Un día de comienzos de 1980. Mal día en Manhattan. La redacción
de Marvel bulle.
El despacho del editor in chieff Jim Shooter parece que
va a estallar, pues dentro se discute. Thomas sale del cuarto
con la cara de haberse enfrentado a un dentista inexperto y da
un portazo. Al rato, la puerta se abre de nuevo y dos metros de
Shooter se recortan en ella. Desde la altura grita: «Thomas
abandona Marvel. ¡Una solución quiero!»
Sí, por desavenencias personales con Jim Shooter,
Thomas abandonó unas oficinas por las que había transitado
afanándose sobre miles de páginas de tebeos desde hacía quince
años. Aunque tuvimos suerte, se
las piró de Marvel dejando preparado casi todo el material aún
utilizable de REH y algún otro de sus continuadores literarios.
En el número 106 de Conan the Barbarian, el que llevaba
fecha de enero de 1980, se seguían las aventuras de Conan por
los Reinos Negros, perseguido por la aflicción pero ya casi a
punto de superar la muerte de su amada. Pronto alcanza de nuevo
civilización y comienza nueva vida, justo cuando Thomas
convierte un relato original de Howard en una trepidante
aventura: “Un hocico en la oscuridad”. Luego la colección
experimenta un viraje porque entre los núms. 109 a 112 el
cimmerio se ve empujado a una ciudad para resolver problemas de
estado y la amenaza del Dios Oso urdida por otro literato, el
llamado Norwell W. Page. Se nota. El Conan de estas aventuras es
menos desafiante y salvaje que el de Howard / Thomas. Ahora
parece ablandado, sujeto a las leyes divinas y humanas, menos
indómito. Parecía un preludio de lo que estaba por llegar,
porque Thomas adaptó otro relato de Howard para construir una
sencilla aventura para el núm. 114 y acabó despidiéndose con el
núm. 115, el que llevó fecha de octubre de 1980.
No fue casual. Conan the Barbarian nació con fecha de
octubre de 1970 y ‘moría’ justo diez años después. Diez años
estuvo Thomas a las riendas de una de las series de comic books
más rentables de la historia de Marvel, productora de afición,
dividendos y emoción. Aquí, en este ejemplar, “La guerra de los
brujos”, se daban cita unos cuantos viejos conocidos con el fin
de organizar una despedida difícil de olvidar: Zukala, Karanthes,
Red Sonja y una rediviva Bêlit. Para abordar la tarea de
enfrentar pasiones y entregas amorosas entre las dos guerreras
mencionadas y el cimmerio, Thomas pidió ayuda a su esposa,
Danette Couto y a Catherine Yronwoode y Cindy Ward. Ellas le
describieron, imagino, esa prueba de amor insuperable que Sonja
brinda a Conan: ceder a otra no sólo su lugar en el amor,
también dejar de existir para que su competidora tome forma en
su cuerpo. Majestuosa despedida.
En el ejemplar siguiente se embutió una historieta guionizada
por Len Wein tiempo atrás para así dar tiempo a instaurar un
nuevo equipo de guionistas. “The Crawler in the Mists” fue la
historieta rescatada, de Buscema y Adams, aquella del disco de
1975, que ya antes Thomas había abducido para “su” corpus de
historietas de Conan en las tiras del prensa (desde el 25 de
diciembre de 1978). Por ser propiedad de Adams en parte, la
historieta sería retirada de catálogo y no se ofreció a los
editores extranjeros durante bastante tiempo. En España, de
hecho, tuvimos que conformarnos durante muchos años con las
fanediciones publicadas en el fanzine
Sword
núm. 2 y con una edición facsímile distribuida por el aficionado
y librero J.M. Pérez Soriano (luego sería rescatada para la
colección de Planeta-DeAgostini
Los Mejores Autores Conan).
A J.M. de Matteis le tocó el mochuelo de continuar las labores
de Thomas en la publicación a color, y fraguó dos números de
entretanto (algo difusos) para, a partir del núm. 119, de
febrero de 1981, comenzar una nueva serie de aventuras por
completo disparatadas si nos atenemos a la cronología del
personaje. A la marcha de Thomas se sumó otra desdicha: la de
Ernie Chan. Su sustituto sería Bob McLeod hasta el núm. 126, un
eficaz artista, siempre en el grupo de los rezagados, que
demostró gran corrección y estimables aportaciones. Pero los
guiones que le tocó ilustrar dejaban bastante que desear. La
tónica a seguir parecía ser: A Conan hay que ir enfrentándolo
con seres a cada paso más extraordinarios, para que no decaiga
el interés. Pero se habían olvidado de lo más relevante: el
personaje.
The Savage Sword of Conan
disfrutó de mejor suerte por un tiempo. Los editores lograron
extender hasta el núm. 60 –de enero de 1981- la presencia de
Thomas en la revista, dosificando los guiones que había dejado
avanzados. Incluso aparecieron algunas historietas cortas más en
números posteriores al 60. Por ejemplo, los números 47 y 48 nos
brindaron un magnífico pastiche que el guionista adaptó a un
período capital de la vida del cimmerio con el ritmo y la
sabiduría narrativa de Stevenson: “El tesoro de Tranicos”. Del
núm. 49 al 52 se ofreció por entregas la emocionante aventura en
la que Conan toma la corona de Aquilonia para sí, “Conan el
libertador”. Del 53 al 58 se sucedieron dos epopeyas de un joven
Conan –pero dibujado con similar apariencia que en la anterior
aventura, donde frisaba la cincuentena- ahora procedentes de las
novelas de Andrew J. Offut: “Conan y el brujo” y “La Espada de
Skelos”. El destino de Conan en estas aventuras quedó
interrumpido, porque Thomas se marchó de Marvel antes de adaptar
la tercer novela de este ciclo, “Conan el mercenario”, y nadie
se atrevió a coger el testigo... resultó una chapuza, vaya…
El num. 60
de The Savage Sword of Conan consistió en una secuela de
“Las joyas de Gwahlur” resuelta con más pena que gloria. Y fin,
el núm. 61 ya incorporaba un guión de otro autor. Fue Michael L.
Fleisher, que comenzó pifiándola en su historieta primera, “El
hechicero demoníaco de Zingara”, que no consiguió salvar ni el
veterano Buscema. De repente se rompían líneas cronológicas,
cambiaban los personajes, los ambientes se desdibujaban y todo
el mundo hyborio se desorganizó. Se había instaurado la ucronía.
Pero,
atención, antes de pensar en irse, Roy ya tenía preparada una
nueva serie de Conan para ampliar la línea de bárbaros de la
Casa de las Ideas, la que glosaría sus tiempos como monarca de
Aquilonia: King Conan. Esta serie se inauguró al tiempo que
se ofrecía en The Savage Sword of Conan el relato de cómo
el bárbaro llevó a cabo la usurpación del trono del país más
poderoso de la Era Hyboria. Los nuevos comic books retomaban el
hilo cronológico tejido por Thomas en las historietas “El
Regreso del Conquistador” y “Esposa del Conquistador”, brindadas
a la afición en los annuals de Conan the Barbarian
correspondientes a los años 1978 y 1979. King Conan se
lanzó con cadencia trimestral aprovechando las adaptaciones que
ya había hecho Thomas de las novelas en que Conan defendía el
trono de Aquilonia y sus guiones duraron hasta el número 8 de la
serie (que llevó fecha de diciembre de 1981). Fueron tebeos
todos ellos repletos de extensas y excelentes historietas y con
el poderoso equipo gráfico formado por Buscema y Chan.
Los aficionados al género
disfrutaron de otras delicias desde los primeros meses de 1980.
Entonces, Marvel se atrevió a lanzar al mercado una revista que
trataba de incorporarse a los modelos procedentes de Europa y
que nació con la premisa de respetar los derechos de los
autores. Era Epic Illustrated, conglomerado de género
entre los que destacó siempre la fantasía. Su director, Archie
Goodwin, hizo con ella un encomiable trabajo, dirigido a
explotar nuevas posibilidades tecnológicas sobre papel de mayor
gramaje y satinado y abierto a la experimentación. Uno de sus
exponentes fue la adaptación de la novela de Robert E. Howard
Almuric y la recuperación del ciclo de Elric en historieta.
En el caso de Almuric, había sido prevista su adaptación en
Marvel Premiere en 1977, pero por fortuna terminó
destinado aquí, con una gran calidad gráfica producto de los
esfuerzos de Tim Conrad que en España jamás llegamos a ver
traducida al completo. El guión era de Thomas, naturalmente, al
igual que los de las historietas protagonizadas por el personaje
de Michael Moorcock.
La estela de Thomas tardó un tiempo
en abandonar en las colecciones de espada y brujería de Marvel
tras una marcha que a nadie benefició.
...
Thomas halló el portal: el 75 de Rockefeller Plaza. Redacción de
DC. Allí acudía como un hombre en paro cualquiera. A otro le
hubieran hecho esperar un buen rato. A él le tendieron una
alfombra. |