1977. Navidad.
Eddie Shukin paladea un whisky de malta y rememora complaciente:
«1977 ¡qué año!». Shukin era el cabeza de distribución de los
cómics de editorial Marvel y nunca olvidaría aquella anualidad
plagada de hitos en la historia del comic book.
Eran otros
tebeos ya. Por ejemplo: se podía suscribir uno. ¡Albricias! Otro
por ejemplo: algo tan insospechado como Spider-Woman triunfaba.
Por ejemplísimo: ¡Kirby había vuelto con su Devil Dinosaur!
¡Tela!
Y Conan seguía vendiéndose a las mil maravillas.
Por la
colección en color del cimmerio fluyeron dos sagas impactantes
durante aquel año, hasta el núm. 74, la que le condujo hasta
Asgalun a por su corona. Y desde el núm. 75 en adelante en una
nueva aventura de ambientación “egipcia” en la que los corsarios
iban hasta Luxur; todo un disfrute para Thomas, aficionado como
era a la egiptología y a la Edad Antigua, pues también se
preocupó de incluir su visión del mítico Alejandro Magno en un
arco argumental, el de Iskander.
El núm. 78
de Conan the Barbarian fue una reimpresión, la segunda ya
en la colección, debida a que Buscema se hallaba preparando unos
cursos sobre “El arte de los cómics” para impartirlo junto con
Marie Severin y John Romita en alguna school cercana. Se
solventó el brete dejando los lápices a Howard Chaykin durante
un buen número de ejemplares. El cambio no se notaría demasiado
porque el entintador siguió siendo Chan.
En The
Savage Sword of Conan, tras haber agrupado una aventura en
cuatro números, 16 a 19, no se arriesgaron con nuevas sagas
largas, pero sí con nuevos lápices para dar forma a las
excelentes adaptaciones de relatos originales de REH. Estos
nuevos lápices eran debidos a que el núm. 20 de la revista era
ya mensual, y no dejaría de serlo a partir de entonces. Y ni
Buscema ni Alcalá, por muy machos que se creyeran, eran capaces
de dar abasto con tanta página bárbara. Se dedicaron a hacer
plots, una sinopsis del guión al método Marvel, que el
dibujante abocetaba sin diálogos y que dejaba en manos del
entintador, del rotulista y el editor. En este sistema, el
entintador era tan autor como el dibujante. Alcalá, Sonny
Trinidad, Giordano y De Zúñiga cumplieron con esta máxima entre
los núms. 20 y 30 de la revista. De acompañamiento, se
ofrecieron historietas cortas del personaje Solomon Kane
escritas por Don Glut, quien ya había demostrado que sabía hacer
fantasía heroica en el sello Western Publishing, concretamente
por haber escrito la colección protagonizada por Dagar. Solomon
Kane apareció habitualmente hasta el núm. 26, pero después el
editor decidió prescindir de él a la espera de una reacción del
público.
A Glut, por
cierto, se le encargaron los guiones de la resucitada Kull
the Destroyer ahora que Doug Moench se había ido con viento
fresco a escribir
el núm. 38 de Marvel Preview, con una aventura sobre
Weird Word también tangente con la fantasía heroica. La
serie de Kull tuvo a nueva sangre, pues: Kane, Hoberg y Montaño.
Gil Kane se ocupó de las cubiertas una temporada. En el núm. 21
abocetó el nunca bien ponderado Rick Hoberg (californiano como
Glut) que además dibujó una historieta de Kull para The
Savage Sword núm. 23 altamente interesante. Young Montano,
junto con Castrillo y luego Nebres, trabajaron entintando a un
Kull destronado a quien acompañaba el taimado juglar Ridondo.
Sonja no cambió de equipo creativo sin embargo, solamente vio
incrementada la carga de erotismo latente en los dibujos de
Thorne. De ella se hizo un portafolio de Thorne, Pini y Pablo
Marcos para The Savage Sword of Conan núm. 23, salió en
cubierta en ese número –a la par que en Marvel Treasury
Edition, y se publicó otra historieta en blanco y negro de
la diablesa para redoblar esfuerzos en su favor: “Wizards of the
Black Sun” (inédita en España salvo en Vértice).
El éxito de Conan llega hasta el punto de poder considerarlo un
fenómeno en 1977. La editorial Berkley Book, por ejemplo, se
decidió a preparar doce nuevas ediciones literarias de Conan
para satisfacer a los lectores de libros, puesto que los de
Lancer se hallaban agotados y algunos ya estaban recurriendo a
las ediciones británicas de la obra de Howard y continuadores. Y
tampoco paraban este año de aparecer productos cercanos a la
cosmología Conan en el mercado de la ilustración: portafolios
como Brunner Mystique o Neal Adams Treasury,
libros como The Fantastic Art
of Frank Frazetta,
y
también
se
rindió tributo al personaje
en
Aerie...
Y en cuanto a las ediciones especiales de la casa, el núm. 3 de
Conan the Barbarian Annual publicó la famosa historieta
“El fénix en la espada”, dibujada por nuestro compatriota
Vicente Alcázar, fue lanzado el núm. 2 de la revista Marvel
Super Special (un magacín pero en color) que estuvo dedicado
a Conan y publicó una estupenda aventura de piratas aunque quedó
lastrada por el tratamiento del producto, que intentaba imitar
modelos europeos supuestamente pero que sólo consiguió colores
chillones sobre papel demasiado blanco para lo que acostumbraban
los coloristas de Marvel. Un tosco resultado pretendidamente
lujoso.
Pero sin duda fue aquel uno de los mejores años en la
historia de los tebeos bárbaros. Marvel lanzó en abril la serie
John Carter, personaje creado por Edgard R. Burroughs,
que llegaría a durar 28 números, los mejores de los cuales
serían los confeccionados por el equipo creativo Marv Wolfman y
Gil Kane. En DC la serie Claw the Unconquered iba camino
de alcanzar la decena de números. La cabecera de la editorial de
Conan Marvel Premiere terminaba la adaptación a color de
uno de los mejores relatos del puritano Solomon Kane. Y Bran Mak
Morn, otra de las más legendarias creaciones de Howard,
asombraba a todos los lectores de tebeos con la adaptación del
relato “Worms of the Earth” (“Gusanos de la tierra”), una obra
maestra ilustrada ni más ni menos que por el tándem Barry
Windsor-Smith y Tim Conrad.
Además,
aunque las aventuras de estos personajes transcurrían en una Era
ignota, dejaron traslucir problemas y preocupaciones sociales de
los EE UU de su tiempo, como el asunto del racismo. Desde núm.
84 de Conan the Barbarian, por ejemplo, dio la nota de
“color” el personaje Zula, un personaje de raza negra tocado con
extraña cresta, a lo mohawk, y vestido con un singular
traje atigrado, a lo drag-queen. Pese a este aspecto que
se antoja ridículo hoy, Zula se granjeó la amistad del público,
hasta casi situarse a la altura de Conan y Bêlit en
protagonismo. El protagonista de Conan the Barbarian fue
por un tiempo una trinidad multirracial.
La
disposición del público yanqui hacia los, ya por los años
setenta, denominados afroamericanos había cambiado. Recordemos
que el movimiento contra la segregación racial en EE UU
experimentó gran crecimiento tras la muerte de M. Luther King y
Malcolm X en los años sesenta. Al poco de esos acontecimientos,
surgieron grupos contestatarios, y hasta radicales, exigiendo
igual consideración social. Eran los Muslins, los prosélitos del
Black Power capitaneado por Stokely Carmichael, o los virulentos
Black Panthers (¿es casual que estos últimos apareciesen en
1966, fecha muy cercana al debut del héroe La Pantera Negra, en
el núm. 52 de la serie Fantastic Four?) En los años
setenta, el talante de acogida de los negros en el seno de la
sociedad americana también se había beneficiado del éxito en el
cine de Sydney Poitier, de la preocupación del presidente
Johnson por implantar planes de ayuda a los marginados y a las
minorías raciales y, claro, no podemos dejar de lado los ya
cinco millones de potenciales votos de ciudadanos de color.
Fracción de la población que, claro está, Stan Lee vio también
como potencial compradora de comic books.
No
sorprende, pues, que durante este período los cómics fuesen
incorporando personajes de color tostado a sus páginas. En el
caso de Marvel, destacó entre todos el personaje Luke Cage,
desde la serie Hero for Hire (1972), que se adelantó por
muy poco a la enmienda institucional de ese año contra la
discriminación racial. Tanto a este “héroe de alquiler” como a
otros personajes de raza negra, que todo hay que decirlo, fueron
extraídos o situados en estratos sociales distintos de los de
los demás superhéroes blancos: Cage era un presidiario, El
Halcón pertenecía a un barrio marginal, T’Challa es desposeído
de su trono regio para integrarse en Los Vengadores al servicio
del presidente de EE UU... Aquella disposición parecía obedecer
a un intento de sumarse a la protesta contra la desigualdad, de
representatividad, porque incluso el héroe negro de sangre real
T’Challa llegó a enfrentarse al Ku Klux Klan en 1976 (en
Jungle Action).
No
tardarían en acallarse estas manifestaciones en pro de las
minorías rezongonas, siendo absorbidas pronto por el sistema la
protesta negra, la estudiantil y las movilizaciones
antibelicistas, a la par que se difuminaban el espíritu beat
y la revolución hippy. La serie de 1976 The Black
Panther, de Jack Kirby, estaba ya alejada de la
reivindicación racial y pocas serían las series de superhéroes
protagonizadas por negros con verdadera vocación contestataria
en los siguientes años: en Marvel destacaríamos Black Goliath
y The Falcon; en DC merece la pena citar a John Stewart,
hombre de color que logró calzarse el anillo de Green Lantern.
Este
tratamiento también se observó en los comic books protagonizados
por bárbaros. Por más que la adaptación de “Sombras en Zamboula”
y sus negros caníbales recibió varias cartas de lectores que
protestaban por el tratamiento racista (ocurría en octubre de
1976, en The Savage Sword of Conan, 14), lejos estaba del
ánimo de Thomas aquella actitud, que en aquel caso concreto
provenía de la adaptación fiel de un relato construido en los
años treinta. Marvel estaba con las minorías y de parte del
oprimido –siempre que tuviera unos centavos para comprar sus
productos, claro-. La preocupación de Thomas por las minorías de
color asomó ya en el tratamiento realista y maduro que Neal
Adams hizo del secundario Juma en Conan the Barbarian,
37. Otras manifestaciones de apoyo a etnias damnificadas
pudieron observarse en el los personajes Brule (en Kull the
Conqueror / Kull the Destroyer), Bran Mak Morn (cuya
raza se impuso a la invasión romana en The Savage Sword of
Conan núm. 16 y 17), Sonja (que era una “oriental” no lo
olvidemos), los africanos que aparecían en las historietas de
Solomon Kane, hasta el propio cimmerio...
Empero,
sobre todos destacó la figura de Zula, por su equiparación con
Conan en nobleza y salvajismo, y cuya biografía resulta
ilustrativa al hilo de lo expuesto anteriormente: El darfario
procede del interior selvático (como venido de África), pasa su
infancia sirviendo a un mago (como esclavo) y durante todo aquel
periodo le estuvo vedado el aprendizaje (o la falta de
oportunidades sociales), aunque él “estudia” a escondidas (pugna
por salir del gueto) y, finalmente, exige venganza contra ese
trato erigiéndose en defensor del honor de su raza (encabeza la
protesta, simbólicamente). Es Zula, entonces, un personaje
nacido de los intereses de
Marvel por seducir con sus productos a cierto sector del público
que logró su objetivo. También es un ejemplo de creación sólida
de personajes por parte de Thomas. Tanto fue así que su espíritu
y su nombre (que no su sexo) fue incorporado por Grace Jones en
el filme Conan the Destroyer años después. Y, lo
más importante de todo, Zula trajo de vuelta al equipo artístico
mítico formado por Thomas, Buscema y Chan.
La
presencia de representantes de las minorías raciales en los
comic books ejemplifica la transformación que experimentaba la
industria de los cómics por este tiempo. Marvel lanzó en enero
de 1977 dos series protagonizadas por mujeres: Red Sonja
y Ms. Marvel (con Claremont haciendo guiones), y meses
más tarde aparecería Spiderwoman (tras unas cuantas
piruetas en Marvel Spotlight núm. 32, de febrero de 1977)
que sería a única colección de comic books de una heroína que
alcanzó los cincuenta números sin desfallecer en el quiosco. Y
no olvidemos al personaje Misty Knight, mujer de entereza y gran
fuerza, y además negra, que brilló con luz propia en el Power
Man / Iron Fist de Claremont y Byrne. Todo parecía ponerse
de parte de la afición y de los intereses de los más jóvenes,
cuando en realidad era una orquestada estrategia comercial...
En 1977
había salido otro LP de Conan, Robert E. Howard’s Conan
Featuring L.S. de Camp, también de Moondance Prod., quien ya
distribuía posters a troche y moche dibujados por Tim Conrad,
Gould y Barry Windsor-Smith, en lo que se prometía una nueva era
de la ilustración pronto imitada por Pacific, que no tardaron en
publicar portafolios excelentes de Wrightson, Kaluta, Krenkel,
Niño, Chaykin, Severin, Ploog, Brunner y Conrad, todos ellos de
autores que habían estado relacionados con Conan y los bárbaros
en su pasado inmediato. La moda de los discos de vinilo con
narraciones de fantasía heroica se mitigó a partir de aquel año.
No se volvieron a ver más durante los ochenta, salvo From the
Hells beneath the Hells, que también acogía relatos
howardianos (ahora con la voz de Ugo Toppo) y que se distribuyó
con un libro a un precio francamente abusivo. También salió un
long play protagonizado por la thornesca Sonja:
The Ballad of Red Sonja.
Tan
poderosos se sentían los bárbaros entonces que hasta se
permitieron el lujo de “fragmentar” sus aventuras, con la
certeza de que su legión de fans les serían leales. Para
entendernos, la saga protagonizada por Conan “The People of
Black Circle” ocupó nada menos que cuatro números (16 a 19) de
The Savage Sword of Conan.
Y hablando de ‘poderosos’. Shukin también recordaba al nuevo en
el staff, primero guionista, luego editor (Editor in
Chief este mismo año), un altorro de cara atacada por la plaga
llamado Jim Shooter. Jim “Trouble” Shooter le apodaban
«¿Por qué sería?» -pensó Shukin.
El futuro despejaría la incógnita. |