4 de julio de 1976. El Bicentenario.
John Byrne se encuentra frente al tablero de dibujo donde ha
elaborado un dibujo de Conan. Falto de inspiración, mira por la
ventana el desfile que progresa calle arriba. Trompetas,
majorettes de marmóreos muslos, barras y estrellas. Rojo y azul
y la tarta de manzana. Es la fiesta nacional más colorista de
todos los tiempos. Lo genuinamente americano saciando un
espíritu conmemorativo multitudinario y gozoso, no en vano EE UU
ya ocupa en 1976 la primacía económica del mundo tras la
expansión que sucediera a la posguerra y que culminó tras 1973
con una renta per cápita de 7.810 dólares.
Este es un dato que ayuda a comprender por qué el público
americano lector de comic books aceptó gratamente que los tebeos
subiesen su precio de 15 centavos de 1973 a los 30 centavos que
alcanzaron en 1977 (hasta entonces los precios habían
permanecido inmutables durante décadas). Y es que la industria
del cómic tenía razones para hacer fiesta durante el año del
Bicentenario: Los comic books se leían ya habitualmente por
universitarios y adultos tras el periodo de incorporación a la
contracultura. Estos nuevos lectores obtenían de los comic books
mayor dosis de imaginación que la que brindaba la televisión y
algunos héroes (caso de Silver Surfer, emblema de una generación
–preguntad a Kevin Smith o a Quentin Tarantino si no lo creéis-)
se llegaron a considerar por cierto sector de la juventud como
visualizaciones de una nación de poder omnipotente pero mermada
por la culpabilidad y la duda. Pasada la etapa contestataria del
underground y al igual había ocurrido con el jazz, por
estas fechas los comic books ya se habían legitimado como
genuino arte americano. Salían en los programas de la tele, como
el famoso entonces Good Morning America. Se incluyeron en
programas escolares de enseñanza, fueron objeto de tesis
doctorales y dieron lugar a sesudos tratados, pues de esta fecha
data The World Encyclopedia of Comics, gran diccionario
dirigido por Maurice Horn.
Las empresas editoriales comenzaron a exportar más y mejor sus
productos y adoptaron nuevas decisiones de “hermanamiento” (de
“todo por la pela”, que diríamos nosotros), como las de
colaboración para lanzar a la vez títulos editados por ambos
sellos. Marvel y DC lanzaron entonces su Superman / Spider-Man,
dando a entender que en definitivas cuentas todo era negocio,
estrategias de mercado. Quizá el apartado más importante y
beneficioso fue la explotación de derivaciones: el
merchandising adquirió entonces una importancia que nadie
imaginaba un par de años atrás: carpetas, pijamas, jerséis,
cuadernos, banderines, pegatinas, pins, muñecos, dioramas,
puzzles gigantes, armas de juguete, chicles vitamínicos...
¡hasta lanzatelarañas y trajes de batalla! Los cómics de
superhéroes, como industria en expansión a finales de los 1970,
eran una de las imágenes de la omnipresencia de EE UU en el
mundo en los inicios de lo que luego sería denominado
globalización.
No obstante, estaban teniendo lugar otros acontecimientos
trascendentes y transformadores del tejido industrial y de la
condición del medio. Uno: la aparición de la revista Heavy
Metal en los EE UU y de la publicación y cuna de genios
2000 A.D. en el Reino Unido –donde hubo historietas
vinculadas al fantasy-. Dos: el brote de los afanes de
editores “independientes” en forma de series de fantasía heroica
y tanteando otros géneros, como Elfquest y Cerebus,
aunque hay otros ejemplos fuera de América, como las series de
Thorgal y Taar en Francia. Tres: el aumento de
lectores de cómics con nueva orientación, más desasosegante y
comprometida, como American Splendor de H. Pekar. Cuatro:
el reconocimiento de la posesión intelectual de la creación
historietística como ocurría por estas fechas con Siegel y
Shuster, que recibieron recompensa por haber sido los creadores
de un héroe emblemático y los impulsores de un género que luego
daría lugar a un enorme negocio: Superman...
Mucho cambio. Y los bárbaros ni se inmutaron. Las novelas de
Conan llevaban vendidos ya millones de ejemplares. The Savage
Sword of Conan aguantó, además, como modelo de publicación,
pues al final de 1976 toda la línea de magacines de Marvel había
dejado de publicarse salvo la protagonizada por el cimmerio. El
público seguía fielmente sus aventuras, conducidas con mano
maestra por Thomas, y sus páginas de correo tenían hasta
corresponsales fijos, como Ed Via, Ed O’Reilly o Ralph Macchio,
alguno de los cuales pasaría a ser un profesional del cómic.
Aparte de los lectores, otras agrupaciones de entendidos en la
fantasía certificaron su calidad al serle concedido a la
publicación en su conjunto el premio August Derleth que otorgaba
todos los años la British Fantasy Society. Todo un honor.
En realidad, el legado
Robert E. Howard había adquirido una presencia notoria
desde 1975 al infiltrarse su obra en otras áreas y medios:
libros ilustrados por historietistas -como el Grey God Passes
ilustrado por Walter Simonson-, discos de vinilo conteniendo
narraciones de varios de sus héroes, portafolios distribuidos
por Moondance Productions (que se añadían a los que había
lanzado Barry Windsor-Smith desde su propia empresa The
Gorblimey Press), una nueva edición de sus relatos a partir de
1977...
A esto hay que sumar la gruesa biografía de REH escrita por
Donald M. Grant y publicada en 1976 bajo el título The Last
Celt. Y, para concluir esta relación, es necesario señalar
que por estas fechas fue cuando se creó la empresa Conan
Properties Inc., propietaria de los derechos sobre el personaje
y responsable de velar por sus ediciones en todo el mundo.
Y debemos detenernos, aquí, en
un hecho esencial muchas veces pasado por alto. En 1976, el
relato howardiano “The Valley of the Worm” fue el germen de un
proyecto que desafió al mainstream por pretender revestir
al cómic de una entidad inédita. Fue Bloodstar, un
maravilloso libro de cómics dibujado por el autor underground
Richard Corben y que debe tenerse por el inaugurador del
modelo graphic novel, o novela gráfica, que poco después
se atribuyó pomposamente Hill Eisner. Esta obra fue también
adaptada por Gil Kane y Ernie Chan para un tebeo de Marvel, lo
cual es otro hecho inaudito, pues la duplicidad no ha sido nunca
norma en la historia de los cómics estadounidenses.
En este panorama cambiante, las series de Conan en Marvel no
abrazaron grandes modificaciones. Roy Thomas, con la vida algo
atribulada, buscó reposo en las cálidas costas de California, a
donde se trasladó a vivir. Desde allí pensó en darle algo de
vidilla a las cubiertas de Savage Sword y sedujo para
pintarlas a Ken Barr, Dan Adkins y otros, hasta que llegó Earl
Norem y se afirmó como uno de los más acertados intérpretes de
la figura de Conan. Norem era, precisamente, un destacado
representante de las revistas del tipo sweat mags con las
que algunos compararon a Conan
al principio de su andadura. En Conan the Barbarian no
se modificó el equipo creativo básico de Buscema / Chan ni se
incorporaron nuevos personajes. Al contrario, recurrió a los ya
conocidos una y otra vez. En esta serie hizo confluir los
argumentos de las aventuras protagonizadas por Conan, Bêlit y
Red Sonja en septiembre de 1976, invitando de paso a Kull para
con ello incentivar la reaparición de Kull the Destroyer
–renacido en agosto de 1976 con Doug Moench, Ed Hannigan y Steve
Gan al mando de la nava- e ir abonando el terreno para la
llegada de Red Sonja, que viviría 1977 voluptuosamente
mecida por el arte de Frank Thorne. Con esta estrategia
supervisada atentamente por Eddie Shukin (director de
distribución de Marvel por entonces, que a la postre era quien
decidía qué se publicaba y qué no) siguieron apareciendo héroes
en distintas colecciones hasta diciembre de 1976, Sonja, Conan,
Bêlit, Kull, y a los formatos gruesos Giant Size Conan
les siguieron con cadencia anual los Conan the Barbarian
Annual... Por extraño que pueda parecer, el personaje enseña
de Marvel, Spiderman, protagonizaba menos cabeceras que el
cimmerio durante un lapso de tiempo (a lo cual vino en socorro
Peter Parker. The Spectacular Spider-Man a finales de
1976).
Todo bajo control, pues. Sólo un personaje parecía escurrírsele
entre los dedos a Thomas y a los editores de Marvel: Solomon
Kane. Thomas quiso que las aventuras de Solomon Kane, hijo
también de Howard, se incluyeran junto a sus demás creaciones en
The Savage Sword of Conan, donde delegó en Doug Moench
como guionista y se escogió a los dibujantes Mike Zeck, Alan
Weiss, Ralph Reese y Steve Gan para darle vida. No estuvo mal.
Pero no tan bien parado salió el personaje en diciembre de 1976,
cuando lo estrenaron en colorines. Ocurría en la serie de
miscelánea Marvel Premiere, a la altura de los números 33
y 34, donde vimos al puritano interpretado sui géneris por
Howard Chaykin, con aspecto de bañista de los años 1920. Los
lectores repudiaron aquel aspecto y el personaje lo logró serie
propia. Chaykin, por el contrario, prosiguió vistiendo a sus
personajes a la misma usanza, y su Monark Starstalker que llegó
dando brincos por Marvel Premiere también inauguró una
época de trajes sistemáticamente llamativos y aparentemente
ucrónicos en su diseño, lo cual extendería a su Cody Starbuck y,
en menor medida, a American Flagg!
El especto de personajes y creaciones de REH se amplió y comenzó
a resultar difícil de controlar su explotación. No todo el Conan
en viñetas se hallaba bajo el control de Marvel, por ejemplo. En
1975 había sido distribuido un disco –de vinilo- que contenía
grabaciones de relatos de Conan narrados por las voces de Roy
Thomas y Alan B. Goldstein. Al joven de New England que se le
ocurrió la idea, cerebro de la Moondance Productions, lanzó
1.500 copias del producto con una deliciosa carátula de Tim
Conrad. En 1976 salió otro long play similar, a la par
que otros con narraciones protagonizadas por Hulk, Spider-Man y
Captain America. El de Conan venía producido por Neal Adams y
Dick Giordano para la empresa Power Records con cuatro
narraciones, dos que partían de un argumento de Roy Thomas y dos
ideadas por el guionista Len Wein. El cuarto tema del LP (de
Wein) sirvió como base para el guión de un comic book dibujado
por John Buscema y Neal Adams que Thomas quiso rescatar para
Conan the Barbarian pero no pudo en aquel entonces debido a
que Adams retuvo férreamente su parte de los derechos de la
obra. Marvel recuperaría la historieta años después, para el
núm. 116 de Conan the Barbarian. Los problemas de
derechos impidieron su publicación en España en su momento.
Conan estaba en la cima en 1976. Era negocio. Sólo
un lustro después de su aparición, los primeros números de
Savage Tales se cotizaban en el mercado de segunda mano a 40
dólares ¡una burrada para entonces! La razón era Moda. Pero,
también era Calidad. La calidad de una conjunción portentosa, la
formada por los que serían considerados para siempre como los
mejores autores de Conan: Thomas al guión, Buscema al lápiz y, a
la tinta, Alfredo Alcalá en Savage Sword y Ernie Chan en
Conan the Barbarian, cuatro hombres que a juicio del
público lector definieron el llamado “Canon Conan”. Es cierto
que esos cuatro ases contribuyeron a instalarse entre el gusto
del público, pero por encima de todos ellos, sobresaliendo como
el as en la manga, estaba Thomas, meditando el próximo paso,
reflexionando sobre lo que convenía al público, escogiendo
textos de Howard para desmenuzarlos en viñetas, encargando
ilustraciones, vigilando las páginas que pasaban por sus manos
antes de dirigirlas al entintador filipino, deteniéndose en los
diálogos, escribiendo enfebrecido por la emoción, inmerso en la
saga del personaje de la Era Hyboria, seleccionando los
materiales para construir las publicaciones...
Hubo un tiempo en que los cómics de Conan eran cónclave de todo
el “arte de los cómics” de su tiempo.
Barry Smith, Neal Adams, John Buscema, Howard Chaykin, Bernie
Wrightson pasaron por sus viñetas.
Y hubo portafolios de Gene Day, Tim Conrad, Virgil Finaly,
Ricard Corben, Roy G. Krenkel...
Hasta John Byrne, que andaba entonces medrando en popularidad en
Iron Fist, Champions y Starlord. Ahora se hallaba
dibujando una ilustración promocional del personaje Conan, que
se hallaba en plena efervescencia. Era para The Savage Sword
of Conan, núm. 9. Y tenía en una esquina de su mesa un
precontrato para reavivar la serie maldita aquella de los
mutantes: X-Men. Pero demoraría su decisión para el 6 de
julio, el día de su cumpleaños.
En un par de días decidiría, sí. |