Enero de 1978. St. Marys, Ohio.
Ken Hutchinson sigue utilizando The Savage Sword of Conan
como fuente de inspiración para enseñar “Magia sobre el
escenario” en su curso de teatro en el instituto. ¡Sopla! ¡Hasta
las tablas de los escenarios teatrales había llegado a pisotear
el cimmerio!
Eso no
significaba que el bárbaro fuese el nuevo Hamlet. En verdad,
todo lo contrario. Con el auge y revitalización de la cultura
popular a finales de los setenta, la aceptación de la historieta
fue siendo mayor desde otros ámbitos intelectuales pese a
situarla siempre en un nivel cultural inferior. Por su enorme
difusión, Conan se universalizó como mito popular pero en
detrimento de su verdadera imagen, pasó a ser un arquetipo de la
fuerza bruta animada por la estulticia. Por esta razón la figura
perdió su alma noble literaria y la mercantilización le restó
“artisticidad” a ojos de los ignorantes de la verdadera esencia
del personaje.
No faltaría
quien soltara el rollo aquel de que «se utilizaba al personaje
para, desarrollándolo en un ámbito conservador, favorecer
proyecciones hacia modelos oficiales, como instrumento más de
heterodirección de las masas» (el responsable de esto, al tiempo
que rechazaba la dimensión fascista de Conan, obviaba la que
pudiera haber en Milton Caniff, por citar un ejemplo). En lo de
los ámbitos conservadores no le podemos quitar la razón a la
frase anterior, pues parecían venir de la mano de la nueva
década que se avecinaba. Ciertos lectores asomaron por entonces
a las páginas de correo manifestándose negativamente sobre los
contenidos de estos tebeos. Unos, por la abundancia de mujeres
semidesnudas -¡qué vergüenza!-. Otros, por el tratamiento
despectivo hacia los personajes barachanos o zingarios -¡qué
fallo: tanto querer evitar el segregacionismo de los negros y se
olvidaron del resto de las minorías!-. Y los más pesados,
discutían si Bêlit era una neurótica y Sonja un monstruo de
Frankenstein con tetas.
Pues,
bueno.
También
había que admitir que Sonja comenzaba a mostrar otra dimensión
de sí misma, más femenina (contribución de Thorne). Es decir,
probó las mieles del amor con un tal Suumaro a la altura del
núm. 8 de su serie regular. Lo de los zingarios (equiparables a
la etnia gitana) se hizo por su adaptación de los originales de
Howard. Y lo de la desnudez era gratificante y refrescante en
una publicación de aquella índole, aparte de que los tipos
femeninos retratados en las últimas historias eran tan
sugerentes como desenvueltas y valientes. Y, atención, ¡no se
había visto pezón alguno en
The Savage Sword of Conan
hasta 1978, hasta el número 37 del magazín!
Conan estaba adquiriendo en su mejor momento esa doble
dimensión: ser responsable de influencias negativas y observar
una evolución realmente positiva. Y precisamente este año, en
que se terminaron de adaptar los relatos originales de Howard
protagonizados por Conan. Esto tuvo lugar con el núm. 27 de la
revista en blanco y negro, tras adaptar el magnífico relato “Más
allá del Río Negro”, por el cual Thomas fue calificado como «el
John Huston de los cómics», dada su aproximación al
western,
género también cultivado por el creador de Conan. ¡Ouch, nos
habíamos quedado sin material que adaptar a los cómics! No
problem. El mañoso de Thomas salvó la situación de vacío de
fuentes en un pispás adaptando un relato no protagonizado en
origen por Conan para el núm. 28, el inolvidable episodio “La
sangre de los dioses”. Luego usó un cuento escrito por Christy
Marx para el núm. 29. Más tarde recuperó al cimmerio, aunque
ahora de los relatos escritos por los continuadores de la obra
de R.E. Howard, L.S. de Camp, Lin Carter y John Nyberg, tras
haber llegado a un acuerdo la Conan Properties con ellos en la
primavera de 1978. ¡Uf…! Es posible que el salto en la
mensualidad de la revista a la altura del núm. 30 de la revista
fuera por causa de esta espera del editor del magacín por ese
acuerdo, puesto que la vuelta a la cadencia bimestral se produjo
una sola vez en su historia editorial.
O sea, Savage Sword superó el bache.
Conan the Barbarian
iba viento en popa con la saga “egipcia” y
Red Sonja
también disfrutaba de buena acogida; no olvidemos que hasta se
admitió a trámite una historieta tan extraña –una
parahistorieta teatral- como lo fue “The Show of the Wizard
and Red Sonja”, en
The Savage Sword of Conan
núm. 29. Lamentablemente, no se pudo decir lo mismo de la serie
Kull the Destroyer.
Ya había sido criticada la labor como
guionista de Doug Moench allí antes de que abandonase la serie.
Y más lo sería la de Don Glut, el guionista responsable hasta
octubre de 1978. La serie fue cancelada antes de alcanzar la
treintena de números por falta de ventas. Los lectores le
echaron la culpa a Glut, por su manía de llevar a Kull de
dimensión en dimensión para enfrentarlo a demonios cada vez más
enormes y villanos poco creíbles. Pero Kull no desapareció. El
mismo mes en que concluía esta saga en color, apareció la
adaptación del relato original “The Mirrors of Tuzun Thune” (Los
Espejos de Tuzun Thune) en el núm. 34 de The Savage Sword of
Conan. Un diamante en bruto del cómic, que tuvo un aire
especial dado que se reprodujo directamente del lápiz de Mike
Ploog.
Estos otros espejos en que mirarse (otros héroes “bárbaros”,
otros modelos aventureros, otras ediciones del mismo género por
otros sellos editoriales) siguieron marcando tendencias por
estas fechas. En el mercado independiente, barómetro fiable de
los gustos del público debido a sus bajas tiradas (el que
Kull se cancelara sólo señalaba una merma de pocos miles de
lectores frente a un volumen de venta de decenas de miles), la
fantasía heroica seguía pisando fuerte. Un ejemplo lo tenemos en
la serie de la casa Star Reach Imagine, que nutría sus
páginas con el talento de creadores como P. Craig Russell, donde
la estética más refinada se ponía al servicio de planteamientos
fantásticos al uso clásico. Otro ejemplo: la aparición en el
mercado canadiense del faraónico proyecto de Dave Sim Cerebus,
en sus comienzos estrechamente relacionado con este género.
Aquellos primeros fanzines de Sim estaban protagonizados por un
“cerdo bárbaro” que en sus primeras aventuras tomó argumentos
directamente de las aventuras de Conan y utilizó personajes
calcados de Red Sonja y de nuestro querido Kull.
Éxito de ventas, modelo imitado, bola de fuego en cuya estela
medró parcialmente la industria... a Conan le fue bien en el
final de la década de los setenta. Fue uno de los
incuestionables personajes enseña de la Casa de las Ideas.
Aparecía acompañando a todos sus vecinos de
calzoncillos-por-fuera en cualquier publicidad de Marvel, pese a
la ucronía que ello pudiera suponer. Y precisamente por su
imposibilidad de traspasarse al Universo Marvel se aprovecharía
su imagen para modelar a otros personajes de la editorial: de
Conan heredaron El Castigador y Lobezno su conducta
reaccionaria, revanchista y despiadada; se llevaron lo peor del
cimmerio para convertirse en estrellas de la casa años
después...
Esto alimentó la idea de que Conan representaba mejor que nadie
el rol de asesino descerebrado.
Ken Hutsinson no consideró entonces, ni de lejos, a Conan como
la faceta vengativa de los personajes torturados de Shakespeare.
No desvistió al personaje de sus valores para dejarlo
exclusivamente pertrechado del atavío del salvaje.
Fue uno de los últimos que no se vio obligado a dar
explicaciones por aceptar al personaje como uno de los más
importantes iconos americanos de los años setenta.
Luego, todo cambiaría. |