Septiembre de 1985. Ferrol. España.
El aficionadísimo a REH Carlos Yáñez robaba horas al sueño
mientras terminaba de montar ejemplares de Conan el
Sifilítico, un librito chiquitito, a modo de fanzine, que
contenía un relato paródico escrito por Ignacio Romero. El
gallego quería formar parte de la facción activa del fandom
español, algo agitado desde que J.M. Lalanda publicara aquel
libro, La Canción de las Espadas, en 1983.
A finales de 1984 había
aparecido en Málaga el fanzine Berserkr, y... bueno, se
preparaban más cosas. Yáñez quería ser parte de aquel
surgimiento. Isabel Pazos, su esposa, se recortó en el
dintel de la puerta de su cuarto con el ceño de un hyperbóreo y
le soltó aquello de «¡Lambón, deja de hacer gateñadas y a la
cama!».
Tuvo que cortar la deleitada ensoñación y dejar los folios sobre
la mesa. Por un rato...
Pese a su baja aceptación por parte de la crítica, las dos pelis
de Conan dieron pasta y fueron el detonante de la definitiva
expansión del personaje por todo el mundo. O al menos de un modo
de entender al personaje, un modelo bastante distante del que
originalmente pergeñara Robert E. Howard. Desde 1984 se
incrementaron las ediciones de cómics del cimmerio en turco,
portugués, francés, español, brasileño, danés, alemán… Y
surgieron imitadores ciento de sus historietas, entre los que
destacaría el cómic Vulkan o Manos, del autor
apellidado Correa, para el mercado alemán, que luego fue
publicado acá. Pero el éxito de Conan no era ya único, tenía que
compartirlo con las publicaciones de historietas de espada y
brujería que hacían Eclipse, First Comics, Dark Horse… empresas
que venían pisando fuerte, sobre todo en el mercado de venta
directa, que sería el llamado a convertirse en el núcleo de la
creatividad en innovación en el seno de la industria
estadounidense. Más por cuanto el sello de la Comics Code
desapareció finalmente en 1985 de muchas cubiertas de tebeos.
Aquel año fue bueno y fue malo para Conan. Sus cómics vendían lo
suficiente, pero la venta de literatura protagonizada por el
bárbaro –según Glenn Lord- había descendido sensiblemente,
síntoma de que se estaba trocando una gran afición lectora por
una cada vez mayor videoadicta. Por otra parte, en Marvel,
Claremont y Bolton se marcaron otro fantástico, Black Dragon,
de excelente calidad de edición. Y First se unió al elenco
bárbaro con el personaje Elric y sus adaptaciones a la
historieta (tomó los derechos que antes tuvo Pacific Comics), aparte de que
comenzó también a adaptar al cómic a otros héroes de Moorcock,
como Dorian Hawkmoon, y había sacado la graphic novel
titulada Beowulf, con arte de Jerry Bingham, que
rescataba así al personaje del poema mítico.
Marvel, en cuanto a tebeos howardianos o del estilo, se apuntó
un tanto cuando lanzó, con fecha de septiembre de 1985, el núm.
1 de The Sword of Solomon Kane. Por fin una miniserie del
héroe más enjuto de Howard, por fin. La colección de comic books
llevó al espadachín isabelino de un lado al otro de África y
Europa a lo largo de seis estupendos números bimestrales con
portadas de Sienkiewicz, Kevin Nowland o Mike Mignola. Y dentro
dibujaban Steve Carr, Bret Blevins, Al Williamson, Mignola, John
Bogdanove, John Ridgeway o Sandy Plunckett, en historietas
adaptadas o nuevas por quien antes fue aficionado y corresponsal
de los tebeos bárbaros: Ralph Macchio.
Las vueltas que da la vida, los aficionados se convertían en
profesionales.
Fue entonces cuando la Línea Epic recogió los Elfquest de
los Pini, una fantasía onirista en la onda del high fantasy
y la fabulística. BWS también había vuelto al género de
fantasía heroica en Pathways to Fantasy, sobre guión de
Bruce Jones, pero lo suyo ya era como una reflexión melancólica
sobre el viaje de los héroes bárbaros, como un hito en ruta que
se difuminaba. Casi paralelamente, en DC Arak se iba
retirando tras cincuenta números a finales de 1985.
Al final del lustro había quedado claro que desde el año 1981
los lectores de Conan ya no eran los de antes. Esto por un lado
se debía al hecho generacional. La “vieja” generación lectora
anterior no aguantó el tipo en su totalidad, muchos desertaron
de la lectura de tebeos, tal y como mandaban los cánones en la
sucesión de hábitos culturales en esta década, en la que todo
afán por hacer Arte o Cultura de la historieta había cuajado
sólo en reductos elitistas. También se operaba un relevo en los
gustos: se crecía con unos esquemas estéticos en torno, pero al
abandonar determinados hábitos de juventud también se modificaba
el consumo de ciertas plásticas. Ahora había un nuevo factor en
estas tendencias, el de mercado: los nuevos lectores se hallan
dirigidos por hábitos generados mediante campañas promocionales
cada día más eficaces y eminentemente ligadas a fenómenos
cinematográficos o televisivos. Como resultado, a los nuevos
lectores de Conan les importa una ameba el laberinto cronológico
del personaje; a los nuevos lectores de Conan les importa un
paramecio la identidad de enemigos o acompañantes, sólo quieren
que las tías estén jamón y a los villanos se les arranque la
cabeza de un tajo; los nuevos lectores quieren ver a Conan
machacando malos y, si se tercia, a algún monstruo grande
grandote.
Hay muchas cartas negativas que llegan a Marvel renegando de
estos “nuevos tiempos”, de esta nueva modalidad de golpetazo
anónimo, sin chicha narrativa. Pero hay pocas que denuncien la
violencia del cómic per se. Son los años de plomo de
Ronald Reagan... Tiempos de programa nuclear potenciado y
desenterramiento del anticomunismo (sobre todo en el Tercer
Mundo). Tiempos de intervención en Irán y en Nicaragua. Tiempos
de neoconservadurismo y ultraliberalismo. Tiempos de expansión
del capitalismo salvaje. Y los tebeos tenían que notarlo.
Así entonces, Conan seguía siendo el bueno, el
héroe, pero se salía de lo habitual haciendo gala de
bravuconería, amoralidad, vitalismo y desenfado como nunca. Ya,
ya, todo eso lo había hecho antes, pero ahora se conducía sin
aparente motivo. Y eso funcionaba la mar de bien de cara al
público. De hecho, Conan the Barbarian y algunas de sus
colecciones hermanas, frecuentaron el top ten de los
comic books más vendidos hasta comienzos de los ochenta. Y es
evidente que a esta altura ya no era por obra y gracia de sus
autores sino por salvar la censura mostrando más erotismo
recatado y sobre todo violencia cruda sin moralejas ni tufo
kitsch.
La sugerente cosecha de aficionados era una señal
para editores con olfato. Marvel se percató del cambio y decidió
introducir en sus comic books más héroes con “lado oscuro” en
sus colecciones. Aquí es donde verdaderamente nació el dark
and grity… Los primeros habían sido Deathlock, Punisher y
Wolverine, a mediados de los setenta, que mostraban tímidamente
esa vena desalmada, instintiva y destructiva heredera directa de
las actividades de Conan y que, en la década siguiente, los
convertiría en líderes de ventas (al menos en lo que concierne a
los dos últimos citados).
En Kull the Conqueror, Vol. 3, que boqueaba en su final
de colección, se publicaban historietas como “Blade of Justice”
o “Masquerade”, donde el guionista Zelenetz, siempre dotado de
cierta sensibilidad no habitual en Marvel, ponía en tela de
juicio el funcionamiento de los estamentos legislativo y
judicial de la Civilización a la vez que denunciaba el peligro
de corrupción que es inherente al Poder. Toda una lección en
viñetas que era impartida entre diciembre de 1984 y enero de
1985 y que, naturalmente, no dijo nada a los nuevos lectores.
Pocos avisos hubo como aquel.
En el caso de Conan, el reflejo más
importante de la política intervencionista de Reagan se observó
en Conan the King, donde a la altura del núm. 30 de la
colección se comenzó otra narración de la vida de Conan más
agitada, más épica, que implicaba el enfrentamiento entre varios
países de la Era Hyboria con el objeto de extender los dominios
de Aquilonia hasta obtener un imperio. Todo ese plan de luchas
fue dirigido por el guionista Don Kraar y dibujado mayormente
por Mike Docherty. Una etapa que duró veinte números y que, a
juicio de muchos aficionados, supone una de las mejores sagas
épicas del Conan no howardiano. Una saga eminentemente militar.
Qué casual que, al tiempo, se comenzaran a vender muy bien los
dioramas bélicos y los juegos de rol en los que los jugadores se
implicaban en batallas. Los juegos de cartas asociados y los
videojuegos fueron creciendo en consonancia...
Las ventas de cómics bárbaros no
resistieron tanto como los guerreros aquilonios en Conan the
King. Tras los cinco números en los que se volvió sobre el
vacío argumental de mitad de la serie, las gestas épicas de
Conan como rey abandonaron los kioscos precisamente cuando el
monarca ya oteaba el horizonte de Turán como próximo objetivo
bélico y previo paso a su mítico viaje transoceánico hacia el
continente que se describe en la aventura Conan de las Islas.
Hubiera sido interesante ver a Conan / Reagan actuando en
tierras de Turán / Iraq...
Hubo que esperar a que llegara otro
presi.
Carlos Yáñez también deseó incorporarse al neocapitalismo: «Voy
a crear un fanzine exclusivo sobre REh, que voy a vender a
cientos de miles de aficionados ¡y me voy a forrar!»
Y se levantó, en calzoncillos, a montar su fanzine un rato
más... |