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HYBORIA EN VIÑETAS


14- DE CUANDO LAS HEROÍNAS SE ENCARNARON FRENTE A LA PACATERÍA.

Imagen de cabecera: Foto de Frank Thorne y Linda Behrle, ataviados para la representación del “Show del mago y Red Sonja”, en una de las convenciones a las que acudieron. Foto de Bob Pinaha. © 2006 Barry xxx xxxx


Julio de 1976, San Diego.

 

Jenny Nelson da un brinco cuando anuncian que ha sido galardonada con un premio a la mejor interpretación por “One Day in Zamora”. ¡Del bote casi se le descompuso el disfraz, integrado por una mínima cota de malla a modo de bikini! «¿A quién demonios se le ocurriría vestir así a este personaje de historieta?», se preguntó, entre azorada y alborozada.

 

Para comprender mejor la elección y mantenimiento de una armadura tan insólita y erótica sobre el personaje Red Sonja, es conveniente que rememoremos los tropiezos con la censura que experimentaron los cómics en EE UU desde dos décadas antes.

 

Durante los años sesenta habían cambiado muchas cosas en la sociedad americana, y también en los cómics, de hecho la revolución de Marvel residía en la metamorfosis del héroe mítico en un superhéroe humanizado. En el ámbito político, los demócratas, antirracistas y otras gentes de pensamiento progresista fueron haciendo mayor acopio de votos, pero el sello de la Comics Code Authority impuesto en los años cincuenta para velar por la correcta formación de los niños yanquis no había variado su normativa. Se trataba de un código deontológico que se impusieron a sí mismos los editores importantes desde 1954 ante la amenaza de censura por parte de la administración estadounidense (aunque no era un invento americano: hubo códigos de este tipo antes en Francia, Canadá y Alemania). Esta normativa se flexibilizó un poco a comienzos de la década de los setenta y en 1971 se permitió que las chicas de los comic books llevasen bikinis (antes tenían que ir con trajes de una pieza), que hubiera algún villano simpático y que regresaran los vampiros y los licántropos. Al poco, en 1972, ya pudo tratarse el tema de las drogas tras la famosa saga relativa al tema aparecida en The Amazing Spider-Man.

 

Los autores de los cómics de Conan, tanto de Conan the Barbarian como de The Savage Sword of Conan (revista que por su formato se desasía del impuesto censor del CCA, pero que aún así no pudo mostrar toda la desnudez que obraba en los relatos originales de REH), lucharon siempre por mostrar elementos que frisaron lo censurable para dotar a la serie de mayor grado de exotismo, erotismo y truculencia, todo en aras de la credibilidad. Smith había tenido al principio que dibujar los estoques ocultos tras los cuerpos, o no mostrar directamente los puñales que se clavaban en la carne, tuvo que olvidarse de derramar sangre y vistió debidamente a las damas. Del lenguaje se ocupó Thomas, evitando coloquialismos y vulgaridades (también prohibidos por el CCA, aunque, curiosamente, nunca nunca dijeron nada sobre que los habitantes de la Era Hyboria se llamaran unos a otros “perros”, algo bastante insultante en los EE UU). Tras los primeros números de Conan the Barbarian, Smith no se contuvo y por escenificar mejor sus historias había comenzado a desvestir a las chicas (algo ya claro en el número 3), a mostrar más crudeza en Conan (como ocurría en la historieta del número 7), y a arriesgarse con situaciones delicadas. Así, en el número 6 las mozas comenzaban a ser peligrosamente curvilíneas y Jenna, en el número 11, no sólo mostraba toda su espalda desnuda sino que también la situación denotaba claramente que acababa de hacer el amor con el bárbaro.

 

Tampoco cedió el CCA ante supuestas muestras de pudorosas regiones anatómicas femeninas como las de Fátima y Red Sonja en los números 12 y 24 de la serie original, o como ocurriera con la portada del número 16, donde obligaron a Smith a retocar el dibujo de la rodilla de Atali, la Hija del Gigante Helado, por que adujeron que allí mostraba su pubis. Entre 1971 y 1972 el CCA había aflojado su presa y admitió cambios en sus preceptos, lo cual posibilitó mostrar mayor crudeza en las escenas. Prueba de ello fue la incruenta refriega en Makkalet, donde Fafnir aparecía con el brazo recién cercenado o donde Conan destrozaba abdómenes hyrkanios alegremente. Y cuando se admitió que las chicas llevasen vestidos de dos piezas, Marvel aprovechó para reclutar a un ejército de amazonas en sujetador para muchos de sus comic books (Tygra y Satana constituyeron vanguardia de este nuevo ejército de “potentes” chicas) y para acentuar las curvas de otras heroínas (las de Black Widow quedaron grabadas indeleblemente en la memoria de todo aficionado, algo más que las de Lady Sif o Mantis, otras gráciles superheroínas que se destaparon por entonces...).

 

Entre los bárbaros fue Red Sonja la que dio la nota en este sentido, pertrechada con una cota de mallas que desató pasiones entre los lectores y también en Smith. Sus torres de Makkalet parecían una clara alusión fálica, y su escena del baño del número 24 de la serie fue censurada en su versión en color (la versión original aparecería en el núm. 82 de The Savage Sword of Conan).

 

Tras la marcha del británico de Conan the Barbarian, Buscema y otros autores fueron atreviéndose más con la desnudez femenina: sugerente resultó la Helgi del número 18, turbadora Timara en el número 45, excitante Bardylis en el 79, arrebatadora Ayeeda en el 86 y, por supuesto, Bêlit, mujer diosa que a todos nos enamoró. Pero la que más dio que hablar por sus rotundas carnes y su carga sexual fue Red Sonja.

 

Con fecha de cubierta de noviembre de 1974 se había lanzado el núm. 1 de Marvel Feature presents Red Sonja, un ejemplar enojoso por cuanto se limitaba a recuperar dos historietas publicadas anteriormente (en The Savage Sword of Conan, 1, y en Conan the Barbarian, 48). Con el tebeo se iniciaba una colección de aventuras protagonizadas en exclusiva por una mujer y era la primera que lo hacía con tanto ardor. Muchas chicas habían comandado sus propias series de comic books desde los años cuarenta, pero ninguna con el carácter independiente de Sonja. A partir del núm. 2 de la serie comenzaron a ofrecerse nuevas aventuras de Sonja, escritas por Bruce Jones dado que Thomas se hallaba ocupado con Invaders, Fantastic Four, Marvel Team-Two-in-One, Conan the Barbarian y las series ambientadas en el mundo de Oz. El dibujante elegido fue Frank Thorne, un veterano de la industria que ya contaba 45 tacos y había ganado algún premio, aunque venía avalado por Archie Goodwin.

 

Sonja fue la primera heroína de Marvel cuya serie sobrevivió más de cuatro números, y eso pese a que la labor de Thorne fue bastante desatendida por los lectores. Su personal visión de la Era Hyboria, recargada y sucia, con una ornamentación de viñetas algo rococó y con páginas estructuradas de manera sofocante no se adecuaba a los estilemas al gusto de los más jóvenes dibujantes de la casa. Luego Thorne dibujaría los fondos más limpiamente según iba siendo seducido por el personaje («Sonja es real... la amo profundamente», dijo). Este amor por la guerrera pelirroja le impulsó a organizar uno de los espectáculos más insólitos entre las convenciones de cómics de su tiempo. Tras Dawn Greil en 1974 y Chris Lundy en la Costa Oeste al año siguiente, nuevas “sonjas” de carne y hueso aparecieron. En julio de 1976 se reunieron en la convención de San Diego las carnosas Michaele Walters y Jenny Nelson, en este último caso para interpretar una actuación teatral corta en vivo de título One Day in Zamora (por lo cual fue premiada la muchacha). Y, sin no querías té, tazas dos: al poco organizó Thorne un show denominado The Wizard and Red Sonja para su representación en el Night Club Lily Langtry de Sayreville (en su tierra, Nueva Jersey) por Angeline Trouvere y Wendy Pini, que acudieron ceñidísimas por el famoso iron bikini.

 

Al contemplar este último espectáculo, el joven Phil Seuling, conocido gran impulsor de los festivales de cómics en Nueva York, decidió montar la primera y única convención de cómics de la historia dedicada exclusivamente a una heroína, la llamada SonjaCon’76, que se celebraría durante los días 20 y 21 de noviembre en otro recinto privado, el hotel Travelodge (y en el supermercado Quaker Bridge, según otras fuentes) de Turnpike, en pleno corazón de Nueva Jersey.

 

Allí, los invitados bebieron a gusto, Chan y Alcalá al menos –que cogieron una buena-, reluctándose con los encantos de cinco Sonjas, tres de ellas con el bikini metálico de nueve libras de peso bailando al son de una canción compuesta por el presidente del recientemente creado Club de Fans de Red Sonja: Bob Pinaha. Incorporaron a la hyrkania las agraciadas Diane de Kelb, Wendy Pini, Wendy Show, Linda Behrle y Angeline Trouvere, y obtuvieron tal aplauso que su espectáculo siguió representándose en Boston, San Diego y Nueva York, hasta trascender el medio que le dio origen. En julio de 1977, por ejemplo, entrevistaron a Thorne y a Pini en la televisión y la radio de Filadelfia. Aparecieron fotos del show en The Philadelphia Inquirer, en el periódico pensilvano The Planet, en The Drummer. La Sonja real paseó su palmito durante un tiempo por las páginas de revistas de la envergadura de Esquire, Playboy, Newsweek, Penthouse o en las europeas Circus y Oui. Y hasta podría decirse que llegaron a los escenarios de Broadway, dado que los dibujos de Thorne para el decorado del espectáculo de Sonja y el brujo fueron usados para el popular show Beatlemania.

 

Sonja quedó grabada a fuego en el imaginario popular estadounidense desde entonces. Y casi todas las integrantes de aquel espectáculo que tanta resonancia obtuvo cargarían con el recuerdo de Red Sonja. De Kelb puso a su hija el nombre de Sonja; Show publicó libros relacionados con la fantasía; Trouvere trabajó en librerías de cómics; Behrle consiguió algunos papeles de actriz y sirvió como modelo a Thorne posteriormente para sus personajes Ghitta y Moonshine McJugs; y la Pini crearía al poco la serie de fantasía heroica de gran fama Elfquest junto a su marido Richard... De hecho Pini había colaborado en el número 6 de Marvel Feature, aquel en el que la pelirroja cruzó su camino con el de Conan y Bêlit.

 

De Jenny Nelson no sabemos qué fue, pero pasó a formar parte de la leyenda viva de Red Sonja. Una figura dibujada que había salido a la palestra para mostrar, orgullosa, que se había acabado la pacatería en los cómics.


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