Febrero de 1992. Park Avenue South. Oficinas de Marvel.
Preocupado se halla Michael Hobson, vicepresidente del grupo
editorial Marvel. Habían dado un paso de gigante con aquello de
mostrar a un héroe a tono con los tiempos: Northstar, de los
Alpha Flight, los canadienses esos, que todo el mundo sabe
que son medio… franceses.
El personaje era gay y lo había reconocido en un comic book.
Uauh…
Pero, qué curioso, al mes siguiente la editorial había tenido
que retirar todas las copias del número aquel de N.F.L.
Superstar por mostrarse abiertamente intolerante con los
indios Hopi, esos de Arizona.
Vaya…
Nuevos tiempos para el tratamiento de ciertos temas en la
historieta norteamericana. El movimiento gay ya era notorio en
1993, y durante estos años no sólo avanzaba la distinción entre
homos y heteros, también la mujer comenzaba a imponerse
claramente como figura esencial de la cotidianidad, las
decisiones sociales y políticas, y los cómics mostraron cada día
más personajes femeninos de gran fortaleza, capacidad de
liderazgo, enorme poder y… eso siempre, inevitablemente: grandes
pechos.
Los géneros se hallaban en proceso de cambio, mestizaje y
préstamo, y entre las 75 series de Marvel lanzaba ahora al mes
se podía encontrar de todo. Sólo había que echar un ojo a las
obras premiadas en los más importantes festivales
estadounidenses para darse cuenta de que los gustos de la
crítica y de gran parte del público habían virado
considerablemente con respecto a lo que se votaba y consumía
veinte años atrás. Los premios Harvey se fueron en 1991 para
Eightball, Hate, Neil Gaiman, Steve Rude, Peter Bagge,
Sergio Aragonés, un libro de cómics de Piranha Press y, vaya,
Fafhrd
and the Grey Mouser
(por el entintado de Williamson). Los Eisner fueron para
Xenozoic Tales, Sandman, Give me Liberty, Elektra Lives Again…
y el resto se los dieron a Frank Miller. Los premios de la
distribuidora Diamond fueron también para Miller, Dark Horse y
Spider-Man.
Miller y Gaiman parecían ser los amos del cotarro. No hacían
Conan. Ninguno hacía fantasía heroica. Lo que privaba a la peña
ahora era el antihéroe con algo de cyborg y toques
ficcio
científicos o, por el contrario, onírico mitológicos. De
esta mezcolanza posmoderna desorientada hallamos un perfecto
ejemplo en X-O Manowar, personaje de Valiant que Bob Layton
revisitó para que lo dibujase Barry Windsor-Smith y que fue
traído de vuelta a la actualidad como una suma de Iron Man y
Conan. Los cómics de fantasía heroica se estaban diluyendo entre
el resto del supragénero fantástico, el genuino tebeo de espada
y brujería estaba cambiando lentamente hacia una mixtura
distinta. Por ejemplo, a finales del año 1991 Barry Blair, antes
en el sellito Aircel, canceló Elrod y creó al personaje
Nyghtwynd para protagonizar Elfhem, y se estaba vendiendo
bastante bien, oye. Molaba ya más el elfo afeminado que el
bárbaro garañón.
Pero entre los géneros de corte superheroico se estaba estilando
un modelo más agresivo. Y por más que Spiderman apareció como
interlocutor oficial para el Nacional Comitee for the Prevention
of Child Abuse, los tebeos estadounidenses mostraban ahora más
sexo y más desnudez (sin pasarse). Parecían interesados en un
lector que crecía, más adulto. O, a lo mejor, estaban únicamente
interesados en mantener ahí al lector de años atrás, por temor a
que no hubiera una renovación de público.
En parte esa tendencia se confirmaría en el futuro. Pegan ahora
el megaHulk de Keown, el rudo X-Factor de Stroman, el X-Force de
Liefeld, el Ghost Rider de Texeira, el Namor globalizado de
Byrne, y el grupo tragicómico Excalibur de Davis, el cual dio
muestras de satisfacción a los amantes de la space opera
con elementos de espada y brujería… Mientras, en Conan se tiraba
de personajes tomados de prestado (como Shuma-Gorath o Varnae,
escogidos de entre la galería de villanos de Dr. Strange) y se
usan estéticas reminiscentes de un pasado elegante que ya es
inalcanzable (en referencia a Mike Hoover, que apestaba a Neal
Adams de todo-a-cién, o a Ricardo Villagrán, que con su nuevo
estilo puntillista nos traía a la memoria el estilo de John
Severin). En estos cómics de bárbaros los valores canónicos de
la entintación se nos aparecieron renqueantes y untuosos, tanto
Chan, como Alcalá, como sus seguidores del tipo Docherty o Del
Barras. Quizá lo más interesante de esta época fuese el afectado
estilo del británico John Watkiss, elegido para Conan the
Barbarian hasta que alcanzó el núm. 265, donde se
adaptaron relatos de R.E. Howard tanto como de Clifford Ball.
Buena calidad media la de aquellas historietas, que pasaron
desapercibidas en cierto modo para el aficionado que en general
prefería músculo sobre músculo y mucha caña.
Mike Rokwitz, el editor de las
series de Conan, trató de imprimir un giro a los acontecimientos
estimando que ya era hora de adaptar nuevos relatos de Robert E.
Howard a Conan, o de nuevos escritores con los que se negociaron
los pertinentes contratos. Existían veinte o treinta nuevas
novelas del personaje publicadas desde principios de los
ochenta, cuando Thomas se marchó de la editorial, y ahí había
base de sobra para plantear nuevas aventuras en cómics. En
algunas cartas que fueron llegando y publicándose en sucesivos
meses en los tebeos protagonizados por el cimmerio muchos
lectores declararon que habían “regresado” a los cómics de Conan
porque había vuelto a ellos Thomas, y que consideraban que los
números 61 a 190 de la revista The Savage Sword of Conan the
Barbarian era como si no hubiesen existido.
Pues menudo piropo para los autores
que trabajaron en ellos…
Thomas se tomó la tarea de la
adaptación de nuevas obras literarias al cómic con ilusión y
echó un ojo sobre las nuevas entregas noveladas que Tor Books
había comenzado a lanzar al mercado desde 1982, principiando con
la publicación de la obra de Robert Jordan Conan the Defender
en el núm. 266 de Conan the Barbarian. Ésta fue una
larga saga en la que entrometió al fachoso Wrarrl y tiró de
subtramas que quedaron abiertas en el pasado, jugando con los
referentes y las historietas del principio de la andadura de
Conan. La estrategia tenía puntos de interés y la calidad media
de estos tebeos estuvo muy por encima de la media de lo
publicado en la última década. Pero dejaba cierto sabor añejo la
producción actual de Thomas, aferrado a esquemas narrativos
tradicionales, sin permitirse la mínima evolución o concesión a
la actualidad, salvo aquella alusión al problema de la
drogadicción que propuso en el núm. 273 o el del aborto que
abordó en el núm. 275.
Ya era tarde, el 275 fue el último
número de Conan the Barbarian. Ni la presencia de un
nuevo “valor” del dibujo, el escocés Colin McNeil –que venía
avalado por un premio Eagle obtenido en 1993-, pudo sostener la
colección. La merma continuada de lectores fue la razón de la
cancelación, eso no tenía vuelta de hoja. Se había intentado un
reflote poniendo a Thomas a las riendas pero no había surtido el
efecto deseado. Ahora se manejaban otras cifras de ventas y el
comic book en color de fantasía heroica ya no daba la talla.
Marvel adujo que el lector habitual de la serie había
“desaparecido” si bien no el lector de la revista en blanco y
negro, que seguía resistiendo en su discreto puesto en las
listas de ventas. Se distribuían ahora 195.000 ejemplares de
The Savage Sword por todo lo ancho de los Estados Unidos.
Tan sólo.
En realidad, The Savage Sword of Conan seguía vendiéndose
regularmente bien –al igual que su hermana en formato Conan
Saga- porque Marvel había decidido sacarla de las librerías
especializadas y distribuirla por los estantes de supermercados
masivamente, con ello llegaba a otros clientes que Conan the
Barbarian no conseguía alcanzar. La estrategia funcionó con
efectividad durante el verano de 1993, bien que la medida afectó
a los contenidos de la revista Conan Saga. Por ejemplo,
algunas desnudeces fueron cubiertas en las reimpresiones de
varias historietas de The Savage Sword publicadas veinte
años atrás, dado que quienes accedían ahora a su adquisición
podrían ser, ay, cuidado, lascivos niños que corretearan en
solitario por las calles de la sección de lencería y revistas…
Aparte, en Conan Saga, se estaban “reeditando” algunos
episodios que, por no caber al completo en la foliación de la
revista, se recortaban en algunas de sus páginas o se les
mutilaba la splash page, y todos contentos.
O descontentos. Era mal método, y el
descuido editorial preludiaba el final de la gloria. El arco
argumental de Conan liderando a los kozaki de las estepas que
había quedado en suspenso en Conan the Barbarian fue
continuado en las páginas de The Savage Sword a modo de
complemento, pero las historias allí elaboradas por Docherty,
Villagrán, Chan y Alcalá no estuvieron a la altura de las de
antaño. Al contrario, cada vez iban a peor. A comienzos de 1994,
cuando ya sólo quedaban en el mercado las dos revistas de Conan
en blanco y negro –una de ellas, de reediciones, recordémoslo-
parecía que todo había terminado.
No obstante, hubo algún repunte de la esperanza. Al menos dos.
El primero, Shaman, creación de Peter Stone y el
inigualable Alex Niño que nació como un proyecto de libro de
historietas de fantasía heroica previsto para publicarse bajo el
sello Continuity,
sello
comandado
Neal Adams todavía por entonces.
Los problemas financieros de la empresa llegaron antes que la
oportunidad de seguir adelante con la obra y optaron, editores y
autores, por sacar al mercado el producto serializado en formato
comic book. Qué triste fue poder disfrutar solamente del núm. 0
de Shaman (fechado en octubre de 1994), porque la obra
tenía aparentemente bastante potencial. Se apreciaba
esto
ya en la
historieta de presentación del personaje, obra del mejor Neal
Adams, en la que se nos presentaba como un guerrero también
ducho en las artes brujeriles que se ve involucrado en un
problema en la ciudad mítica de Xapur. Lo más denostable de la
creación, su parecido cercano al Zula de Conan, también guerrero
y hechicero, y también tocado con cresta a lo Mr. T algo
ridícula. Lo mejor del producto, la labor de Niño, con su
diagramación tan caótica y sugerente y con un uso del color
estimulante. Shaman nos dejó a todos con la miel en los
labios. Como la intentona de Atlas-Seaboard, Continuity se fue
al traste. Y adiós a los que aún creían en los comic books
hechos
con
dignidad.
El segundo, un tipo llamado Richard Ashford. Era un inglesito
que venía oficiando como editor de las revistas de Conan en
circulación, un tipo que apreciaba ciertos personajes y estilos,
y de quien partió la idea de rescatar a Solomon Kane para una
saga en dos partes en la que se encuentra con Conan en la Era
Hyboria (Savage Sword núms. 219-220).
Y de él fue la idea de revisar algunas listas de ventas de los
números de la revista en que dibujó Kayanan.
Y de otras cosas.
Hum… ¿Y si…? Podría ser que…
Hobson sigue haciendo cuentas en su ático. Su empresa tenía
ahora el 38’8% del pastel de ventas del país tan sólo. Durante
los primeros meses de 1992 fue incluso superado por Image, la
joven editorial fundada por cuatro niñatos que se habían lucrado
rápidamente en Marvel para luego erigir su propia empresa / ego.
En julio de 1992, el consorcio Malibu superó a DC Comics (17,9%
de la primera frente a 17,4% de la segunda) fue entonces cuando
se planeó matar a Superman, con lo que recuperaría la primacía
en el mercado en 1993 -33,07% del pastel en abril de 1993-. Este
era el plan: triquiñuelas y defunciones para reactivar ventas,
números 1 a tutiplén y, en cada número, portadas varias para
despistar y como cebo de coleccionistas.
La producción de tebeos era ahora una pasada. Se estimó a
finales de 1992 que comprar todas las series de cómics que se
estaban publicando en los EE UU implicaría para un aficionado un
desembolso mensual de 700 dólares. ¡Imposible hacerse con todo!
«Bueno, pero de X-Men, 1 vendimos siete millones
de ejemplares… así que a seguir explotando –se dijo el editor-.
Incluso a Conan. Con un hot artist y un reinicio desde
núm. 1 tenemos venta asegurada, je, je.» |