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HYBORIA EN VIÑETAS


24. DE LOS NUEVOS AIRES DE ORIENTE, UNA INDUSTRIA QUE CRECE Y UN CONAN QUE SE DISPERSA

Imagen de cabecera: NO SÉ, LA VERDAD, ALGO QUE TE MOLE A TIeh?. © 2006 Barry xxx xxxx


Marzo de 1990. Barcelona. Roy Thomas se pasea por las Ramblas con su mujer Dannete.

 

Mira hacia uno de los colmatados quioscos y, asombrado, adquiere un libro de cómics de Conan lujosamente encuadernado y que contiene ciclos aventureros completos recogidos en volúmenes unitarios. Los Súper Conan.

 

«¡Mira esto, Dann, es un sueño hecho realidad!!» -Exclamó.

 

En EE UU había libros de cómics, pero raramente editados con mimo compilatorio. Lo que abundaban eran los comic books. Y, en ellos, violencia exudada. Esta era la nueva norma. Y lo oriental, que ya se filtraba.

 

El Ronin de Frank Miller, por ejemplo, denotaba una clara influencia del modo de hacer historieta en Japón, de los manga. Miller y otros autores ya leían cómics japoneses en los ochenta. En 1987, desembarcaron en EE UU las primeras ediciones traducidas de Lone Wolf & Cub y de la obra de Otomo Akira. Lo nipón iba a dominar, como quedaría demostrado en la amalgama inexplicable Teenage Mutant Ninja Turtles, que Mirage lanzó a mediados de los ochenta y con cuya presencia aumentó inesperadamente la onda expansiva del boom de las editoriales mal llamadas “independientes”.

En realidad, la influencia de lo oriental nunca se había ido. El género de artes marciales se había instalado en los setenta y terminó amalgamado con otros géneros en los noventa. En Conan, sin ir más lejos. En el núm. 179 de Conan the Barbarian se inició una saga coral con un equipo creativo que se estabilizó en la terna Owsley / Semeiks / Isherwood. Estos alcanzaron la cumbre de su creatividad con la llegada de Kobe y sus huestes khitanas. Samuráis, vamos. En The Savage Sword of Conan se produjo también cierta contaminación nipona, en los episodios escritos por el guionista con raíces orientales Larry Yakata y a los que daba el visto bueno el editor Larry Hama, también un tipo interesado en las culturas de más allá del meridiano 90 (Hama era editor en 1986 de la revista de Conan, de Conan the King, Conan the Barbarian, Savage Tales, Peter Parker y Dakota North… ejem).

 

Yakata era más malo que una salmonelosis, al decir de la afición, pero contaba con el beneplácito de su editor y tiró para adelante con obras espeluznantes, quizá las peores de toda la trayectoria de la revista. En 1986 se rumoreó que para arreglar la situación volvería Thomas a escribir los cómics de Conan y otros de Marvel, todo ello condicionado por un nuevo contrato. No nos cayó aquella breva. Y otro guionista, Don Kraar, fue quien contribuyó a que más tipos de ojos rasgados cruzaran su camino con Conan y a que los guiones, en general, se resintieran.

 

No miréis ahora, pero Conan se cayó el Top ten y no volvió a encaramarse a él, superado por los mutantes. Incluso la serie The Sword of Solomon Kane, plena de calidad, pasó por completo desapercibida. Eran momentos de renovación, y la renovación no iba con los hyborios. Byrne, otro que discutió con Shooter, se montó en el dólar con su remozado Superman, que también aupó en prestigio a la historieta cuando fue él quien lo dibujó para la portada del TIME (en 1988). Frank Miller, también saltó a DC para hacer The Dark Knight Returns, experimento ucrónico con el que revitalizó las ventas de Batman, algo adormecidas desde los finales setenta. Y Alan Moore y Dave Gibbons, también para DC, se sacaron de la manga Watchmen, tebeo con el que estuvo satisfecha hasta la crítica.

 

Poco de esto se produjo en el ámbito de la fantasía heroica, donde hubo algunos lanzamientos olvidables como Swords of Swashbucklers, el pastiche The Book of Red Fox, o la parodia Equine the Uncivilized. Marvel pasaba un poquito de los bárbaros ahora. Sí, Thomas volvió en verano de 1986 a hacer historietas para Marvel, pero no para las colecciones de Conan sino para hagiografiar a Sub-Mariner. Los sellos pequeños insistieron en el género, sin embargo: como Michel Tibodeaux (que sacó The Last of the Viking Heroes), como Sirius (Greylore), como Aircel (Elfrod) o como First, que siguió con Elric y pasó luego a publicar el ciclo fantástico de Corum, adaptación de Mike Baron y Mike Mignola. Tampoco DC soltó la presa a la fantasía heroica y en 1987 lanzó la colección Amethyst, con Giffen, Newell y Maroto a las riendas, y Talos of the Wilderness Sea, número único y magnífico de Jan Strnad y Gil Kane que parecía una mezcla entre BlackMark y Ka-zar pero que en realidad consistía en la transcripción del libro bíblico del Éxodo a una era posholocausto. Esta obra se la habían ofrecido a Thomas y también la había rechazado. Que listo el Roy, cómo sabía lo que estaba y lo que no de moda…

 

Conan, único personaje de fantasía heroica de Marvel (con la salvedad de Groo) mantenía una tendencia inercial y poco interesante, aspecto que no lograron enmascarar los editores con el sellito de for mature readers que le endilgaron a The Savage Sword of Conan a la altura del núm. 133. Y no fue gratuita esta advertencia, ojo, que seguíamos en la época Reagan, que el presidente actor había revalidado en 1984 su cetro defensor del orgullo nacional, los valores tradicionales, la familia y el patriotismo.

 

Justamente entre 1986 y 1989 fue cuando brotaron de nuevo ataques provenientes de grupos conservadores y religiosos dirigidos a moderar la carga de promiscuidad y desviación sexual de los comic books. También denunciaban la violencia. Algunos tebeos comenzaron a llevar la etiquetita aquella de explicit sexuality incluso. Era lo propio, las indies permitían a los autores expresarse como les viniera en gana, y las majors también dejaban que se colase alguna teta o alguna palabrota, qué coño. Algunos analistas coinciden en señalar que entre Miller, Sienkiewicz, McKean y otros se forzó un viraje hacia la abstracción gráfica en los cómics por haberse agotado la iconicidad pop de Kirby que habían convertido en escuela John Romita y John Buscema. La cosa también afectaría a los guionistas (Moore, entre ellos), que dejaron de generar personajes tan planos, tan remarcado, para introducirse en mundos más complejos, ahora posibles gracias al más rico universo perceptivo del lector.

 

Conan, ni caso. Entre Dixon, Kwapisz, Kraar, Docherty, Yakata, Bator y otros piezas, sus cómics habían acabado por convertirse en la antítesis de lo antedicho. Dixon potenciaba lo canalla y lo marcial en busca del lector excitado por la política exterior. Tonto no era: los mutantes copaban los puestos de venta más altos, pero en el verano de 1987 cuatro de los títulos que más vendían eran los de los G.I Joe, de los cuales estaba orgullosísimo Larry Hama. Pero el hecho es que Conan the King, la cole que se hacía más eco de las ansias expansionistas e imperiales, vendía bien poquito (220.000 ejemplares de difusión en julio de 1988) y terminó por ser cancelada.

 

Lo único en los Conan de este tiempo que se salió un poco de la norma fue Conan Saga, serie de recuperación que apareció en junio de 1987 y que nos traía de vuelta a Barry Smith en blanco y negro. Conan Saga no aportaba nada nuevo salvo el dato de que el personaje aguantaba el tirón, hasta el punto de que se preparaban nuevas graphic novels como Conan the Reaver, que fue todo un desacierto, tanto por las meteduras de gamba de Kraar como por el poco adecuado Severin que la ilustró.

 

Otra cosa buena de este tiempo fue que Kull reapareció complementando a Conan (núm. 145 y ss.), con Dixon escribiendo algunas buenas historias, aunque mostrasen a un monarca de métodos expeditivos, y con la llegada de algún dibujante extraordinario e injustamente considerado, como Dale Eaglesham. También se dio la bienvenida a algunos autores jóvenes que no llegaron a más posteriormente, como Armando Gil o Tony Salmons, o que llegaron a mucho, como John Romita hijo (una de sus obras primeras fue una historieta ambientada en la era Hyboria que apareció en Conan Saga 14 y que jamás fue traducida en España).

 

The Killing Joke, Wolverine, Punisher o ‘Nam o marcaron nuevas tendencias en los cómics y las sagas que concitaban a mogollón de héroes no dejaban de llamar la atención del lector fiel (Evolutionary War, Inferno…). A Conan o Kull, claro, no había manera de encajarlos en esos arcos argumentales y el único tebeo inspirado en R.E. Howard que por aquel tiempo podría entenderse dentro de la línea de vanguardia sería el publicado por Eclipse Pigeons from Hell, libro de cómics de Scott Hampton arriesgado en lo gráfico y terrorífico –como no- en correspondencia con el relato que adaptaba.

 

Desde los finales ochenta se operó un giro hacia propuestas más simplistas y esquemas que frisaban la tendencia fascistoide en algunos comic books. No en los de Conan. Ahora era The Punisher uno de los personajes de moda: héroe vengativo, soldado acostumbrado y homicida justificado. En octubre de 1988 era el cuarto comic book más vendido de EE UU... Wolverine (Lobezno) le superaba. El de las garras en los dorsos de las manos era ahora el “bárbaro” de moda. Y las series de mutantes ya oscilaban entre las 6 y 8 al mes.

 

Para el caso de Conan, lo más parecido a esta puesta a punto de los superhéroes hijos del neoliberalismo del cual tomó el relevo George Bush padre, era la tensa aproximación a Conan de Bart Sears (el amigo de la desmesura) y las salidas de tono de Chuck Dixon. Y seguían aferrados, los editores de bárbaros, en mantener en estos tebeos ciertos estilemas clásicos, alejados de las nuevas tendencias estéticas. Mal hecho. Lo nuevo era la vertiginosa estética japonesa, la de la profusión de líneas cinéticas –no heredaron, para nada, los montajes silentes, las secuencias de reposo- con el fin de recolectar más adrenalina del fan. En muchos autores, algunas sendas cinéticas se volvieron más voraces y las líneas se volvieron más hostiles, como le pasó a John Byrne, e incluso aserradas (como ensayaría el inefable Rob Liefeld). De otro lado, lo nuevo también era el picture comic, los tebeos pictóricos, elevados a superior categoría sólo en función de la técnica. El cabeza de puente de aquella oleada fue Arkham Assylum, libro de cómic caro (25 pavos de los de entonces) que vendió más de 100.000 ejemplares antes de salir de la imprenta el primer ejemplar editado gracias a una excelente estrategia publicitaria. En total, este tebeo llegaría a vender casi tres millones de copias. A la crítica no le interesó mucho, no obstante. Al lector, pese a su complejidad, sí. Aparentemente.

 

¿Qué es lo que vendía aquí pues? La campaña promocional.

 

Y de eso andaban olvidados los editorzuelos de fantasía heroica, porque en torno a la misma fecha que el tebeo de McKean vio la luz (abril de 1989) lo hacía también The Vale of Shadow (de Zelenetz y De Zúñiga), libro de cómics de Kull a modo de graphic novel que por más que intentó parecerse a Toppi no logró aprecio ni de público ni de comentaristas. Wolverine and Havok: Meltdown sí que les pareció cool a los chavales. Y, de repente, se estrenó el filme de Tim Burton Batman, que recaudó 100 millones de dólares en sus primeros días de proyección, algo inaudito. Fue el filme que más rápidamente traspasó la barrera de los 300 millones de dólares en taquilla. Todo un hito que marcaría los pasos futuros de las productoras cinematográficas, y que condujeron a un saneamiento y mejora de DC, en primer lugar, y a buscar nuevas adaptaciones de personajes de cómic a la gran pantalla. La llamada batmanía dominaría los cómics y la industria juguetera en adelante, generando unas cifras increíbles en merchandising.

 

Mientras tanto, en Marvel no se les ocurre otra cosa que lavarle la cara al cimmerio. O sea, Dixon y Chan siguen haciendo al mismo Conan de siempre, pero salen graphic novels como la de The Skull of Set que pretenden aportar una imagen nueva, estilizada y madura del personaje, cosa que en este caso no lograron ni el desorientado Doug Moench ni el rígido Paul Gulacy. Y cuando llegó el aniversario del bárbaro en los cómics, en 1990 (veinte años dando espadazos de papel), Marvel lo celebra sacando una suerte de “Conan Año Uno” en Conan the Barbarian, y pegándole un viaje por las primitivas tierras supuestamente norteamericanas de la Era Hyboria en The Savage Sword of Conan. Un desplante para un personaje con solera al que no saben como renovar a ojos de un lector que ya no sólo es estadounidense, es mundial, puesto que al igual que otros héroes de Marvel, el cimmerio es leído habitualmente en Benelux, Brasil, Francia, Alemania, Grecia, Italia, México, Portugal, España (el país que más títulos de Marvel estaba traduciendo en aquel momento), Turquía, Yugoslavia, Suecia, Finlandia, Dinamarca… distribuidos por los grupos editoriales Planeta, Abril, Condor, Bastei y Semic, entre los más importantes. Al poco, la empresa italiana de cromos Panini se haría con los derechos de distribución en la mayor parte de Europa y en uno de los mayores consumidores de cómics de Latinoamérica: Brasil.

 

En aquel momento, primavera-verano de 1990, se está produciendo un torbellino comercial en Marvel (y en la industria de los cómics estadounidense en general). Los impresores y editores manejaban beneficios anuales producidos por los cómics que sobrepasaban los 400 millones de dólares. La bola promocional que supuso el filme Batman había resultado muy rentable, las nuevas políticas de distribución estaban generando nuevos dividendos inesperados, y la génesis de una suerte de nuevo star system en la historieta también estaba vendiendo mucho. A esto hay que sumar el efecto que tuvo sobre el mercado la especulación sobre los números 1, recordemos que entonces vio la luz el Spiderman de Todd McFarlane, cuyo núm. 1 –de agosto de 1990- llevaba cuatro cubiertas distintas para fomentar el coleccionismo y, consecuentemente, la especulación. La globalización ya era una realidad en esta industria desde el momento en que se constató la prisa de Marvel por lanzar a sus personajes a la pantalla grande (la infumable peli aquella del Capitán América se estrenó a toda mecha) y la primera fusión de dos compañías de cómics en un solo ímpetu: First Comics y Berkeley, que lanzaron bajo sello conjunto la serie Classic Illustrated ese año.

 

En Conan el lavado de cara estuvo desembocó en un engendro revival escrito por Michael Higgins y dibujado por Rom Lim, un joven llegado de las indies y que había triunfado moderadamente en una revisión de Silver Surfer. Entintaba Dan Adkins, el primer autor que entintó al personaje, pero aquello fue escasa garantía. Los cómics subsiguientes fueron mediocres y en The Savage Sword of Conan tampoco hubo muchas historietas dignas de rescate, por más que fue el solvente Gerry Conway el guionista de muchas de ellas.

 

Probablemente lo más destacable de la fantasía heroica yanqui de por entonces se refugió en Dark Horse, empresita que había ido creciendo tímidamente pero que ya se le veía gallarda y con ideas. Allí estaban Dann y Roy Thomas adaptando obras de Robert E. Howard, cuya explotación de derechos no obraba en poder de Marvel. Y es que fue por entonces que aparecieron los dos ejemplares de Kings of the Night con cubierta de Bolton y con un relato coprotagonizado por Kull y por Bran Mak Morn. Y también sacaron una miniserie del goidelo Cormac Mac Art dibujada por el filipino E.R. Cruz.

 

Marvel atacó entonces, contra todo pronóstico, con una de las mejores adaptaciones habidas de espada y brujería: Fafhrd and the Grey Mouser, directamente en formato prestige, con lomo y sobre buen papel, y con tres grandes firmas avalando el lanzamiento: Howard Chaykin, Mike Mignola y Al Williamson. La calidad estaba garantizada pero el producto aparentemente no llegó a todo el público que se pretendía, ¿Qué estaba ocurriendo? Bueh, que la fantasía heroica vendía menos. No sólo era Conan el que perdía popularidad, productos como éste no constituyeron el bombazo que se esperaba. Los gustos estaban ahora muy centrados en ciertos personajes a los que se explotaba de manera inmisericorde para lectores cada vez de menor edad (se estimaba que los consumidores de comic books iban de los 8 a los 18 años, pero las edades eran probablemente más bajas: de los 6 a los 12). De otro lado, el concepto de editorial de cómics ya no podía entenderse como una estructura de tipo “familiar” para el caso de Marvel. No cuando ya estaba funcionando como un monopolio asociado y dependiente de otras empresas, cuando contaba con 238 empleados fijos y casi 47.000 colaboradores por todo el mundo, cuando venía aumentando su volumen de negocio a pasos agigantados (51 millones de dólares en 1986, 55 millones en 1987, 60 en 1988, 69 en 1989, 81 en 1990…) y cuando había establecido como el canal más importante de ventas el sistema de venta directa (le reportaba el 54% de sus ventas en 1988, el 66% en 1989, el 73% en 1990). Esta era la Marvel que encaraba poderosa la recta final del siglo XX, nada que ver con aquella empresita nacida en los años treinta y remozada con entusiasmo en los sesenta... El papel de los comic books que salían de la Casa de las Ideas era ahora más blanco y todo relucía con otra luz ¡Todo parecía ir viento en popa! Y eso sin tener en cuenta sus vínculos con la industria cinematográfica…

 

Retrepado en su asiento en el avión, Thomas hojeaba encantado el Super Conan español. En sus pupilas latía una llamita de apasionamiento. Él se había ganado la vida en DC, y ahora alternando sus labores como guionista no sujeto a contrato en varias empresas como Dark Horse, pero es que Conan… seguía llamándole.

 

«Oye Dann –dijo, volviéndose hacia su esposa- Ahora que Marvel está tan crecida… ¿qué tal si volvemos a hacer Conan?»

 

No esperó su respuesta. Sabía que ella diría que sí.


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 [ © 2006 Manuel Barrero, por el texto, y Carlos Yáñez, por el diseño ]  [ © 2006 Conan Properties International, LLC / Robert E. Howard Properties, LLC. El resto de los copyrights corresponden a los editores y autores de estos productos aquí mostrados, lo cual se hace con carácter exclusivamente informativo y / o promocional ]