Julio de 1976, San Diego.
Jenny Nelson da un brinco cuando anuncian que ha sido
galardonada con un premio a la mejor interpretación por “One Day
in Zamora”. ¡Del bote casi se le descompuso el disfraz,
integrado por una mínima cota de malla a modo de bikini! «¿A
quién demonios se le ocurriría vestir así a este personaje de
historieta?», se preguntó, entre azorada y alborozada.
Para comprender mejor la elección y mantenimiento de una
armadura tan insólita y erótica sobre el personaje Red Sonja, es
conveniente que rememoremos los tropiezos con la censura que
experimentaron los cómics en EE UU desde dos décadas antes.
Durante los años sesenta habían cambiado muchas cosas en la
sociedad americana, y también en los cómics, de hecho la
revolución de Marvel residía en la metamorfosis del héroe mítico
en un superhéroe humanizado. En el ámbito político, los
demócratas, antirracistas y otras gentes de pensamiento
progresista fueron haciendo mayor acopio de votos, pero el sello
de la Comics Code Authority impuesto en los años cincuenta para
velar por la correcta formación de los niños yanquis no había
variado su normativa. Se trataba de un código deontológico que
se impusieron a sí mismos los editores importantes desde 1954
ante la amenaza de censura por parte de la administración
estadounidense (aunque no era un invento americano: hubo códigos
de este tipo antes en Francia, Canadá y Alemania). Esta
normativa se flexibilizó un poco a comienzos de la década de los
setenta y en 1971 se permitió que las chicas de los comic books
llevasen bikinis (antes tenían que ir con trajes de una pieza),
que hubiera algún villano simpático y que regresaran los
vampiros y los licántropos. Al poco, en 1972, ya pudo tratarse
el tema de las drogas tras la famosa saga relativa al tema
aparecida en The Amazing Spider-Man.
Los autores de los cómics de Conan, tanto de Conan the
Barbarian como de The Savage Sword of Conan (revista
que por su formato se desasía del impuesto censor del CCA, pero
que aún así no pudo mostrar toda la desnudez que obraba en los
relatos originales de REH), lucharon siempre por mostrar
elementos que frisaron lo censurable para dotar a la serie de
mayor grado de exotismo, erotismo y truculencia, todo en aras de
la credibilidad. Smith había tenido al principio que dibujar los
estoques ocultos tras los cuerpos, o no mostrar directamente los
puñales que se clavaban en la carne, tuvo que olvidarse de
derramar sangre y vistió debidamente a las damas. Del lenguaje
se ocupó Thomas, evitando coloquialismos y vulgaridades (también
prohibidos por el CCA, aunque, curiosamente, nunca nunca dijeron
nada sobre que los habitantes de la Era Hyboria se llamaran unos
a otros “perros”, algo bastante insultante en los EE UU). Tras
los primeros números de Conan the Barbarian, Smith no se
contuvo y por escenificar mejor sus historias había comenzado a
desvestir a las chicas (algo ya claro en el número 3), a mostrar
más crudeza en Conan (como ocurría en la historieta del número
7), y a arriesgarse con situaciones delicadas. Así, en el número
6 las mozas comenzaban a ser peligrosamente curvilíneas y Jenna,
en el número 11, no sólo mostraba toda su espalda desnuda sino
que también la situación denotaba claramente que acababa de
hacer el amor con el bárbaro.
Tampoco cedió el CCA ante supuestas muestras de pudorosas
regiones anatómicas femeninas como las de Fátima y Red Sonja en
los números 12 y 24 de la serie original, o como ocurriera con
la portada del número 16, donde obligaron a Smith a retocar el
dibujo de la rodilla de Atali, la Hija del Gigante Helado, por
que adujeron que allí mostraba su pubis. Entre 1971 y 1972 el
CCA había aflojado su presa y admitió cambios en sus preceptos,
lo cual posibilitó mostrar mayor crudeza en las escenas. Prueba
de ello fue la incruenta refriega en Makkalet, donde Fafnir
aparecía con el brazo recién cercenado o donde Conan destrozaba
abdómenes hyrkanios alegremente. Y cuando se admitió que las
chicas llevasen vestidos de dos piezas, Marvel aprovechó para
reclutar a un ejército de amazonas en sujetador para muchos de
sus comic books (Tygra y Satana constituyeron vanguardia de este
nuevo ejército de “potentes” chicas) y para acentuar las curvas
de otras heroínas (las de Black Widow quedaron grabadas
indeleblemente en la memoria de todo aficionado, algo más que
las de Lady Sif o Mantis, otras gráciles superheroínas que se
destaparon por entonces...).
Entre los bárbaros fue Red Sonja la que dio la nota en este
sentido, pertrechada con una cota de mallas que desató pasiones
entre los lectores y también en Smith. Sus torres de Makkalet
parecían una clara alusión fálica, y su escena del baño del
número 24 de la serie fue censurada en su versión en color (la
versión original aparecería en el núm. 82 de The Savage Sword
of Conan).
Tras la marcha del británico de Conan the Barbarian,
Buscema y otros autores fueron atreviéndose más con la desnudez
femenina: sugerente resultó la Helgi del número 18, turbadora
Timara en el número 45, excitante Bardylis en el 79,
arrebatadora Ayeeda en el 86 y, por supuesto, Bêlit, mujer diosa
que a todos nos enamoró. Pero la que más dio que hablar por sus
rotundas carnes y su carga sexual fue Red Sonja.
Con fecha de cubierta de noviembre de 1974 se había lanzado el
núm. 1 de Marvel Feature presents Red Sonja, un ejemplar
enojoso por cuanto se limitaba a recuperar dos historietas
publicadas anteriormente (en The Savage Sword of Conan,
1, y en Conan the Barbarian, 48). Con el tebeo se
iniciaba una colección de aventuras protagonizadas en exclusiva
por una mujer y era la primera que lo hacía con tanto ardor.
Muchas chicas habían comandado sus propias series de comic
books desde los años cuarenta, pero ninguna con el carácter
independiente de Sonja. A partir del núm. 2 de la serie
comenzaron a ofrecerse nuevas aventuras de Sonja, escritas por
Bruce Jones dado que Thomas se hallaba ocupado con Invaders,
Fantastic Four, Marvel Team-Two-in-One, Conan the Barbarian
y las series ambientadas en el mundo de Oz. El dibujante elegido
fue Frank Thorne, un veterano de la industria que ya contaba 45
tacos y había ganado algún premio, aunque venía avalado por
Archie Goodwin.
Sonja fue la primera heroína de Marvel cuya serie sobrevivió más
de cuatro números, y eso pese a que la labor de Thorne fue
bastante desatendida por los lectores. Su personal visión de la
Era Hyboria, recargada y sucia, con una ornamentación de viñetas
algo rococó y con páginas estructuradas de manera sofocante no
se adecuaba a los estilemas al gusto de los más jóvenes
dibujantes de la casa. Luego Thorne dibujaría los fondos más
limpiamente según iba siendo seducido por el personaje («Sonja
es real... la amo profundamente», dijo). Este amor por la
guerrera pelirroja le impulsó a organizar uno de los
espectáculos más insólitos entre las convenciones de cómics de
su tiempo. Tras Dawn Greil en 1974 y Chris Lundy en la Costa
Oeste al año siguiente, nuevas “sonjas” de carne y hueso
aparecieron. En julio de 1976 se reunieron en la convención de
San Diego las carnosas Michaele Walters y Jenny Nelson, en este
último caso para interpretar una actuación teatral corta en vivo
de título One Day in Zamora (por lo cual fue premiada la
muchacha). Y, sin no querías té, tazas dos: al poco organizó
Thorne un show denominado The Wizard and Red Sonja para
su representación en el Night Club Lily Langtry de Sayreville
(en su tierra, Nueva Jersey) por Angeline Trouvere y Wendy Pini,
que acudieron ceñidísimas por el famoso iron bikini.
Al contemplar este último espectáculo, el joven Phil Seuling,
conocido gran impulsor de los festivales de cómics en Nueva York,
decidió montar la primera y única convención de cómics de la
historia dedicada exclusivamente a una heroína, la llamada
SonjaCon’76, que se celebraría durante los días 20 y 21 de
noviembre en otro recinto privado, el hotel Travelodge (y en el
supermercado Quaker Bridge, según otras fuentes) de Turnpike, en
pleno corazón de Nueva Jersey.
Allí, los invitados bebieron a gusto, Chan y Alcalá al menos
–que cogieron una buena-, reluctándose con los encantos de cinco
Sonjas, tres de ellas con el bikini metálico de nueve libras de
peso bailando al son de una canción compuesta por el presidente
del recientemente creado Club de Fans de Red Sonja: Bob Pinaha.
Incorporaron a la hyrkania las agraciadas Diane de Kelb, Wendy
Pini, Wendy Show, Linda Behrle y Angeline Trouvere, y obtuvieron
tal aplauso que su espectáculo siguió representándose en Boston,
San Diego y Nueva York, hasta trascender el medio que le dio
origen. En julio de 1977, por ejemplo, entrevistaron a Thorne y
a Pini en la televisión y la radio de Filadelfia. Aparecieron
fotos del show en The Philadelphia Inquirer, en el
periódico pensilvano The Planet, en The Drummer.
La Sonja real paseó su palmito durante un tiempo por las páginas
de revistas de la envergadura de Esquire, Playboy, Newsweek,
Penthouse o en las europeas Circus y Oui. Y
hasta podría decirse que llegaron a los escenarios de Broadway,
dado que los dibujos de Thorne para el decorado del espectáculo
de Sonja y el brujo fueron usados para el popular show
Beatlemania.
Sonja quedó grabada a fuego en el imaginario popular
estadounidense desde entonces. Y casi todas las integrantes de
aquel espectáculo que tanta resonancia obtuvo cargarían con el
recuerdo de Red Sonja. De Kelb puso a su hija el nombre de Sonja;
Show publicó libros relacionados con la fantasía; Trouvere
trabajó en librerías de cómics; Behrle consiguió algunos papeles
de actriz y sirvió como modelo a Thorne posteriormente para sus
personajes Ghitta y Moonshine McJugs; y la Pini crearía
al poco la serie de fantasía heroica de gran fama Elfquest
junto a su marido Richard... De hecho Pini había colaborado
en el número 6 de Marvel Feature, aquel en el que la
pelirroja cruzó su camino con el de Conan y Bêlit.
De Jenny Nelson no sabemos qué fue, pero pasó a formar parte de
la leyenda viva de Red Sonja. Una figura dibujada que había
salido a la palestra para mostrar, orgullosa, que se había
acabado la pacatería en los cómics. |