1991. Mike Rockwitz acude a una puja organizada por la veterana
casa de subastas Sotheby.
Va a licitar por… una página de Frank Frazetta. Es la primera
vez que Sotheby’s Holdings Inc dedica una subasta a poner a
disposición del público obras de historieta. Eminentemente
dibujos originales o colecciones en estado mint. Un hito
que podría interpretarse como una renovación del aprecio que las
elites culturales tenían del cómic.
¿O no?
Pues no. El interés residía en las elevadas sumas que algunos
tipos estaban dispuestos a pagar por un original de George
Herriman, por ejemplo. Que no era Arte, era Mercado, o sea. Y
más ahora. Rockwitz estaba alegre ese día, precisamente por
haber contribuido a revivificar un fragmento de ese mercado:
había resucitado a Conan. Al buen Conan.
Rockwitz era de los nuestros.
En efecto, Mike Rockwitz era el editor de Conan the Barbarian
desde que se quiso renovar el título en 1990, y uno de sus
primeros impulsos al tomar las riendas de las series del
cimmerio fue teclear el número de Thomas para tener de vuelta al
equipo inicial, al clásico.
Contó para ello con la anuencia de Ralph Macchio, quien había
iniciado sus andanzas comiqueras escribiendo muchas cartas a los
correos de los lectores que entonces respondía Thomas y que
actualmente oficiaba como editor de varias series de Marvel. Y
Rockwitz obtuvo la autorización de Tom De Falco, buen director
editorial. Tuvo lugar este hecho oficialmente a la altura del
núm. 241 de Conan the Barbarian, fechado en febrero de
1991, cuando Marvel ya sólo mantenía tres títulos de fantasía
heroica: Conan Saga, la retitulada revista The Savage
Sword of Conan the Barbarian y el comic book de marras. De
momento, Thomas sólo se asomaría a la serie en color para luego
ir conquistando las otras plazas.
La llegada se quiso hacer al son de fanfarrias y contaron con
una cubierta del chico hot Todd McFarlane para aquel
número. Se cambió el logotipo y la logoforma y se eligió como
dibujante a Gary Hartle. Éste era un autor con un estilillo a
tono con los tiempos, pero cuyas inquietudes quedaron lastradas
con una inadecuada entintación de Mike de Carlo. En aquel número
de presencia renovada, Thomas orquestó un back to the basics
que narraba treinta años de correrías del bárbaro, relatando
azares pasados y situando al personaje ahora en una Zamora
revisitada y plagada de enemigos conocidos. Thomas había
planificado una vuelta a “su” Conan, sobrevolando altanero por
encima de lo producido por otros guionistas, y retomó la serie
como si los números 117-240 de Conan the Barbarian no
hubieran tenido importancia decisiva en la vida del personaje
(decidió agruparlos aproximadamente en el lapso un año de la
vida del cimmerio, cuando debieron de durar como mínimo dos y
medio) para luego establecer cómodamente su propia cronología
del héroe bárbaro. Hale.
En sucesivas entregas (que de nuevo insistieron en potenciar la
cabecera con reclamos oportunistas: Jim Lee hizo la cubierta del
núm. 242, Whilce Portaccio la siguiente, Steve Lightle la del
244, la 248 le tocó a Arthur Adams) Thomas demostraba dos cosas.
Una. Que había vuelto algo más lacónico y con ideas buenas pero
no tan apasionantes como en el pasado. Dos. Que se le veía el
plumero en su constante vuelta a la Golden Age dado su gusto por
los grupetes de héroes y heroínas –la primera a la que echa
mano, Red Sonja- que en manos de otro guionista hubieran
resultado poco creíbles de todos modos.
En
Conan the Barbarian
lo
primero que hizo Thomas
fue poner el punto y final a la saga conocida como “Conan Year
One” (números 232 a 240), un conato de remozamiento de la serie
que le salió rana al editor en funciones. De hecho Thomas firmó
con seudónimo su participación en la última entrega para tratar
de darle algo de coherencia al invento. Y luego fue directamente
a cumplir su deseo de rescatar ideas que había dejado pendientes
en el pasado. En esta vuelta a la serie, Zula se reunía con
Conan y con Sonja en las inmediaciones de Khoraja (desde
Conan the Barbarian, 244) para ayudar al cimmerio en su
lucha contra Thugra Khotán, aquel malvado inolvidable. Thomas
volvería a usar al darfario en la saga iniciada en Savage
Sword, 218, con Conan e Isparana como protagonistas. Y
también volvería el cimmerio a encontrarse con él mucho tiempo
después, devenido mago experimentado en Khesatta (Savage
Sword, 245).
Las
aventuras de estos personajes (Conan, Red Sonja, Isparana, Zula)
parten de una zona más o menos central del Híbori, pero pronto
acabarían enfrentados todos ellos en luchas por los desiertos y
estepas del oriente medio de Hyboria. No es que haya una crudeza
excesiva en estos cómics de acción, también había cierto talante
caballeresco en las decisiones del cimmerio. Recordemos que si
bien la política exterior estadounidense seguía siendo muy
conservadora desde la llegada de George Bush (la invasión de
Kuwait por Iraq tuvo lugar en agosto de 1990) había ocurrido la
comulga de bloques que antes se hallaban enzarzados en guerras
frías sin cuento; el mundo era otro tras la caída del muro...
Es de
suponer que tanto autores como lectores estarían sensibles a los
cambios de este nuevo orden mundial en el que el “enemigo” se
había mudado a otro lugar y raza, la árabe. Podría decirse que a
toda la montaña de cómics protagonizados por revanchistas e
hipermusculados superhéroes con ansiedad de ascenso militar se
fue encaramando un espíritu distinto, interesado en la
conservación del mundo, en la nueva cultura hedonista… pero
siempre con el moro como enemigo. A algunos lectores no
les pasó desapercibido que a esta altura Conan pusiera en jaque
con su acero a los países “árabes” de la Edad Hyboria. Dejemos
ahí el apunte, pero también la constancia de que Conan
permanecería luchando contra turanios hasta el final de sus días
en color, trazando una suerte de improviso puente entre guerra
de Iraq y guerra de Iraq...
Fuera de estas consideraciones, Thomas, interesado por la serie
de recopilación de episodios clásicos del personaje en blanco y
negro, la llamada Conan Saga, también se incorporó a su
plantilla. No como editor, acudió allí para comentar en sus
páginas las particularidades que concurrieron en la confección
de esos conocidos episodios de la vida de Conan en el pasado.
También en Conan Saga colaboró Thomas con la
definitiva ordenación de los episodios en cómic del personaje en
una serie de artículos titulados A Chronology of Conan’s
Career, para solaz de los que respetábamos el plan maestro
marcado por el propio Robert E. Howard cuando aún estaba con
vida. Lamentablemente, al no ser luego recopilada en un volumen
unitario a modo de libro, muchos “estudiosos” de los mundos y
los cómics de Conan obviarían este trabajo.
Otra revolución coetánea se operó en la colección The Savage
Sword of Conan. Esta revista no había sido tomada aún por
Thomas, y durante casi todo 1991 le siguieron escribiendo
guionistas como Paul Kupperberg, Larry Yakata, Chuck Dixon… a
cada cual peor. En octubre de 1991, fecha del número 190, volvió
a Savage Sword su mítico guionista e impulsor para –de
acuerdo con el editor Mike Rockwitz- dedicarse a
escribir
historietas basadas de nuevo en relatos pergeñados por REH a la
vez que adaptaba las novelas que sobre el personaje habían
escrito nuevos autores partiendo del año 1980. Aquí,
Thomas quiso entrar por la puerta grande, flanqueado por el par
artístico Buscema / Chan (el hombre que más páginas de Conan
había entintado hasta la fecha: 10.000) con el objetivo de
ilustrar una primera saga del bárbaro que entroncaba con sus
tiempos de bucanero (números 190 al 198 y, luego, desde el 202
al 206). Aquí el cimmerio no se enfrenta a árabes sino a
chinos, otro potencial enemigo de América de toda la
vida...
Similar mensaje de reafirmación de poder se emitió desde las
páginas de un libro de cómics de excepción que apareció en la
primavera de 1991: Conan the Rogue. Esta obra nos traía
de vuelta al Conan más fiero, el de John Buscema, en una
historia que había sido guionizada a dos manos por el veterano
lapicerista y el viejo Roy y que trascurría en uno de esos
países árabes donde el personaje no se cortaba un pelo a
la hora de desparramar sesos y sangre enemiga. Casi podría
decirse que el cimmerio se sumaba aquí a la recrudecida
tendencia que estaba adoptando Marvel en estos tiempos de
neoliberalismo con héroes en plan salvaje, como DarkHawk,
Toxic Avenger, Punisher POV, Deathlock, Sleepwalker o
Infinity Gauntlet, quienes mostraban en alguna de sus
aventuras de papel esta tendencia brutal de la nueva historieta
para adolescentes yanquis. Una suerte de masoquismo castrense
que también se extendía a lo carnal, en la apetencia por el
horror a la Clive Barker, o por los antihéroes condenados, de
los que se operó resurrección también por estas fechas (Ghost
Rider, Tomb of Dracula, Legions of the Night).
A subrayar esta hipótesis venía la parodia, que como todos
sabemos, exagera los elementos más destacados de cada creación,
personaje o personalidad. En esta época aparecieron varias: el
Moanin’ the Barbarian de Bill Wray y el Gronan the Beerbarian,
de Barry Dutter y Kez Wilson, los cuales fueron presentados en
el lanzamiento The Savage Wit of What the…?! , donde el
motivo de la exageración ridiculizante no se fijaba en la
estulticia del cimmerio sino en la exagerada tozudez del bárbaro
y en su peculiar brutalidad y falta de humanidad.
Pero volvamos al título The Savage Sword of Conan, donde
apareció el spin off de la inolvidable saga de “Conan el
Bucanero” con dibujos de John Buscema y tintas del filipino
Ernie Chan. Aquella aventura de reunión de clásicos constituyó
un punto de arranque a modo de saga para el magacín no glorioso
pero sí decente y meritorio, y legible para tratarse de un
argumento original del mismo Roy Thomas.
El siguiente guión
importante elaborado para la revista en blanco y negro consistió
en una adaptación de una novela, Conan y el Dios Araña,
que fue ofrecido por entregas entre los núms. 207 al 210. Fue
dibujado excepcionalmente por el filipino Eufronio R. Cruz,
autor con quien ya había trabajado Thomas en la miniserie
Cormac Mac Art. Y ahí no acabó todo, en el siguiente
ejemplar irrumpía otro filipino en la colección, un
filipino que sabía artes marciales, que también había trabajado
en series de fantasía heroica con anterioridad (en las
miniseries de Hawkmoon, publicadas por First Comics entre
1986 y 1988), y que tenía un estilo que lo parangonaba con los
estimulantes trazos del añorado Barry Windsor-Smith. Ese
filipino era Rafael Kayanan.
Kayanan se hizo responsable de vestir con imágenes una secuela
de la fabulosa
novelette
de Howard
Clavos Rojos,
adaptando así la novela de Roland Green titulada Conan and
the Gods on the Mountain, lo cual tuvo lugar en los números
211 a 213, 215 y 217 de
The Savage
Sword.
No fue casualidad la elección de Rafael, pues ¿quién
mejor para continuar la saga parida brillantemente por Smith que
un artista que imitase sus trazos barrocos y su detallismo? El
filipino era el más indicado, sin duda. Pero, también el más
lento: Se aplicó tan ufano y meticuloso sobre el tablero de
dibujo que Marvel tuvo que embutir cómics distintos y de otros
autores entre los capítulos que iba realizando.
No sé con certeza si Thomas contrató
los derechos antes de que el libro de Green saliese a la venta o
justo en el momento en que se dispuso en los stands, pero
lo cierto es que azuzó al barroco Kayanan para que terminase la
adaptación durante el mismo año 1993, disponiendo
simultáneamente los aficionados a Conan de la versión novelada y
de la versión en cómic. Es posible que fuese el propio novelista
el que pugnara por conseguir que su obra fuese llevada a las
viñetas dado que él también era un gran aficionado al cómic (ha
comentado que una de las razones que le impulsó a escribir su
ciclo de fantasía heroica protagonizado por Wandor fue la
lectura previa de algunos de los primeros números de Conan
the Barbarian). Y, de hecho, Green mantendría buenas
relaciones con Thomas y con los editores de Marvel hasta el
punto de que pasó a formar parte del elenco histórico de
guionistas del cimmerio en 1997, cuando escribiera el guión de
la miniserie conocida en España con el título El Bosque
Infernal.
Por añadidura, los números de la revista que portaron esta
intrincada procesión de viñetas selváticas quedaran señalados
por sus portadas, obra del gran artista Tim Conrad (quien había
medrado también en sus comienzos imitando los lápices de Smith).
Sí, sí, el mismo Conrad que había dibujado Almuric para
ofrecerlo por entregas en Epic Illustrated años atrás. El
mismo que ahora veía recogidas aquellas historietas en un álbum.
Aunque no por Marvel, sino por Dark Horse, que se estaba
afianzando en un mercado en el que los top ten
aglutinaban títulos tan dispares como The Tick o
Teenage Ninja Mutant Turtles entre el monopolio casi
absoluto de los mutantes, donde ya se contabilizaban 112 (sí,
sí, cien-to-do-ce) sellos editoriales de cómics, y donde el
festival de géneros era más variado que nunca (¡si hasta el
rescate que Russ Cochram había practicado de los antañosos
títulos de EC se estaba vendiendo bien!). Conrad aparecía
también en la secuela de Almuric que Dark Horse se sacó
de la manga precisamente este año 1991, en agosto: Ironhand
of Almuric, una miniserie con guiones de Thomas y dibujos de
un pobretón Mark Winchell.
Mike Rockwitz, en su rinconcito del ocio –el que dedicaba a leer
los tebeos de la competencia- sopesó los productos de Dark Horse
con cierta fruición.
«Estos editorzuelos, míralos, se van haciendo poco a poco con
trocitos del pastel e incluso pretenden ir utilizando personajes
de Robert E. Howard. ¡Hasta a mis guionistas estrellas que tanto
me ha costado recuperar! ¡No, si al final pretenderán hacerse
con los derechos de Conan!»
Pues sí, majo. Al final el caballo negro iba a
terminar ganando la partida. |