Bauzá pagaba una miseria por aquel alquiler, una tienda en unos almacenes que alquiló en el año 1917, poco más o menos, que era el año de la fundación de la Editorial Bauzá. Porque Bauzá comenzó comprando a la editorial Taberné que estaba en los números 175 y 177 de Aribau. Bueno, alquilando los dos locales. Y eso ocurría en los primeros años quince o diecisiete.[2] Nosotros, Ediciones TBO, ocupábamos la editorial Bauzá en un inquilinato de miseria que se pagaba a razón de los años diez, porque habían transcurrido un montón de años y se pagaba lo que era de ley pagar. Pero claro, los dueños de las fincas de los números 175 a 179 debían estar deseando echarnos para que entrase otra gente, porque incluso había locales que no utilizábamos. Era un tiempo en el que uno no se daba cuenta de si ocupaba o no ocupaba, todo lo que podía hacerse podría haberse hecho en un poco menos de espacio. Un día, en una expansión de orgullo que tuvo mi padre, dijo: “¡Qué carallo. Nada de Editorial Bauzá!” Firmó un cheque para pagar el inquilinato con el membrete de Buigas, Estivill y Viña, S. L., y lo firmó como “gerente”. [risas] Pero mi padre tarde o temprano tenía que dejar el local, porque era desproporcionado lo que pretendían cobrarnos y la empresa ya era otra empresa entonces, ya no era Bauzá. Y todo eso tenía que pasar por el administrador, y hablar del asunto, pero no hablaron del asunto sino que nos desahuciaron y tuvimos que coger un local un poco más abajo, en el número 163, que era un almacén de otra editorial, llamada Argos, que tenían una librería editorial en el Paseo de Gracia. Entonces, como mi padre conocía a los de Argos y tal, habló con ellos y les dijo, “Nos echan” y les pidió quedarse allí, en la misma calle. Lo que no quería mi padre era irse del barrio. Ya se casó con alguien de la Diagonal, y vinieron a vivir aquí, en la calle París porque mi padre tenía la obsesión de tener el trabajo para plegar, o sea, para marcharse del trabajo, a las nueve de la noche, y eso de tener la casa tan cercana del trabajo lo tenía como una obsesión.
Por eso conocía a Buigas. El señor Buigas había dejado en la calle París la redacción de TBO, que estaba delante de nuestra casa. Yo veía el TBO justo enfrente [de mi casa] desde el momento en que nací. Por esa razón, de cercanía, el señor Buigas, el señor Bauzá y mi padre acabaron siendo amigos, hablaban mucho por ser del gremio. Y acabaron así, vamos, como socios.
 
T: ¿Por esto se cambió la domiciliación de la sociedad limitada Buigas, Estivill y Viña en el Registro Mercantil de Barcelona? Porque la sociedad vienen inscrita en 1943 pero con domicilio social en Aribau, 163.
 
AV: Bueno, cuando se planteó lo de “¿dónde nos metemos?”, pues nos quedamos en el 163. Pero nos echaron en 1954, no en 1943, y no se pudo poner ese domicilio social en 1943 porque la finca del número 163 era un solar en aquella época. No tenía sede alguna, no existía. Hasta el año 1952 no existía un inmueble, lo recuerdo bien. En realidad había una construcción, pero en un terreno municipal donde se encerraban los carritos de la limpieza. Para eso servía este recinto, uno de varios que había por Barcelona. Era imposible domiciliar nada en 1943 en “Aribau, 163”. Y antes, en todo caso, los registros en aquel momento debía ser en Aribau, 175, o 177, que eran las sedes de Bauzá.
 
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  Junior Films, revista que editaron los hermanos Baguñá entre 1946 y 1948.
T: El TBO de después de la Guerra comenzó tirarse con impresores ligados a Bauzá, como Tozzi y PONSA, pero desde 1947 ustedes comenzaron a trabajar con los impresores Baguñá, y siguieron ya toda la vida editorial del TBO. ¿Qué recuerda de los hermanos Baguñá?
 
AV: Los Hermanos Baguñá eran hijos de J: Baguñá, fundador de En Patufet, eran los que imprimían una serie de publicaciones en los cuarenta, y Baguñá pasaron a ser los impresores de TBO a partir del momento en que la tirada la pudimos hacer en rotativa. Nos enteramos de que los talleres de En Patufet, que ya sabe que iba en catalán, tras la Guerra Civil ya sólo hacían calendarios, en su caso los de tipo familiar, los que se cuelgan en la pared, y ésa era la única comida que tenían para sus máquinas. Cuando nosotros les propusimos que podían hacer el TBO con la máquina del Patufet, pues… las rotativas de color no existían y esta era una de las posibilidades. Salvamos la existencia de los talleres Baguñá imprimiendo allí el TBO, porque los Baguñá editaban por entonces Junior Films que cerró porque posiblemente no les fue bien. Luego se pusieron a trabajar como talleres de impresión solamente. Ya más tarde, dejaron de estar en Muntaner, 22-24, y se marcharon a Badalona y allí operaron con una maquinaria nueva y demás, y tuvieron una rotativa de Offset. Fueron ellos los que imprimieron el Patufet nuevo en los años sesenta que yo ayudé a sacar. Fue muy importante Patufet, En Patufet. La gente citaba mucho el En Patufet como una aventura de lectura, porque era para muchachos y muchachas también, el público lector de En Patufet era sobre todo muchachas, había novelería sentimental y femenina, sobre todo de José Maria Folch i Torres, padre del creador de Massagrán. Mi hija, casualmente, se casó con un nieto de Folch i Torres.
 
T: A mediados de los cincuenta ya estaba usted integrado en la redacción. ¿Cómo se formó antes de entrar a trabajar con su padre en Ediciones TBO?
 
AV: Yo estudié medicina pero no puedo ser médico “legal”, porque me falta la Medicina Legal [risas]. A mí me faltan dos asignaturas de Patología Médica, y la Medicina Legal, del último año [se refiere a las asignaturas]. Estuve en el Hospital Clínico desde que hacía el cuarto de bachillerato, en plena guerra, para que no me pasase lo mismo que le pasó a mi hermano, que tuvo que ir al frente, volvió mal y después murió. Comencé a estudiar Practicante por si me movilizaban durante la guerra. Faltaban dos quintas para llegar a la mía, y por si acaso yo estudié como muchos para evitar incorporarme a filas. Acabó la guerra y empezó la europea, y a nuestra edad pensábamos que nos movilizarían porque Europa estaba ardiendo. Así que continué estudiando por las mañanas, y por las tardes iba al Hospital Clínico. Terminé el Bachillerato, empalmé con la carrera y llegué hasta donde llegué. Y un día mi padre me dijo, tras haber fallecido mi hermano: “No vayas al hospital hoy”. Mi hermano había estudiado Derecho antes de la guerra como carrera que podría servir para una empresa, porque entonces no existía Económicas. Pero entonces mi hermano falleció, y cuando yo estaba terminando la carrera, me dijo mi padre: “No vayas más al hospital y vente a trabajar conmigo”. Pero naturalmente no me pusieron de jefe supremo. Lo hizo muy bien, aunque a mí me supo a cuerno quemado, porque yo pensaba que acabaría la carrera, pero era bastante mal estudiante. Mi padre ya me había hecho servir para la empresa, pero no a tiempo completo, sino que me decía: “Oye, esta tarde antes de ir al hospital pásate por casa de Urda o de tal y cógeme unos originales que no entrega y que nos están haciendo falta”. O sea, que empecé haciendo recados antes de estar en plantilla. Y luego entre en plantilla, pero naturalmente no me pusieron de gerente. Me pusieron, entre otras lindezas, a tirar de un carretón. La editorial tenía un camión, pero para recadillos pequeños y cosas de menor importancia había un carretón de mano que en vez de llevar burro era empujado por uno de nosotros. Varias veces me dijo: “Coge y ayuda a Fulanito a llevar esto o aquello”. Yo entonces iba empujando, ya ves; también veían que el hijo de uno de los dueños estaba allí, y que algo más haría en la empresa.
 
T: Sabemos que cursó estudios de biblioteconomía también. ¿Fue así?
 
AV: Entonces se me ocurrió hacer unos cursos de Archivero y Bibliotecario. Me interesaba, porque yo vivía el mundo de los museos, me llamaba la cosa de la museística, la historia de Barcelona, etc. Fue difícil, porque las jornadas laborales eran de nueve a nueve y se plegaba muy tarde. Mi padre, de hecho, vivía allí, en Ediciones TBO. Yo me planteaba asiduamente hacer un cursillo y lo hacía de cosas que me gustaban. Y me sirvió, porque llegué a presidir el gremio de la prensa. Por entonces aquello era un sindicato vertical, que cogía empresarios y productores y, sí, yo llegué a ser Presidente en funciones del Sindicato de Artes Gráficas, que después nos escindimos y pasamos a ser Sindicato de Prensa, Radio y Televisión. Yo fui presidente en funciones de este sindicato durante años. Eso fue por los años sesenta.
 
T: ¿Cómo se organizaba el trabajo en la redacción? Por entonces estaba vigente el Reglamento Nacional de Trabajo...
 

AV: Había, como en todos los gremios, un convenio. El trabajo no tenía un rigor normativo especial.

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   Arriba: Albert Viña con Rosa Segura en la mesa situada en la recepción de Ediciones TBO.
 
A la izquierda: Miembros de la firma en la puerta de la sede de TBO: Antonio, un encargado del almacén, Rosa Segura, la secretaria, el dibujante Moreno, Alberto Viña, ya director y con chaqueta clara, Bech, guionista, y Xavier, un ayudante.


 
 
T: ¿Qué vínculos con el poder tuvo TBO? Sabemos que usted era un buen amigo de Fray Justo Pérez de Urbel, que era Consejero Nacional del Movimiento y Procurador a Cortes Españolas hasta 1967.
 
AV: Sí, sí, sí, Fray Justo Pérez de Urbel y yo acabamos siendo muy amigos. Yo no soy hombre de Iglesia pero he acabado teniendo muy buena amistad con él. Fray Justo era uno de los que se le ocurrió la ideica de que no apareciesen más… er… era asesor religioso de la Sección Femenina de Falange y de las JONS. Y fue uno de los que se les ocurrió aquello de que la mejor manera de salir adelante con unas revistas era prohibir que hubiese otras. Y como entonces era esa cosa tan surrealista de que podía ser así, pues lo hizo. Cuando mi padre iba a Madrid para conseguir lo que se tenía que conseguir, que ya se tenía que haber conseguido por el mero hecho de existir, como empresario, entonces se tenía que convencer a mucha gente y tal… entre ellos, una junta que se llamaba Junta Asesora de la Prensa Infantil, que acabó siendo dependiente del Ministerio de Información y Turismo, que entonces no existía. Entonces, como empezaban a tener la necesidad de abrir la mano, porque iba transcurriendo el tiempo y era ridículo que no pudiese existir eso o lo otro, pues entonces se creó esta Junta asesora para ir viendo quién editaba y quien no editaba y, todo eso. Y se tenía que hacer un código, un código ético y de toda índole, político y religioso, para que la prensa infantil que pudiese aparecer estuviese dentro de los cánones. Ya que se abría la mano, que todo estuviese dentro de un orden. Luego llegó Fraga con el nuevo ministerio, la ley de prensa… ya en los años sesenta. Pues entonces todo eso hizo que hubiese ya un caldo de cultivo propicio a que intervinieran los profesionales para constituir ese código, digamos. Entonces mi padre delegó en mí para que fuera a Madrid y me entrevistase con ellos.
Una de las primeras cosas que hubo, no en Madrid, sino que nos reunieron a los editores de España que querían tener revistas infantiles, algo que ya existía pero que había pocos (en Cataluña, Valencia, Madrid y se acabó). Pues un día convocaron en Salamanca una reunión de editores o de futuros editores de prensa infantil. Yo entonces pasé por Madrid y me fue a despedir a la estación mi cuñado tras pasar todo el día en Madrid para ir a Salamanca. Fue él el que me dijo: “¿Sabes quién está aquí sentado a tu lado? Fray Justo Pérez de Urbel”. Y efectivamente, me encontré con un señor que iba con hábito y empezamos a hablar, como compañeros de vagón, yo también iba en primera, afortunadamente, no como mi padre. Él era el prior de un convento benedictino de Madrid y yo empecé a hablar con él, y como a mí me ha gustado mucho el arte y la historia urbana y de las ciudades, y conocía Salamanca porque había estado varias veces en la ciudad, comencé a hablar de Salamanca. Él se asombró de que un catalán conociera Salamanca, porque era catedrático de historia medieval y sabía mucho de arte urbano de allí. Y yo hice amistad con el catedrático de historia medieval que, casualmente, también era fraile benedictino [risas]. Y tanto fue así que yo acabé haciendo noche en el Castillo de la Mota de Valladolid, que era la sede central de la Sección Femenina de Falange, donde él era el asesor. Terminó diciendo: “Hombre, Alberto, usted viene al Castillo de la Mota conmigo”. Después, él estuvo muchas veces en Barcelona, o en una residencia de verano que teníamos. Él estuvo en varias ocasiones aquí, dos o tres, pasó días enteros con base en esta población que se llama Sant Fost de Campsentelles. Le invitábamos en verano, porque era más agradable para hacer viajes, y nos recorrimos toda Cataluña en varios viajes con él. Se asombraba de cuanto románico tenemos, y de aquí vino todo.
 
T: Aparte de las visitas que recibía Ediciones TBO de Fray Justo, tenemos entendido que TBO tenía un asesor religioso. ¿Cuál era su labor exactamente?
 
AV: Sí, sí, estaba el Mossen Sala, pero no hacía nada. Se tenía que nombrar un sacerdote asesor religioso por entonces y estaba él, pero duró muy poco eso. De Navidad a San Esteban, como decimos nosotros. En realidad era un compañero mío, de milicia universitaria, que después de ser abogado, o de estudiar Derecho, se metió cura. Que todavía sigo saliendo por Cataluña con él en su cuatro por cuatro. Bueno, ya no, pero estuve saliendo cada jueves con él. Durante 21 años estuve saliendo con este Mossen Sala haciendo montaña con su Jeep. Pero vaya, esto de que hubiera asesoría eclesiástica no llegó a cuajar realmente.
 
T: Por la otra parte, hubo represaliados por Franco que estuvieron vinculados con TBO. ¿Qué me dice de Francesc Viçens?
 
AT: Fue un luchador. Este sí que fue un luchador. Él era mi amigo íntimo, pero no es que trabajara en la empresa TBO. Nunca jamás. Es verdad que a veces pasaba por allí Vicens. Porque Vicens fue Diputado a Cortes, aquí a las Corts Catalanes, y fue perseguido, muy perseguido porque era comunista. Pero su presencia aquí no supuso ningún problema con el TBO.
 
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El humor tradicional de la revista TBO  
T: Aparte de los grandes, Tinez, Opisso, Benejam… ¿Qué recuerda usted de los colaboradores de TBO que dibujaron con la competencia?
 
AV: Hubo pocos. Bueno, alguno hubo, como Joan Rafart [que firmaba como Raf en Bruguera y como Roldán en TBO], y Bernet Toledano. Pero eso siempre supuso un problema. Problema del todo. Primeramente, porque no nos gustaba que trabajasen en un sitio y en el otro. Además, que tenían otro estilo y vivían otro ambiente, otro humor. Aquel humor a nosotros no nos gustaba y teníamos que decirle: “Tráigannos algo que sea de lo nuestro”, que además a ellos ya no les venía bien. No llegaron a adaptarse. Y, además, tenían prohibición absoluta por parte de los otros. Nosotros no prohibíamos, decíamos: “mire, oiga, lo suyo no es lo nuestro”. Y en la editorial Bruguera tenían prohibido decir la palabra “tebeo”, ellos ya lo llamaban “cómic” por entonces, aunque antes eran siempre tebeos, en los cincuenta por lo menos. ¿Ya le conté que fui a ver al Secretario de la Real Academia? Cuando me recibió me dijo “Ya sé por lo que usted viene. Usted viene a que no aceptemos nunca el vocablo tebeo”. Y yo le dije: “No, no, yo vengo al revés. Todo lo contrario, a que lo acepte, ya que el pueblo lo habla…” y ahí está, creo que viene entre paréntesis, “de la revista TBO”.
 
T: ¿Las series que se publicaban en TBO, como la de Ulises, por ejemplo, se registraron a nombre de la empresa?
 
AV: Se registraron como marca, como marca industrial. El nombre estaba registrado como marca industrial, porque no existe la marca literaria.
 
T: El estilo de la casa, el llamado “tebeísmo”, se mantuvo a lo largo de los años. ¿Cómo evolucionó?
 
AV: Era el humor éste… “casero”, el humor tradicional. Era lo nuestro. En nosotros no se cultivaba el absurdo que se hacía en La Codorniz, por ejemplo. En nuestras historietas se intentaba plasmar lo que ocurría, que lo que era en la historieta de alguna forma pudiera ser verdad. Tocábamos de pies en el suelo y de manera gráfica era exacto, porque a los personajes de las otras revistas los hacían volar, ¡cuando andaban no tocaban con los pies en el suelo! Esos personajes, para hacerse los graciosos, volaban, pero los nuestros tocaban con los pies en el suelo. Era como una marca de la casa. Y eso lo teníamos asumido como cosa necesaria porque de otro modo se perdía la identidad de TBO, y nosotros necesitábamos “entrar” en las casas particulares pensando y diciendo cosas que ocurriesen allí, de la manera que allí ocurrían.
 
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  Fraga condecora a Viña en 1967. Bajo estas líneas, la noticia publicada en La Vanguardia Española el 13 de agosto de 1967
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T: La nueva hornada de autores que entraron en los setenta en TBO (Mir, Tha, Esegé, Cubero...) ya eran de otro estilo, no obstante.
 
AV: Sí, es verdad. Estábamos perdiendo clientela y aquello fue una argucia… económica para intentar adaptarse a un nuevo público. Pero el adaptarse es difícil. Porque, o sigues siendo “el TBO” y la gente te va aceptando o… Pero, claro, eso de que vayas evolucionando poco a poco, yo creo que no existe la posibilidad de hacerlo. Porque la gente se nota que ha evolucionado al cabo de los años, cuando ya sabes que la gente no piensa de esa manera. Pero decir, de golpe y porrazo, “hoy me voy a adaptar a las circunstancias”, no puede ser. Se nota que ha habido circunstancias históricas después. Tanto es así que, después, cuando la gente vuelve a interesarse por aquello, es por un afán historicista, puramente. Como es el caso de ustedes o lo de la edición de Salvat. Aquí en Cataluña hubo una cosa muy clara con En Patufet, que era una revista con una personalidad tremenda, literaria más que gráfica, eminentemente literaria. Estos sí que sabían tocar con los pies en el suelo y hacían cosas que les gustaban a los adolescentes de entonces. La gente ya no piensa en cosas tan almibaradas, unas cosas que ahora ya no se leen. En Patufet, con los años de la prohibición, antes de la guerra, ya se tuvieron que dejar cosas porque era una revista con una fuerte impronta religiosa, lo que se contaba era dentro de la ortodoxia más clara. Se dejó de publicar durante la guerra y cuando quisieron volverlo a sacar, que se tuvo que pasar por el calvario este de Fraga… pues, un día, yo fui a ver a Fraga, cuando estábamos dentro de la Comisión ésta de asesoría, y le pregunté si se podía abrir la mano para que el Patufet pudiera salir. Aquel día le quité un peso de encima a Fraga porque ellos, los del Patufet, nosotros pasamos a ocupar sus talleres, como En Patufet dejó de publicarse, aquellos talleres que tenían quedaron sin actividad comercial y entonces nosotros les ofrecimos que tirasen el TBO. Nosotros habíamos empezado con litografía, que era lo que había de antes de la guerra, pero cuando se paró la imprenta aquella, nos dijimos, “hombre, usamos la de En Patufet”. Y los de Patufet habían pedido repetidamente salir, pero se presentaban como lo que fueron: una revista que salía antes de la guerra, en catalán y catalanista. Un director general antes de Fraga me lo había dicho claro: “Mire usted, En Patufet empieza escribiendo en catalán y acaban haciendo política catalana, y de eso nada de nada de nada”. Y cuando le dije a Fraga, uno, que eran unos católicos apostólicos y romanos los editores de En Patufet y que durante la guerra no habían resistido más porque estaban perseguidos. Y, claro, dos, que eran nuestros impresores… Hasta que me dijo: “¿Por qué tanta insistencia en que salga Patufet?” Y le dije: “Porque era una empresa familiar que desde que dejaron En Patufet les va muy mal de dinero y nosotros le damos trabajo con el TBO, pero cuando acaba el TBO no saben qué hacer”. El debía pensar en el oro de Moscú, en comunistas rojos, hasta que ya dijo: “Aaaaah”, y se dio cuenta, y con aquel “ah” dio el permiso. Yo conseguí ese permiso, pero claro, ya había pasado la época. Salió aquel Patufet que tanto añoraba la gente, pero cuando lo pusieron a la venta ya se acabó la historia. Al menos Fraga quedó tranquilo de que no era un contubernio judeomasónico. [risas]
 
T: Sí, pero volvamos a los nuevos autores en el TBO de los setenta. Se ha dicho que intentaron saltarse la supervisión en la redacción cuando hacían lo de “La Habichuela”.
 
AV: Bueno sí, ellos querían tener su estilo propio, el “estilo habichuelo” que le acabamos llamando. Yo me dejé llevar pensado que si acaso estos chicos podían tener la llave del éxito. Pero nada, no se vendió. Porque claro, TBO con Habichuelo no casaba. Ellos pensaban que había muchos que ya pensaban de aquella manera como para llenar las arcas con un editor de aquel estilo. Que ellos tenían que dorarme la píldora diciéndome que aquello sería lo que se vendería, que tenemos que probarlo. Y yo, para que no me llamasen carca, dije, a ver, probémoslo, pero no pasó de aquí.
 
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Portada del número 2300 de TBO 2000, donde se anuncia la serie "La habichuela".  
T: Hablemos pues de los guionistas no conocidos de TBO: Arturo Llorens, Juan Almudí, Estanislao Boldú, Jaime Román y Enrique de Obregón.
 
AV: Todos esos nombres llenaban unas secciones muy concretas, como “De todo un poco”, por ejemplo. Esta sección la hacía Arturo Llorens, que era sobrino de Opisso. Su nombre era Arturo Llorens i Opisso, él era uno de los periodistas de la revista Destino, que era una revista de pensamiento. Almudí era un abogado de muy buena familia, por cierto, que vivía aquí en la calle Diagonal, pero que se ve que no tenía demasiada salida como abogado y entonces empezó a traer trabajo, y estuvo un tiempo haciendo guiones de historietas con nosotros. Boldú también, hacía guiones de historietas a veces. Román no existe como guionista, era un administrativo; eran padre e hijo, uno era el jefe de contabilidad y el otro era uno que estaba en las oficinas. Enrique de Obregón también era guionista. Este sí. Y Bech, que lo hubiese hecho todo él. Él tenía vocación de hacerlo siempre él todo, ya que él señor Buigas lo había hecho todo. Pero claro... Buigas era fundador y tenía su prestigio y su verdad. 
 
T: El trabajo de Buigas era inmenso, si tenía que escribir los guiones del TBO todas las semanas. ¿Cabe pensar que tuvo algún “negro”?
 
AV: Entre paréntesis, a mí también me lo ha parecido siempre, alguno que otro [negro] tuvo que haber. Yo no lo viví ni mi padre tampoco. La familia de Buigas, bueno, ellos tenían una visión de la obra de su padre que a veces era enalteciéndolo. Ciertamente era un creador, pero yo creo que ellos acabaron influyendo en nosotros para hacernos creer que su padre lo hacía todo. Había un administrativo, no era el gerente, no era el que llevaba la casa, pero era un administrativo que andaba mucho cerca de Buigas y yo creo que aquel hacía cosas de guión. Yo creo que sí, no confesado, ni admitido por Buigas ni por la familia Buigas. Se llamaba Tomasetti. Yo diría que Tomasetti era guionista. Era oficinista pero yo creo que también hacía guiones.
 
T: ¿Qué nos dice de Sánchez Juan, uno de los que aplicaban la censura en el despacho de al lado del Capitol?
 
AV: Ah, se portaba bien. ¡Hombre, se lo poníamos en bandeja! No tenían ni idea. Sánchez Juan era un poeta, un poeta catalanista, de antes de la guerra. Un poeta en catalán. Lo peor que hay es que uno actúe por miedo, eso de “Que no me echen”, eso de quedarse sin el comedero. Y había nombres ilustres entre los que hacían de censor. Muy ilustres, ¿eh? Y resulta que estos señores, que se habían encontrado con una historia de ellos a veces poco confesable para el nuevo régimen, con la necesitad de presentarse como gente del régimen o que habían entendido la manera de ser del régimen y por lo tanto, las publicaciones que tenían que ser reflejo de aquello que era el régimen. Bueno, pues un tío que no piensa lo que tiene que hacer creer a los demás que piensa, es muy difícil, ¿eh? Y vivían espantados, porque les podían echar, vaya. Y Sánchez Juan era un pobre hombre que no tenía otro oficio que ése. Los poetas y los literatos de tercera fila ¿con qué se ganan la vida? ¿Con lo que publican? Llegó un momento en el que no podía publicar nada porque lo hacía [escribía] en catalán. Y algún amiguete lo metió en la censura y sufría. Y nosotros, pues, ningún problema. Tenga usted en cuenta que se hizo un código de la prensa infantil, que no se llamaba código, eran estatutos, y que casi lo escribió todo mi padre. Y se lo ofrecimos a la Junta asesora de la prensa infantil y cuando vieron eso que les llevé yo, entonces Fraga dijo: “Está muy bien, les tengo que felicitar”. Ellos dijeron mira que bien, porque realmente no sabían ni lo que querían. Nosotros no sólo sabíamos lo que quería la censura, sino que mi padre era el autor de lo que la censura aplicaba, que no aplicaba nada feo. Quiero decir que no se podían poner palabrotas. Eran evidencias.
 
T: ¿Quién se encargó de los anuncios publicitarios de TBO en los sesenta, fue Francisco Robatti?
 
AV: Robatti era un técnico publicitario. Era un tipo con mucha labia que colocaba anuncios a la gente, era un corredor de anuncios, pero con una cultura bastante grande. Además era un parapsicólogo, eso era él. Él dominaba y se movía en esos ambientes de parapsicología, y tal, y era un tío con muy buena presencia y entró en el TBO proponiéndonos poner publicidad, pero para hacer publicidad en el TBO, no “del” TBO. Y cuando fui yo a trasladar al señor Buigas la idea, a decirle que habíamos recibido la visita de un señor que nos ponía en bandeja marcas de la Nestlé, por ejemplo, y a ver si podíamos poner eso pues… Claro, el señor Buigas era muy mirado de su espacio, creía que todo tenía que ser de arriba a abajo de aquello le gustaba que fuera así. Y como era director y uno de los dueños, pues boca abajo todo el mundo. Y mi padre no tenía ganas de discutir y yo, la relación comercial ésta se la pasaba al señor Buigas. Y un día llegué yo exultante, y le dije, “Señor Buigas, tenemos un filón en la mano”. Buigas dijo: “Ni pensamiento”. Siempre que no le gustaba una cosa que yo le proponía, me decía: “Eso, cuando usted se quede solo.” Tantas veces pensé lo de “Cuando usted se quede solo”, porque él no tenía sucesión, porque tenía hijas nada más, y mi padre sólo me tenía a mí porque el otro hijo suyo había muerto (ya le dije que cuando murió mi hermano fue cuando mi padre me dijo que viniera al TBO). Y, en fin, cuando estuve yo solo pusimos anuncios de El Caserío y demás, a remolque de Robatti, que fue el agente de publicidad que nos traía esos anuncios.
 
T: Usted “se quedó solo” en 1963, porque asumió la dirección de la revista aquel año. Es justo cuando el Ministerio de Información y Turismo apretó las tuercas un poco más a los directores de revistas de historietas. ¿Afectó eso al TBO?
 
AV: Vamos a ver, hubo una época en la que era obligatorio que el director de todas las revistas infantiles, o sea, los tebeos, tenían que tener un periodista de plantilla vinculado a la redacción. ¿Y eso cómo se hace?, decíamos. Después lo hubo. Yo fui profesor de los cursos de Prensa Infantil en la Escuela de Periodismo de Madrid. Yo he sido nada menos que profesor de la Escuela de Periodismo de Madrid. El Ministerio de Información y Turismo no nos apretó los tornillos, los que los apretaban los tornillos eran los miembros es esa Junta de asesores de Prensa infantil y como era mi padre quien había escrito la mayoría de cosas, por lo tanto…
 
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  Carles Bech.
T: Con usted se continuó con la tradición de la empresa familiar y en puestos de redacción estuvieron hijas de Buigas y Carles Bech, que venía de otras editoriales.
 
AV: No, no en redacción, estuvieron en las oficinas. Bech vino, sí, y nos vino de perilla cuando dejó de existir el señor Buigas, pero pasó antes, pasó diciendo que era guionista y diciendo más o menos en voz baja que había publicado en otras editoriales pero presentó cosas y enseguida gustaron. El señor Buigas se hizo cargo de la situación, por edad y por circunstancias fue amainando su ímpetu y aquello que hizo para Buigas, Estivill y Viña durante años, solo, pues resulta que acabó aceptando las cosas que le venían de Bech. Y Bech entró por la puerta grande porque gustaron sus trabajos. Y estuvo muchos años siendo uno de los principales guionistas. Y recibió el Premio Nacional de Historieta en 1974.
 
T: Otro autor que se encargó de muchas cosas en TBO fue Sirvent.
 
AV: Sirvent, sí. Era “arreglista”. Me lo acabo de inventar lo de “arreglista”. Él se dedicaba a arreglar cosas que hacían los dibujantes, la mayor parte de su trabajo era ese: arreglaba medidas. Estuvo trabajando hasta última hora en el TBO. Era necesario un hombre como él, he dicho arreglista por utilizar un símil de música. Entonces era muy incómodo que a los dibujantes se les exigiera ortografía o gramática. Teníamos un dibujante que era una persona que parecía que tenía otra cultura, que ponía barbaridades, me equivocaba las palabras, ponía haches donde no estaban. Entonces mi padre dijo un día: “Hombre, venga usted aquí a pasarse un rato rascando” [las rotulaciones], y como había muchos que se les tenían que arreglar cosas, pues era necesario un dibujante que supiera poner parches. Pues a este “culto” dibujante mi padre le dijo: “Oiga, Fulanito, cuando tenga usted una duda busque en un diccionario. ¿Es que no tiene diccionario?”. Y dijo, “No, ya me quisiera comprar uno pero vi que tenía dos tomos”. Quizá hubiese llegado en su esplendidez a comprarse un diccionario, pero dos tomos ya eran mucho. [risas] Pues eso es lo que hacía Sirvent: arreglaba cosas. Y también acabó teniendo una serie propia, Lobito Can, ya que estaba allí y me presentaba los originales... Era muy simpático pero es que no dio más de sí.
 
T. ¿Recuerda la tirada real de TBO en esa época en que usted lo dirigía?
 
AV: La tirada real no se podía declarar a Hacienda. Porque ahora tiene otros recursos Hacienda, pero antes tenía una cosa muy rara que era por gremios decir: ustedes nos han de pagar tanto. Eso que decíamos: Hacienda cogía un gremio, el gremio de revistas, y decían: “Repártanse ustedes esa cantidad”. Entonces nos teníamos que reunir los gerentes de las empresas, por ejemplo ¡Hola!... y todos se hacían el pobre, diciendo que no era un negocio el ¡Hola! Llegamos a tener tantas discusiones en el gremio entre ¡Hola!, Lecturas y… todos eran pobres a la hora de repartirse la cantidad global que tenía que pagar el gremio. Yo como era el presidente del gremio este, pues un día propuse una cosa que me abuchearon: “Aquí, cuando llegamos, todos somos pobres; pues la próxima reunión que vengan las mujeres, ¡a ver quién dice que es más pobre que la otra!” [risas]
Había una cosa… Le voy a mostrar un documento único, que ha tenido muy poca gente en la mano, la libreta donde mi padre escribía la tirada de cada semana.
 
[Nos la deja y la repasamos:]
 
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Portada de un TBO en su época de mayor tirada (1956).  
T: Revisaremos algunas hojas. La de 1954 indica que las tiradas van alrededor de los 300.000 ejemplares de tirada. Hay un apunte de una cifra record: se vendieron todos el 3 de noviembre de aquel año, 318.700 ejemplares. La más baja de todo el año fue el 27 de enero: 291.000. El almanaque para 1955: 276.000 ejemplares, “Se agotó toda la tirada”. En 1955, la más alta fue el 2 de octubre, 331.700 ejemplares. En 1954 los registros están numerados del 49 a 74 y con fechas desde el 13 de enero hasta el 29 de diciembre. O sea, hay números de ese año que van del 49 a 74 y en 1955 hay números que van de 75 al 100, que son 26 números, por lo tanto salían cada dos semanas, así que era quincenal todavía el TBO. Sigamos. Almanaque para 1956: 284.000 ejemplares, Almanaque humorístico para 1956 fueron 140.000 ejemplares. 1956, “récord absoluto de 350.000 ejemplares el 17 y 31 de octubre de 1956”. En este año están los números 101 a 126. Almanaque para 1957: 311.000, Almanaque humorístico: 176.000 ejemplares. Pone: “el número 126, del 21 de diciembre, se adelantó en cinco días la salida para hacerlo salir antes de la Navidad, esto trajo cierta perturbación al 125 y 126”. En esta libreta se encuentran registradas todas las tiradas, número a número, año tras año. En los años setenta vemos otra letra distinta.
 
AV: Esos ya no son números míos. Aquí el 71 [1971] ya no era mi padre. Esto ya era aquel Román que andaba por ahí, un oficinista. Y el otro ya no sé quién era.
 
T: Sigamos, 1958, cifras que rondan los 275 / 300 mil ejemplares, parece que van descendiendo un poco a lo largo del año. Para ser precisos, 1958 empieza con 320.500 y acaba en 262. 000 ejemplares de cada número de tirada. 1959 empieza con 264.500 y acaba con 234.500. El año 1960 empieza con 235.500 y acaba con 260.500. 1961 rondaban los 217.000. 1962, parecido. En el año 1963 baja bastante, desde los 183.500 hasta algo más de 150,000. A ver, un apunte de algún especial: Segundo álbum de Ulises, 125.000. Aquí ahora vienen por números del TBO.
 
AV: ¿Fue 350.000 la tirada más grande? Yo creo que nunca llegamos a los 500.000 pero recuerdo que rondamos los 400.000.
 
T: En los años sesenta ya había bajado. En 1963 acaba con 158.000 y alrededor de los 150.000, o poco más, durante un tiempo. Ya no pone los años. Veamos: Ronda los 140.000 ejemplares alrededor del número 523. Los 125.000 alrededor del número 600 de TBO. Alrededor de los 115.000 en el año 1971, que ya eran semanales entonces. Luego rondan los 100.000 hacia el final de esta etapa del TBO. Cuando comienza el TBO 2000 la tirada es de 96.000 ejemplares. Luego sigue descendiendo, en el año 1975 están alrededor de 68.000. Alrededor del número 2.233 son 50.000 ejemplares. Alrededor de los 40.000 a principios del año 1982…
 
AV: Pero claro, ya estamos en el tiempo en que el TBO se incluyó en la revista Lecturas. Aquí no están registradas las tiradas porque estaba impreso en Lecturas y no se vuelven a apuntar hasta que se volvió a tirar en Baguñá.
 
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   Declaraciones del director acerca del fin de la revista (La Vanguardia, 18-II-1988).
T: En efecto, las últimas antes de la inclusión en Lecturas son de 30.000 en el TBO número 2.381, antes de eso está el nº 2.356 salió con 31.200 ejemplares. En enero de 1982, ya de vuelta, se tiran 40.000 del nº 2.469. La última tirada recogida aquí es del número 2.484, del 21 de abril de 1982, que pone 28.000 ejemplares. Y ya se acaban las anotaciones.
 
T. O sea, en el año 1981 fue cuando TBO y Lecturas se juntaron. Duró un año ¿Cómo fue?
 
AV: Ellos lo hicieron para vender más ellos. Lo que no funcionó es que les salía caro a ellos. Para TBO era un pacto ventajoso, era un caramelo en unos momentos en los que ya se veía que la cosa no duraría. De la misma manera que empezamos a tirarlo en otra imprenta. Los últimos años, los últimos números, los tiramos en San Sebastián. Los TBO pasaron por la imprenta de Lecturas y cuando a ellos les dejó de gustar la idea esta, porque les salía caro o que no lo veían oportuno pues entonces lo mandamos hacer en San Sebastián, porque nos lo ofrecieron más barato. Pero ya eran ramalazos, palos de ciego.
 
T: ¿Y tras el cierre del TBO en 1983 qué fue de Viña?
 
AV: Fue un paseante. Un prejubilado. He tenido mucha actividad dentro de los museos de Barcelona, he sido amigo de casi todos los directores de museos, como aficionado que siempre estaba allí en las cosas importantes. Y después, las excursiones semanales con el Mossen. Esa ha sido mi vida, y también los nietos que, entre nietos y biznietos he tenido 24. Ya ve, aquella llegada de tres personas con dos billetes ha ido a parar aquí. [risas]
 
T: En fin, muchísimas gracias por todo.
 
AV: A vosotros, a mí me gusta hablar y he disfrutado mucho.
 

 

NOTAS.


 

[1] Se refiere al TBO de posguerra cuyo arranque tradicionalmente se ha fechado en ese año por existir un lanzamiento monográfico titulado Selección de historietas y pasatiempos para 1942, si bien la reaparición de TBO no se produjo hasta 1943. Véase a este respecto el artículo “El TBO de Buigas, el TBO de siempre”, publicado en TEBEOSFERA, nº 8, en 4-XI-2011.
[2] Se refiere a 1915 o 1917, pero Editorial Bauzá ya existía desde al menos 1910.
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Creación de la ficha (2011): Albert Viña, Carlos De Gregorio y Manuel Barrero. Edición de Antonio Moreno.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
ALBERTO VIÑA TOUS, CARLOS DE GREGORIO, Manuel Barrero (2011): "El último director de TBO. Entrevista a Albert Viña.", en Tebeosfera, segunda época , 8 (8-XI-2011). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 13/XII/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/el_ultimo_director_de_tbo._entrevista_a_albert_vina..html