Enero de 1981. Casa de los recientemente casados Milgrom.
«¡Puagh!». La rata escupió asqueada el papel. «Esto no sabe como
el sabroso papel amarillo de los tebeos de antaño. ¡Qué asco!».
El roedor se hallaba degustando las blancas páginas del núm. 2
de Epic Illustrated. En concreto las que ofrecían una
increíble historieta de P.C. Russell.
No eran tiempos malos para la fantasía heroica. En absoluto.
Aunque no serían tan interesantes como los de la década dejada
atrás. Eran muchos los que se asombraban de que Conan hubiese
permanecido vivo y en los primeros puestos de ventas tras una
década de vida en cómic. A finales de 1980 todavía llegaban
felicitaciones de esta índole a Marvel, aunque por lo general
reinaba el descontento por la marcha de Thomas, amenazando con
el abandono de las series protagonizadas por el cimmerio y otros
bárbaros. Algunos lectores, más explícitos, argumentaban que el
relevo no hacía otra cosa que repetirse, utilizando una fórmula
baldía, el algoritmo de la superficialidad. Que Thomas jamás
habría permitido que el elemento sobrenatural, en su desmesura,
empobreciese la historia. Sus continuadores no respaldaron
esta tesis, no. Abusaron de los monstruos que te mueres.
Agrisaron los ambientes y acartonaron a los personajes.
Cosificaron los tipos femeninos y trivializaron enormemente a
los villanos. A estos parámetros respondieron los guiones de Fleisher que fue escribiendo del núm. 60 en adelante de The
Savage Sword of Conan.
Como excepciones quedaron algunas historietas de lujo -ofrecidas
como gotas de un perfume valiosísimo- que no eran sino las
últimas contribuciones de Thomas, estiradas durante los primeros
años ochenta. Así, en ejemplar 62 de la revista en blanco y
negro apareció Solomon Kane ilustrado por David Wenzel. Para el
63 reservaron una historieta de un personaje no hyborio, Chane,
ilustrado por Gil Kane. En el 66 se publicó una historieta larga
de Roy Thomas en plan detectivesco, servida gráficamente por
Ernie Chan bajo el título “El mar sin retorno”. En el 67 hubo
una secuela de “La charca del negro”, dibujada por Alcalá. En el
núm. 68 se adaptó otra historia de A.J. Offut, ya con otro
guionista y con meteduras de pata por doquier... Y a Thomas
siguió viéndosele por The Savage Sword of Conan hasta más
avanzada la colección, puesto que entre los ejemplares 73 y 79
se ofreció en fragmentos un guión de Thomas protagonizado por
Valeria, la de la Hermandad Roja, “La isla de los piratas”. El
resto de las aventuras que aparecieron entre estas obras
mencionadas acusaron todas ellas minusvalía, pereza tonta o
incapacidad, pese a los colaboradores de la parte gráfica, que
eran los habituales.
Que tampoco se libraron del rechazo.
A Buscema se le criticó paradójicamente su continuidad, la cual
perjudicaba al héroe –decían- por abocarlo a la grosería y a la
brutalidad, muy lejos ya del lirismo épico de Howard. A Chan se
le criticó su dejadez, porque ahora entintaba más grueso, más
sucio, reincidiendo en aquella zafiedad del personaje. La verdad
es que estas murmuraciones quedaron patentes en algunos de los
números no escritos por Thomas de la nueva serie King Conan,
que ahora conducía Doug Moench como guionista a partir del
núm. 9, fechado en marzo de 1982. Thomas ya no volvió a aparecer
por allí. Buscema, tampoco. Chan sí se quedó. A partir de ahí,
durante diez números se narraron historias autoconclusivas del
monarca bárbaro, en las que atendimos al poco dramático
crecimiento del primogénito de Conan, llamado Conn, y a otras
peripecias del rey de Aquilonia de entre las cuales destacaría
la estimulante “The Looters of R’Shann”. Desde el número diez la
serie abandonó la cadencia trimestral y, quién sabe si gracias
al impulso de la película de John Millius sobre el personaje,
pasó a publicarse bimestralmente. Por sus páginas desfilarían
nuevos guionistas, como Paul Kupperberg, nuevos dibujantes, como
Ricardo Villamonte o Denis Mitchell, construyendo un grupo de
historietas que fueron formulando una hilazón argumental algo
más sólida hasta alcanzar la veintena de números.
Doug Moench también fue el artífice
de otro acontecimiento memorable en el ámbito de la espada y
brujería de este año, la vuelta de Kull en una aventura
especialmente inolvidable (dibujada por John Bolton) para el
núm. 26 de Bizarre Adventures. Se trataba de una
estrategia típica en Marvel, la de avanzar la presencia de algún
personaje que en breve obtendría serie propia. En esta ocasión
no se quedó en mero proemio a una obra de mayor envergadura, se
constituyó por sí misma como una obra maestra del cómic que no
hallaría comparación con la mayoría de historietas de fantasía
heroica coetánea, o al menos no desde luego con las de Conan.
Ese número de Bizarre Adventures, debido a este magnífico
trabajo de Moench / Bolton se convertiría en el segundo más
vendido de toda la colección.
A la cabecera principal en color de
fantasía heroica de Marvel, Conan the Barbarian, también
se la intentó reformar y reorientar. Para ello se le dejaron las
riendas de la cole al magnífico anatomista y narrador Gil Kane y
al excelente cuenta historias Bruce Jones. Sus aportaciones
desfilaron partiendo del núm. 127 de la serie, en lo que se
anunció como “una nueva gran saga de Conan en su tierra natal”
que pretendía recuperar el carácter de saga perdido. Al
contrario que DeMatteis (guionista que inició este relato) su
sustituyo Jones aportó argumentos con chispa, entretenidos y
muchos con moraleja, todo lo cual alejaba a este Conan de aquel
al que todos los lectores estaban habituados. Kane, por su
parte, vio mermada su maestría compositiva por una caterva de
malos entintadores. Durante 1980, acaso por la defección de
Thomas, no hubo annual de la serie, pero sí que salió uno
en el invierno de 1981, otra aportación del testamento
guionístico de Roy que también fue ilustrado por Gil Kane: “Rey
del Pueblo Olvidado”.
También durante 1980 fueron
canceladas las tiras de prensa de Conan, aparentemente agotado
el personaje en los periódicos estadounidenses.
No parecía que las cosas le
estuvieran yendo bien al cimmerio. Normal. La repentina
deserción de Thomas había desestabilizado todo y el equilibrio
no podría recuperarse tan rápido. Mas el género no moría aquí.
Bloodstar fue reeditado ese año en color en la revista
Heavy Metal, ahora con mayor éxito que cuando fue publicado
como libro de cómics. Y en DC, donde todavía se publicaba con
éxito Warlord –ahora con dibujines de un imberbe Mark
Texeira-, nacía en septiembre de 1981 una nueva colección de
espada y brujería de corte diferente: Arak, son of Thunder.
Era una reincidencia en la fantasía heroica que transcurría en
las cortes bizantinas, protagonizada por un indio mohawk y una
cohorte de otros personajes / héroe desenvuelta en clave de
Golden Age muy al gusto de su guionista. Sí, el huido Roy
Thomas. El dibujante fue Ernie Colon.
Los ochenta no serían años de
explotación de géneros sino de transformación de formatos,
modelos narrativos y distribución. Desde los primeros años de la
nueva década, se había puesto en evidencia que a las ahora
abundantes librerías especializadas les beneficiaba efectuar
pedidos sólo sobre cantidades con venta segura, bien por
solicitud de los interesados, bien por un pacto con los
editores. Era el llamado “mercado de venta directa” o direct
market, según el cual algunos cómics ya no se veían
obligados a realizar el tortuoso circuito por los quioscos. Los
comic books editados de esta forma, bajo pedido y para su
distribución exclusiva a librerías especializadas podían
desentenderse de la autocensura y, por ello, ofrecer a los
autores mayor libertad de actuación en el desempeño de su
trabajo. Pacific Comics y DC fueron dos de los primeros sellos
importantes en adoptar esta medida. Marvel ensayó el modelo con
Dazzler y luego con Moon Knight y Marvel
Fanfare, raro comic book éste por su calidad formal sin
precedentes en el cual cupo de todo, hasta fantasía heroica. La
permisividad se abrió hasta incrementar el grado de violencia y
la amoralidad de algunos personajes. El Daredevil de
Frank Miller iba a revolucionar el tono habitual de los comic
books precisamente en esta época. Conan había dejado de ser el
caudillo de los cómics sin inocencia.
«¡Malditos roedores!»,
gritó Al Milgrom al descubrir su Epic
roído. «¿Pues no se me ha comido lo ultimito del mercado!?»
«Al menos le aprovechará a alguien», reparó su esposa. |