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HYBORIA EN VIÑETAS

13- DEL GUSTO POR LO BÁRBARO CUANDO EE UU CUMPLE 200 AÑOS.

Imagen de cabecera: Pin-up de John Byrne para Conan, de Savage Sword of Conan, 9, quizá recoloreado?.e © 2006 Barry Windsor-Smith


4 de julio de 1976. El Bicentenario.

 

John Byrne se encuentra frente al tablero de dibujo donde ha elaborado un dibujo de Conan. Falto de inspiración, mira por la ventana el desfile que progresa calle arriba. Trompetas, majorettes de marmóreos muslos, barras y estrellas. Rojo y azul y la tarta de manzana. Es la fiesta nacional más colorista de todos los tiempos. Lo genuinamente americano saciando un espíritu conmemorativo multitudinario y gozoso, no en vano EE UU ya ocupa en 1976 la primacía económica del mundo tras la expansión que sucediera a la posguerra y que culminó tras 1973 con una renta per cápita de 7.810 dólares.

 

Este es un dato que ayuda a comprender por qué el público americano lector de comic books aceptó gratamente que los tebeos subiesen su precio de 15 centavos de 1973 a los 30 centavos que alcanzaron en 1977 (hasta entonces los precios habían permanecido inmutables durante décadas). Y es que la industria del cómic tenía razones para hacer fiesta durante el año del Bicentenario: Los comic books se leían ya habitualmente por universitarios y adultos tras el periodo de incorporación a la contracultura. Estos nuevos lectores obtenían de los comic books mayor dosis de imaginación que la que brindaba la televisión y algunos héroes (caso de Silver Surfer, emblema de una generación –preguntad a Kevin Smith o a Quentin Tarantino si no lo creéis-) se llegaron a considerar por cierto sector de la juventud como visualizaciones de una nación de poder omnipotente pero mermada por la culpabilidad y la duda. Pasada la etapa contestataria del underground y al igual había ocurrido con el jazz, por estas fechas los comic books ya se habían legitimado como genuino arte americano. Salían en los programas de la tele, como el famoso entonces Good Morning America. Se incluyeron en programas escolares de enseñanza, fueron objeto de tesis doctorales y dieron lugar a sesudos tratados, pues de esta fecha data The World Encyclopedia of Comics, gran diccionario dirigido por Maurice Horn.

 

Las empresas editoriales comenzaron a exportar más y mejor sus productos y adoptaron nuevas decisiones de “hermanamiento” (de “todo por la pela”, que diríamos nosotros), como las de colaboración para lanzar a la vez títulos editados por ambos sellos. Marvel y DC lanzaron entonces su Superman / Spider-Man, dando a entender que en definitivas cuentas todo era negocio, estrategias de mercado. Quizá el apartado más importante y beneficioso fue la explotación de derivaciones: el merchandising adquirió entonces una importancia que nadie imaginaba un par de años atrás: carpetas, pijamas, jerséis, cuadernos, banderines, pegatinas, pins, muñecos, dioramas, puzzles gigantes, armas de juguete, chicles vitamínicos... ¡hasta lanzatelarañas y trajes de batalla! Los cómics de superhéroes, como industria en expansión a finales de los 1970, eran una de las imágenes de la omnipresencia de EE UU en el mundo en los inicios de lo que luego sería denominado globalización.

 

No obstante, estaban teniendo lugar otros acontecimientos trascendentes y transformadores del tejido industrial y de la condición del medio. Uno: la aparición de la revista Heavy Metal en los EE UU y de la publicación y cuna de genios 2000 A.D. en el Reino Unido –donde hubo historietas vinculadas al fantasy-. Dos: el brote de los afanes de editores “independientes” en forma de series de fantasía heroica y tanteando otros géneros, como Elfquest y Cerebus, aunque hay otros ejemplos fuera de América, como las series de Thorgal y Taar en Francia. Tres: el aumento de lectores de cómics con nueva orientación, más desasosegante y comprometida, como American Splendor de H. Pekar. Cuatro: el reconocimiento de la posesión intelectual de la creación historietística como ocurría por estas fechas con Siegel y Shuster, que recibieron recompensa por haber sido los creadores de un héroe emblemático y los impulsores de un género que luego daría lugar a un enorme negocio: Superman...

 

Mucho cambio. Y los bárbaros ni se inmutaron. Las novelas de Conan llevaban vendidos ya millones de ejemplares. The Savage Sword of Conan aguantó, además, como modelo de publicación, pues al final de 1976 toda la línea de magacines de Marvel había dejado de publicarse salvo la protagonizada por el cimmerio. El público seguía fielmente sus aventuras, conducidas con mano maestra por Thomas, y sus páginas de correo tenían hasta corresponsales fijos, como Ed Via, Ed O’Reilly o Ralph Macchio, alguno de los cuales pasaría a ser un profesional del cómic. Aparte de los lectores, otras agrupaciones de entendidos en la fantasía certificaron su calidad al serle concedido a la publicación en su conjunto el premio August Derleth que otorgaba todos los años la British Fantasy Society. Todo un honor.

 

En realidad, el legado Robert E. Howard había adquirido una presencia notoria desde 1975 al infiltrarse su obra en otras áreas y medios: libros ilustrados por historietistas -como el Grey God Passes ilustrado por Walter Simonson-, discos de vinilo conteniendo narraciones de varios de sus héroes, portafolios distribuidos por Moondance Productions (que se añadían a los que había lanzado Barry Windsor-Smith desde su propia empresa The Gorblimey Press), una nueva edición de sus relatos a partir de 1977...

A esto hay que sumar la gruesa biografía de REH escrita por Donald M. Grant y publicada en 1976 bajo el título The Last Celt. Y, para concluir esta relación, es necesario señalar que por estas fechas fue cuando se creó la empresa Conan Properties Inc., propietaria de los derechos sobre el personaje y responsable de velar por sus ediciones en todo el mundo.

 

Y debemos detenernos, aquí, en un hecho esencial muchas veces pasado por alto. En 1976, el relato howardiano “The Valley of the Worm” fue el germen de un proyecto que desafió al mainstream por pretender revestir al cómic de una entidad inédita. Fue Bloodstar, un maravilloso libro de cómics dibujado por el autor underground Richard Corben y que debe tenerse por el inaugurador del modelo graphic novel, o novela gráfica, que poco después se atribuyó pomposamente Hill Eisner. Esta obra fue también adaptada por Gil Kane y Ernie Chan para un tebeo de Marvel, lo cual es otro hecho inaudito, pues la duplicidad no ha sido nunca norma en la historia de los cómics estadounidenses.

 

En este panorama cambiante, las series de Conan en Marvel no abrazaron grandes modificaciones.  Roy Thomas, con la vida algo atribulada, buscó reposo en las cálidas costas de California, a donde se trasladó a vivir. Desde allí pensó en darle algo de vidilla a las cubiertas de Savage Sword y sedujo para pintarlas a Ken Barr, Dan Adkins y otros, hasta que llegó Earl Norem y se afirmó como uno de los más acertados intérpretes de la figura de Conan. Norem era, precisamente, un destacado representante de las revistas del tipo sweat mags con las que algunos compararon a Conan al principio de su andadura. En Conan the Barbarian no se modificó el equipo creativo básico de Buscema / Chan ni se incorporaron nuevos personajes. Al contrario, recurrió a los ya conocidos una y otra vez. En esta serie hizo confluir los argumentos de las aventuras protagonizadas por Conan, Bêlit y Red Sonja en septiembre de 1976, invitando de paso a Kull para con ello incentivar la reaparición de Kull the Destroyer –renacido en agosto de 1976 con Doug Moench, Ed Hannigan y Steve Gan al mando de la nava- e ir abonando el terreno para la llegada de Red Sonja, que viviría 1977 voluptuosamente mecida por el arte de Frank Thorne. Con esta estrategia supervisada atentamente por Eddie Shukin (director de distribución de Marvel por entonces, que a la postre era quien decidía qué se publicaba y qué no) siguieron apareciendo héroes en distintas colecciones hasta diciembre de 1976, Sonja, Conan, Bêlit, Kull, y a los formatos gruesos Giant Size Conan les siguieron con cadencia anual los Conan the Barbarian Annual... Por extraño que pueda parecer, el personaje enseña de Marvel, Spiderman, protagonizaba menos cabeceras que el cimmerio durante un lapso de tiempo (a lo cual vino en socorro Peter Parker. The Spectacular Spider-Man a finales de 1976).

 

Todo bajo control, pues. Sólo un personaje parecía escurrírsele entre los dedos a Thomas y a los editores de Marvel: Solomon Kane. Thomas quiso que las aventuras de Solomon Kane, hijo también de Howard, se incluyeran junto a sus demás creaciones en The Savage Sword of Conan, donde delegó en Doug Moench como guionista y se escogió a los dibujantes Mike Zeck, Alan Weiss, Ralph Reese y Steve Gan para darle vida. No estuvo mal. Pero no tan bien parado salió el personaje en diciembre de 1976, cuando lo estrenaron en colorines. Ocurría en la serie de miscelánea Marvel Premiere, a la altura de los números 33 y 34, donde vimos al puritano interpretado sui géneris por Howard Chaykin, con aspecto de bañista de los años 1920. Los lectores repudiaron aquel aspecto y el personaje lo logró serie propia. Chaykin, por el contrario, prosiguió vistiendo a sus personajes a la misma usanza, y su Monark Starstalker que llegó dando brincos por Marvel Premiere también inauguró una época de trajes sistemáticamente llamativos y aparentemente ucrónicos en su diseño, lo cual extendería a su Cody Starbuck y, en menor medida, a American Flagg!

 

El especto de personajes y creaciones de REH se amplió y comenzó a resultar difícil de controlar su explotación. No todo el Conan en viñetas se hallaba bajo el control de Marvel, por ejemplo. En 1975 había sido distribuido un disco –de vinilo- que contenía grabaciones de relatos de Conan narrados por las voces de Roy Thomas y Alan B. Goldstein. Al joven de New England que se le ocurrió la idea, cerebro de la Moondance Productions, lanzó 1.500 copias del producto con una deliciosa carátula de Tim Conrad. En 1976 salió otro long play similar, a la par que otros con narraciones protagonizadas por Hulk, Spider-Man y Captain America. El de Conan venía producido por Neal Adams y Dick Giordano para la empresa Power Records con cuatro narraciones, dos que partían de un argumento de Roy Thomas y dos ideadas por el guionista Len Wein. El cuarto tema del LP (de Wein) sirvió como base para el guión de un comic book dibujado por John Buscema y Neal Adams que Thomas quiso rescatar para Conan the Barbarian pero no pudo en aquel entonces debido a que Adams retuvo férreamente su parte de los derechos de la obra. Marvel recuperaría la historieta años después, para el núm. 116 de Conan the Barbarian. Los problemas de derechos impidieron su publicación en España en su momento.

 

Conan estaba en la cima en 1976. Era negocio. Sólo un lustro después de su aparición, los primeros números de Savage Tales se cotizaban en el mercado de segunda mano a 40 dólares ¡una burrada para entonces! La razón era Moda. Pero, también era Calidad. La calidad de una conjunción portentosa, la formada por los que serían considerados para siempre como los mejores autores de Conan: Thomas al guión, Buscema al lápiz y, a la tinta, Alfredo Alcalá en Savage Sword y Ernie Chan en Conan the Barbarian, cuatro hombres que a juicio del público lector definieron el llamado “Canon Conan”. Es cierto que esos cuatro ases contribuyeron a instalarse entre el gusto del público, pero por encima de todos ellos, sobresaliendo como el as en la manga, estaba Thomas, meditando el próximo paso, reflexionando sobre lo que convenía al público, escogiendo textos de Howard para desmenuzarlos en viñetas, encargando ilustraciones, vigilando las páginas que pasaban por sus manos antes de dirigirlas al entintador filipino, deteniéndose en los diálogos, escribiendo enfebrecido por la emoción, inmerso en la saga del personaje de la Era Hyboria, seleccionando los materiales para construir las publicaciones...

 

Hubo un tiempo en que los cómics de Conan eran cónclave de todo el “arte de los cómics” de su tiempo. Barry Smith, Neal Adams, John Buscema, Howard Chaykin, Bernie Wrightson pasaron por sus viñetas. Y hubo portafolios de Gene Day, Tim Conrad, Virgil Finaly, Ricard Corben, Roy G. Krenkel...

 

Hasta John Byrne, que andaba entonces medrando en popularidad en Iron Fist, Champions y Starlord. Ahora se hallaba dibujando una ilustración promocional del personaje Conan, que se hallaba en plena efervescencia. Era para The Savage Sword of Conan, núm. 9. Y tenía en una esquina de su mesa un precontrato para reavivar la serie maldita aquella de los mutantes: X-Men. Pero demoraría su decisión para el 6 de julio, el día de su cumpleaños.

 

En un par de días decidiría, sí.


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 [ © 2006 Manuel Barrero, por el texto, y Carlos Yáñez, por el diseño ]  [ © 2006 Conan Properties International, LLC / Robert E. Howard Properties, LLC. El resto de los copyrights corresponden a los editores y autores de estos productos aquí mostrados, lo cual se hace con carácter exclusivamente informativo y / o promocional ]