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HYBORIA EN VIÑETAS


20- DE UNA DÉCADA QUE SE AVECINA PROMETEDORA ¿TAMBIÉN PARA CONAN?

Imagen de cabecera: ALGO DE king conan, H?. © 2006 Barry xxx xxxx


Enero de 1981. Casa de los recientemente casados Milgrom.

 

«¡Puagh!». La rata escupió asqueada el papel. «Esto no sabe como el sabroso papel amarillo de los tebeos de antaño. ¡Qué asco!». El roedor se hallaba degustando las blancas páginas del núm. 2 de Epic Illustrated. En concreto las que ofrecían una increíble historieta de P.C. Russell.

 

No eran tiempos malos para la fantasía heroica. En absoluto. Aunque no serían tan interesantes como los de la década dejada atrás. Eran muchos los que se asombraban de que Conan hubiese permanecido vivo y en los primeros puestos de ventas tras una década de vida en cómic. A finales de 1980 todavía llegaban felicitaciones de esta índole a Marvel, aunque por lo general reinaba el descontento por la marcha de Thomas, amenazando con el abandono de las series protagonizadas por el cimmerio y otros bárbaros. Algunos lectores, más explícitos, argumentaban que el relevo no hacía otra cosa que repetirse, utilizando una fórmula baldía, el algoritmo de la superficialidad. Que Thomas jamás habría permitido que el elemento sobrenatural, en su desmesura, empobreciese la historia. Sus continuadores no respaldaron esta tesis, no. Abusaron de los monstruos que te mueres. Agrisaron los ambientes y acartonaron a los personajes. Cosificaron los tipos femeninos y trivializaron enormemente a los villanos. A estos parámetros respondieron los guiones de Fleisher que fue escribiendo del núm. 60 en adelante de The Savage Sword of Conan.

 

Como excepciones quedaron algunas historietas de lujo -ofrecidas como gotas de un perfume valiosísimo- que no eran sino las últimas contribuciones de Thomas, estiradas durante los primeros años ochenta. Así, en ejemplar 62 de la revista en blanco y negro apareció Solomon Kane ilustrado por David Wenzel. Para el 63 reservaron una historieta de un personaje no hyborio, Chane, ilustrado por Gil Kane. En el 66 se publicó una historieta larga de Roy Thomas en plan detectivesco, servida gráficamente por Ernie Chan bajo el título “El mar sin retorno”. En el 67 hubo una secuela de “La charca del negro”, dibujada por Alcalá. En el núm. 68 se adaptó otra historia de A.J. Offut, ya con otro guionista y con meteduras de pata por doquier... Y a Thomas siguió viéndosele por The Savage Sword of Conan hasta más avanzada la colección, puesto que entre los ejemplares 73 y 79 se ofreció en fragmentos un guión de Thomas protagonizado por Valeria, la de la Hermandad Roja, “La isla de los piratas”. El resto de las aventuras que aparecieron entre estas obras mencionadas acusaron todas ellas minusvalía, pereza tonta o incapacidad, pese a los colaboradores de la parte gráfica, que eran los habituales.

 

Que tampoco se libraron del rechazo. A Buscema se le criticó paradójicamente su continuidad, la cual perjudicaba al héroe –decían- por abocarlo a la grosería y a la brutalidad, muy lejos ya del lirismo épico de Howard. A Chan se le criticó su dejadez, porque ahora entintaba más grueso, más sucio, reincidiendo en aquella zafiedad del personaje. La verdad es que estas murmuraciones quedaron patentes en algunos de los números no escritos por Thomas de la nueva serie King Conan, que ahora conducía Doug Moench como guionista a partir del núm. 9, fechado en marzo de 1982. Thomas ya no volvió a aparecer por allí. Buscema, tampoco. Chan sí se quedó. A partir de ahí, durante diez números se narraron historias autoconclusivas del monarca bárbaro, en las que atendimos al poco dramático crecimiento del primogénito de Conan, llamado Conn, y a otras peripecias del rey de Aquilonia de entre las cuales destacaría la estimulante “The Looters of R’Shann”. Desde el número diez la serie abandonó la cadencia trimestral y, quién sabe si gracias al impulso de la película de John Millius sobre el personaje, pasó a publicarse bimestralmente. Por sus páginas desfilarían nuevos guionistas, como Paul Kupperberg, nuevos dibujantes, como Ricardo Villamonte o Denis Mitchell, construyendo un grupo de historietas que fueron formulando una hilazón argumental algo más sólida hasta alcanzar la veintena de números.

 

Doug Moench también fue el artífice de otro acontecimiento memorable en el ámbito de la espada y brujería de este año, la vuelta de Kull en una aventura especialmente inolvidable (dibujada por John Bolton) para el núm. 26 de Bizarre Adventures. Se trataba de una estrategia típica en Marvel, la de avanzar la presencia de algún personaje que en breve obtendría serie propia. En esta ocasión no se quedó en mero proemio a una obra de mayor envergadura, se constituyó por sí misma como una obra maestra del cómic que no hallaría comparación con la mayoría de historietas de fantasía heroica coetánea, o al menos no desde luego con las de Conan. Ese número de Bizarre Adventures, debido a este magnífico trabajo de Moench / Bolton se convertiría en el segundo más vendido de toda la colección.

 

A la cabecera principal en color de fantasía heroica de Marvel, Conan the Barbarian, también se la intentó reformar y reorientar. Para ello se le dejaron las riendas de la cole al magnífico anatomista y narrador Gil Kane y al excelente cuenta historias Bruce Jones. Sus aportaciones desfilaron partiendo del núm. 127 de la serie, en lo que se anunció como “una nueva gran saga de Conan en su tierra natal” que pretendía recuperar el carácter de saga perdido. Al contrario que DeMatteis (guionista que inició este relato) su sustituyo Jones aportó argumentos con chispa, entretenidos y muchos con moraleja, todo lo cual alejaba a este Conan de aquel al que todos los lectores estaban habituados. Kane, por su parte, vio mermada su maestría compositiva por una caterva de malos entintadores. Durante 1980, acaso por la defección de Thomas, no hubo annual de la serie, pero sí que salió uno en el invierno de 1981, otra aportación del testamento guionístico de Roy que también fue ilustrado por Gil Kane: “Rey del Pueblo Olvidado”.

 

También durante 1980 fueron canceladas las tiras de prensa de Conan, aparentemente agotado el personaje en los periódicos estadounidenses.

 

No parecía que las cosas le estuvieran yendo bien al cimmerio. Normal. La repentina deserción de Thomas había desestabilizado todo y el equilibrio no podría recuperarse tan rápido. Mas el género no moría aquí. Bloodstar fue reeditado ese año en color en la revista Heavy Metal, ahora con mayor éxito que cuando fue publicado como libro de cómics. Y en DC, donde todavía se publicaba con éxito Warlord –ahora con dibujines de un imberbe Mark Texeira-, nacía en septiembre de 1981 una nueva colección de espada y brujería de corte diferente: Arak, son of Thunder. Era una reincidencia en la fantasía heroica que transcurría en las cortes bizantinas, protagonizada por un indio mohawk y una cohorte de otros personajes / héroe desenvuelta en clave de Golden Age muy al gusto de su guionista. Sí, el huido Roy Thomas. El dibujante fue Ernie Colon.

 

Los ochenta no serían años de explotación de géneros sino de transformación de formatos, modelos narrativos y distribución. Desde los primeros años de la nueva década, se había puesto en evidencia que a las ahora abundantes librerías especializadas les beneficiaba efectuar pedidos sólo sobre cantidades con venta segura, bien por solicitud de los interesados, bien por un pacto con los editores. Era el llamado “mercado de venta directa” o direct market, según el cual algunos cómics ya no se veían obligados a realizar el tortuoso circuito por los quioscos. Los comic books editados de esta forma, bajo pedido y para su distribución exclusiva a librerías especializadas podían desentenderse de la autocensura y, por ello, ofrecer a los autores mayor libertad de actuación en el desempeño de su trabajo. Pacific Comics y DC fueron dos de los primeros sellos importantes en adoptar esta medida. Marvel ensayó el modelo con Dazzler y luego con Moon Knight y Marvel Fanfare, raro comic book éste por su calidad formal sin precedentes en el cual cupo de todo, hasta fantasía heroica. La permisividad se abrió hasta incrementar el grado de violencia y la amoralidad de algunos personajes. El Daredevil de Frank Miller iba a revolucionar el tono habitual de los comic books precisamente en esta época. Conan había dejado de ser el caudillo de los cómics sin inocencia.

 

 

«¡Malditos roedores!», gritó Al Milgrom al descubrir su Epic roído. «¿Pues no se me ha comido lo ultimito del mercado!?»

 

«Al menos le aprovechará a alguien», reparó su esposa.


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 [ © 2006 Manuel Barrero, por el texto, y Carlos Yáñez, por el diseño ]  [ © 2006 Conan Properties International, LLC / Robert E. Howard Properties, LLC. El resto de los copyrights corresponden a los editores y autores de estos productos aquí mostrados, lo cual se hace con carácter exclusivamente informativo y / o promocional ]