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HYBORIA EN VIÑETAS


23. DEL DECLIVE DE LO NEOCLÁSICO FRENTE AL ARRAIGO DEL NUEVO COMIC BOOK

Imagen de cabecera: cubierta de tu primer fanzinillo, al que se alude eh?. © 2006 Barry xxx xxxx


Septiembre de 1985. Ferrol. España.

 

El aficionadísimo a REH Carlos Yáñez robaba horas al sueño mientras terminaba de montar ejemplares de Conan el Sifilítico, un librito chiquitito, a modo de fanzine, que contenía un relato paródico escrito por Ignacio Romero. El gallego quería formar parte de la facción activa del fandom español, algo agitado desde que J.M. Lalanda publicara aquel libro, La Canción de las Espadas, en 1983. A finales de 1984 había aparecido en Málaga el fanzine Berserkr, y... bueno, se preparaban más cosas. Yáñez quería ser parte de aquel surgimiento. Isabel Pazos, su esposa, se recortó en el dintel de la puerta de su cuarto con el ceño de un hyperbóreo y le soltó aquello de «¡Lambón, deja de hacer gateñadas y a la cama!».

 

Tuvo que cortar la deleitada ensoñación y dejar los folios sobre la mesa. Por un rato...

 

Pese a su baja aceptación por parte de la crítica, las dos pelis de Conan dieron pasta y fueron el detonante de la definitiva expansión del personaje por todo el mundo. O al menos de un modo de entender al personaje, un modelo bastante distante del que originalmente pergeñara Robert E. Howard. Desde 1984 se incrementaron las ediciones de cómics del cimmerio en turco, portugués, francés, español, brasileño, danés, alemán… Y surgieron imitadores ciento de sus historietas, entre los que destacaría el cómic Vulkan o Manos, del autor apellidado Correa, para el mercado alemán, que luego fue publicado acá. Pero el éxito de Conan no era ya único, tenía que compartirlo con las publicaciones de historietas de espada y brujería que hacían Eclipse, First Comics, Dark Horse… empresas que venían pisando fuerte, sobre todo en el mercado de venta directa, que sería el llamado a convertirse en el núcleo de la creatividad en innovación en el seno de la industria estadounidense. Más por cuanto el sello de la Comics Code desapareció finalmente en 1985 de muchas cubiertas de tebeos.

 

Aquel año fue bueno y fue malo para Conan. Sus cómics vendían lo suficiente, pero la venta de literatura protagonizada por el bárbaro –según Glenn Lord- había descendido sensiblemente, síntoma de que se estaba trocando una gran afición lectora por una cada vez mayor videoadicta. Por otra parte, en Marvel, Claremont y Bolton se marcaron otro fantástico, Black Dragon, de excelente calidad de edición. Y First se unió al elenco bárbaro con el personaje Elric y sus adaptaciones a la historieta (tomó los derechos que antes tuvo Pacific Comics), aparte de que comenzó también a adaptar al cómic a otros héroes de Moorcock, como Dorian Hawkmoon, y había sacado la graphic novel titulada Beowulf, con arte de Jerry Bingham, que rescataba así al personaje del poema mítico.

 

Marvel, en cuanto a tebeos howardianos o del estilo, se apuntó un tanto cuando lanzó, con fecha de septiembre de 1985, el núm. 1 de The Sword of Solomon Kane. Por fin una miniserie del héroe más enjuto de Howard, por fin. La colección de comic books llevó al espadachín isabelino de un lado al otro de África y Europa a lo largo de seis estupendos números bimestrales con portadas de Sienkiewicz, Kevin Nowland o Mike Mignola. Y dentro dibujaban Steve Carr, Bret Blevins, Al Williamson, Mignola, John Bogdanove, John Ridgeway o Sandy Plunckett, en historietas adaptadas o nuevas por quien antes fue aficionado y corresponsal de los tebeos bárbaros: Ralph Macchio.

 

Las vueltas que da la vida, los aficionados se convertían en profesionales.

 

Fue entonces cuando la Línea Epic recogió los Elfquest de los Pini, una fantasía onirista en la onda del high fantasy y la fabulística. BWS también había vuelto al género de fantasía heroica en Pathways to Fantasy, sobre guión de Bruce Jones, pero lo suyo ya era como una reflexión melancólica sobre el viaje de los héroes bárbaros, como un hito en ruta que se difuminaba. Casi paralelamente, en DC Arak se iba retirando tras cincuenta números a finales de 1985.

 

Al final del lustro había quedado claro que desde el año 1981 los lectores de Conan ya no eran los de antes. Esto por un lado se debía al hecho generacional. La “vieja” generación lectora anterior no aguantó el tipo en su totalidad, muchos desertaron de la lectura de tebeos, tal y como mandaban los cánones en la sucesión de hábitos culturales en esta década, en la que todo afán por hacer Arte o Cultura de la historieta había cuajado sólo en reductos elitistas. También se operaba un relevo en los gustos: se crecía con unos esquemas estéticos en torno, pero al abandonar determinados hábitos de juventud también se modificaba el consumo de ciertas plásticas. Ahora había un nuevo factor en estas tendencias, el de mercado: los nuevos lectores se hallan dirigidos por hábitos generados mediante campañas promocionales cada día más eficaces y eminentemente ligadas a fenómenos cinematográficos o televisivos. Como resultado, a los nuevos lectores de Conan les importa una ameba el laberinto cronológico del personaje; a los nuevos lectores de Conan les importa un paramecio la identidad de enemigos o acompañantes, sólo quieren que las tías estén jamón y a los villanos se les arranque la cabeza de un tajo; los nuevos lectores quieren ver a Conan machacando malos y, si se tercia, a algún monstruo grande grandote.

 

Hay muchas cartas negativas que llegan a Marvel renegando de estos “nuevos tiempos”, de esta nueva modalidad de golpetazo anónimo, sin chicha narrativa. Pero hay pocas que denuncien la violencia del cómic per se. Son los años de plomo de Ronald Reagan... Tiempos de programa nuclear potenciado y desenterramiento del anticomunismo (sobre todo en el Tercer Mundo). Tiempos de intervención en Irán y en Nicaragua. Tiempos de neoconservadurismo y ultraliberalismo. Tiempos de expansión del capitalismo salvaje. Y los tebeos tenían que notarlo.

 

            Así entonces, Conan seguía siendo el bueno, el héroe, pero se salía de lo habitual haciendo gala de bravuconería, amoralidad, vitalismo y desenfado como nunca. Ya, ya, todo eso lo había hecho antes, pero ahora se conducía sin aparente motivo. Y eso funcionaba la mar de bien de cara al público. De hecho, Conan the Barbarian y algunas de sus colecciones hermanas, frecuentaron el top ten de los comic books más vendidos hasta comienzos de los ochenta. Y es evidente que a esta altura ya no era por obra y gracia de sus autores sino por salvar la censura mostrando más erotismo recatado y sobre todo violencia cruda sin moralejas ni tufo kitsch.

           

            La sugerente cosecha de aficionados era una señal para editores con olfato. Marvel se percató del cambio y decidió introducir en sus comic books más héroes con “lado oscuro” en sus colecciones. Aquí es donde verdaderamente nació el dark and grity… Los primeros habían sido Deathlock, Punisher y Wolverine, a mediados de los setenta, que mostraban tímidamente esa vena desalmada, instintiva y destructiva heredera directa de las actividades de Conan y que, en la década siguiente, los convertiría en líderes de ventas (al menos en lo que concierne a los dos últimos citados).

 

En Kull the Conqueror, Vol. 3, que boqueaba en su final de colección, se publicaban historietas como “Blade of Justice” o “Masquerade”, donde el guionista Zelenetz, siempre dotado de cierta sensibilidad no habitual en Marvel, ponía en tela de juicio el funcionamiento de los estamentos legislativo y judicial de la Civilización a la vez que denunciaba el peligro de corrupción que es inherente al Poder. Toda una lección en viñetas que era impartida entre diciembre de 1984 y enero de 1985 y que, naturalmente, no dijo nada a los nuevos lectores.

 

Pocos avisos hubo como aquel.

 

En el caso de Conan, el reflejo más importante de la política intervencionista de Reagan se observó en Conan the King, donde a la altura del núm. 30 de la colección se comenzó otra narración de la vida de Conan más agitada, más épica, que implicaba el enfrentamiento entre varios países de la Era Hyboria con el objeto de extender los dominios de Aquilonia hasta obtener un imperio. Todo ese plan de luchas fue dirigido por el guionista Don Kraar y dibujado mayormente por Mike Docherty. Una etapa que duró veinte números y que, a juicio de muchos aficionados, supone una de las mejores sagas épicas del Conan no howardiano. Una saga eminentemente militar. Qué casual que, al tiempo, se comenzaran a vender muy bien los dioramas bélicos y los juegos de rol en los que los jugadores se implicaban en batallas. Los juegos de cartas asociados y los videojuegos fueron creciendo en consonancia...

 

Las ventas de cómics bárbaros no resistieron tanto como los guerreros aquilonios en Conan the King. Tras los cinco números en los que se volvió sobre el vacío argumental de mitad de la serie, las gestas épicas de Conan como rey abandonaron los kioscos precisamente cuando el monarca ya oteaba el horizonte de Turán como próximo objetivo bélico y previo paso a su mítico viaje transoceánico hacia el continente que se describe en la aventura Conan de las Islas. Hubiera sido interesante ver a Conan / Reagan actuando en tierras de Turán / Iraq...

 

Hubo que esperar a que llegara otro presi.

 

Carlos Yáñez también deseó incorporarse al neocapitalismo: «Voy a crear un fanzine exclusivo sobre REh, que voy a vender a cientos de miles de aficionados ¡y me voy a forrar!»

Y se levantó, en calzoncillos, a montar su fanzine un rato más...


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 [ © 2006 Manuel Barrero, por el texto, y Carlos Yáñez, por el diseño ]  [ © 2006 Conan Properties International, LLC / Robert E. Howard Properties, LLC. El resto de los copyrights corresponden a los editores y autores de estos productos aquí mostrados, lo cual se hace con carácter exclusivamente informativo y / o promocional ]