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HYBORIA EN VIÑETAS


16 – DE LA CRESTA DE LA OLA, ARTÍSTICAMENTE HABLANDO.

Imagen de cabecera: ALGO DE CONAN O KULL EN ACTITUD BASTANTE VIOLENTA. © 2006 Barry xxx xxxx


Enero de 1978. St. Marys, Ohio.

 

Ken Hutchinson sigue utilizando The Savage Sword of Conan como fuente de inspiración para enseñar “Magia sobre el escenario” en su curso de teatro en el instituto. ¡Sopla! ¡Hasta las tablas de los escenarios teatrales había llegado a pisotear el cimmerio!

 

Eso no significaba que el bárbaro fuese el nuevo Hamlet. En verdad, todo lo contrario. Con el auge y revitalización de la cultura popular a finales de los setenta, la aceptación de la historieta fue siendo mayor desde otros ámbitos intelectuales pese a situarla siempre en un nivel cultural inferior. Por su enorme difusión, Conan se universalizó como mito popular pero en detrimento de su verdadera imagen, pasó a ser un arquetipo de la fuerza bruta animada por la estulticia. Por esta razón la figura perdió su alma noble literaria y la mercantilización le restó “artisticidad” a ojos de los ignorantes de la verdadera esencia del personaje.

 

No faltaría quien soltara el rollo aquel de que «se utilizaba al personaje para, desarrollándolo en un ámbito conservador, favorecer proyecciones hacia modelos oficiales, como instrumento más de heterodirección de las masas» (el responsable de esto, al tiempo que rechazaba la dimensión fascista de Conan, obviaba la que pudiera haber en Milton Caniff, por citar un ejemplo). En lo de los ámbitos conservadores no le podemos quitar la razón a la frase anterior, pues parecían venir de la mano de la nueva década que se avecinaba. Ciertos lectores asomaron por entonces a las páginas de correo manifestándose negativamente sobre los contenidos de estos tebeos. Unos, por la abundancia de mujeres semidesnudas -¡qué vergüenza!-. Otros, por el tratamiento despectivo hacia los personajes barachanos o zingarios -¡qué fallo: tanto querer evitar el segregacionismo de los negros y se olvidaron del resto de las minorías!-. Y los más pesados, discutían si Bêlit era una neurótica y Sonja un monstruo de Frankenstein con tetas.

 

Pues, bueno.

 

También había que admitir que Sonja comenzaba a mostrar otra dimensión de sí misma, más femenina (contribución de Thorne). Es decir, probó las mieles del amor con un tal Suumaro a la altura del núm. 8 de su serie regular. Lo de los zingarios (equiparables a la etnia gitana) se hizo por su adaptación de los originales de Howard. Y lo de la desnudez era gratificante y refrescante en una publicación de aquella índole, aparte de que los tipos femeninos retratados en las últimas historias eran tan sugerentes como desenvueltas y valientes. Y, atención, ¡no se había visto pezón alguno en The Savage Sword of Conan hasta 1978, hasta el número 37 del magazín!

 

Conan estaba adquiriendo en su mejor momento esa doble dimensión: ser responsable de influencias negativas y observar una evolución realmente positiva. Y precisamente este año, en que se terminaron de adaptar los relatos originales de Howard protagonizados por Conan. Esto tuvo lugar con el núm. 27 de la revista en blanco y negro, tras adaptar el magnífico relato “Más allá del Río Negro”, por el cual Thomas fue calificado como «el John Huston de los cómics», dada su aproximación al western, género también cultivado por el creador de Conan. ¡Ouch, nos habíamos quedado sin material que adaptar a los cómics! No problem. El mañoso de Thomas salvó la situación de vacío de fuentes en un pispás adaptando un relato no protagonizado en origen por Conan para el núm. 28, el inolvidable episodio “La sangre de los dioses”. Luego usó un cuento escrito por Christy Marx para el núm. 29. Más tarde recuperó al cimmerio, aunque ahora de los relatos escritos por los continuadores de la obra de R.E. Howard, L.S. de Camp, Lin Carter y John Nyberg, tras haber llegado a un acuerdo la Conan Properties con ellos en la primavera de 1978. ¡Uf…! Es posible que el salto en la mensualidad de la revista a la altura del núm. 30 de la revista fuera por causa de esta espera del editor del magacín por ese acuerdo, puesto que la vuelta a la cadencia bimestral se produjo una sola vez en su historia editorial.

 

O sea, Savage Sword superó el bache. Conan the Barbarian iba viento en popa con la saga “egipcia” y Red Sonja también disfrutaba de buena acogida; no olvidemos que hasta se admitió a trámite una historieta tan extraña –una parahistorieta teatral- como lo fue “The Show of the Wizard and Red Sonja”, en The Savage Sword of Conan núm. 29. Lamentablemente, no se pudo decir lo mismo de la serie Kull the Destroyer. Ya había sido criticada la labor como guionista de Doug Moench allí antes de que abandonase la serie. Y más lo sería la de Don Glut, el guionista responsable hasta octubre de 1978. La serie fue cancelada antes de alcanzar la treintena de números por falta de ventas. Los lectores le echaron la culpa a Glut, por su manía de llevar a Kull de dimensión en dimensión para enfrentarlo a demonios cada vez más enormes y villanos poco creíbles. Pero Kull no desapareció. El mismo mes en que concluía esta saga en color, apareció la adaptación del relato original “The Mirrors of Tuzun Thune” (Los Espejos de Tuzun Thune) en el núm. 34 de The Savage Sword of Conan. Un diamante en bruto del cómic, que tuvo un aire especial dado que se reprodujo directamente del lápiz de Mike Ploog.

 

Estos otros espejos en que mirarse (otros héroes “bárbaros”, otros modelos aventureros, otras ediciones del mismo género por otros sellos editoriales) siguieron marcando tendencias por estas fechas. En el mercado independiente, barómetro fiable de los gustos del público debido a sus bajas tiradas (el que Kull se cancelara sólo señalaba una merma de pocos miles de lectores frente a un volumen de venta de decenas de miles), la fantasía heroica seguía pisando fuerte. Un ejemplo lo tenemos en la serie de la casa Star Reach Imagine, que nutría sus páginas con el talento de creadores como P. Craig Russell, donde la estética más refinada se ponía al servicio de planteamientos fantásticos al uso clásico. Otro ejemplo: la aparición en el mercado canadiense del faraónico proyecto de Dave Sim Cerebus, en sus comienzos estrechamente relacionado con este género. Aquellos primeros fanzines de Sim estaban protagonizados por un “cerdo bárbaro” que en sus primeras aventuras tomó argumentos directamente de las aventuras de Conan y utilizó personajes calcados de Red Sonja y de nuestro querido Kull.

 

Éxito de ventas, modelo imitado, bola de fuego en cuya estela medró parcialmente la industria... a Conan le fue bien en el final de la década de los setenta. Fue uno de los incuestionables personajes enseña de la Casa de las Ideas. Aparecía acompañando a todos sus vecinos de calzoncillos-por-fuera en cualquier publicidad de Marvel, pese a la ucronía que ello pudiera suponer. Y precisamente por su imposibilidad de traspasarse al Universo Marvel se aprovecharía su imagen para modelar a otros personajes de la editorial: de Conan heredaron El Castigador y Lobezno su conducta reaccionaria, revanchista y despiadada; se llevaron lo peor del cimmerio para convertirse en estrellas de la casa años después...

 

Esto alimentó la idea de que Conan representaba mejor que nadie el rol de asesino descerebrado.

 

Ken Hutsinson no consideró entonces, ni de lejos, a Conan como la faceta vengativa de los personajes torturados de Shakespeare. No desvistió al personaje de sus valores para dejarlo exclusivamente pertrechado del atavío del salvaje.

 

Fue uno de los últimos que no se vio obligado a dar explicaciones por aceptar al personaje como uno de los más importantes iconos americanos de los años setenta.

 

Luego, todo cambiaría.


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