H.G. OESTERHELD: MAESTRO DE LOS SUEÑOS 2. DE EDITORIAL FRONTERA HASTA EL SUPLEMENTO SEMANAL HORA CERO
ANDRÉS FERREIRO, FERNANDO ARIEL GARCÍA, HERNAN OSTUNI, LUIS ROSALES, NORBERTO RODRÍGUEZ VAN ROUSSELT

Resumen / Abstract:
Héctor Germán Oesterheld ya ha revolucionado la forma de escribir la historieta: su gran innovación, el héroe grupal, cambia la forma de ver las historias. Oesterheld está maduro y listo para partir en búsqueda de su propio destino, de su propia editorial. Efectivamente así hace y crea Editorial Frontera. Comienza el momento de la historieta adulta en Argentina, pero también se inicia el fin de la llamada época de oro. / Héctor Germán Oesterheld already has revolutionized the form to write the comic strip: his great innovation, the group hero, changes the form of seeing histories. Oesterheld is mature and ready to start in search of his own destiny, of his own publishing house. Really he does so and creates Editorial Frontera. The moment of the adult comic strip in Argentina begins, but also the end of the so-called gold epoch is initiated.
Notas: Artículo publicado en 2005 en el número 17 de la `Revista Latinoamericana de Estudios sobre la Historieta´.

H.G. OESTERHELD: MAESTRO DE LOS SUEÑOS 2

De Editorial Frontera hasta el suplemento semanal Hora Cero

 

1957: año clave

El viernes 17 de febrero de 1956, los lectores de Misterix se encuentran con un aviso publicitario que anuncia la próxima aparición de dos colecciones de libros de bolsillo protagonizadas por los dos personajes pilares de la revista de Abril: Sargento Kirk y Bull Rockett. Lo extraño es que en el aviso no aparece el nombre de la editorial del arbolito, sino el de una desconocida Editorial Frontera –25 de Mayo 362, piso 4º, escritorio 401–. Nadie lo sabe, pero está allí el germen del período culminante de la historieta argentina; por aproximadamente dos años –1957 a 1959– en las revistas creadas por Editorial Frontera se nuclean los mejores dibujantes del momento para dar vida a los argumentos de Héctor Germán Oesterheld, constituyendo un momento único, irrepetible; un antes y después, no sólo en el plano nacional: no es exagerado decir que la influencia de esa movida repercute, tiempo después, primero en Europa y después en Estados Unidos.

Héctor Oesterheld y su hermano Jorge –guionista bajo el seudónimo de Jorge Mora– aprovechando la popularidad de los dos personajes salen a competir con la gran cantidad de colecciones del mismo formato que inundan los kioscos de ese entonces, tocando desde los temas sentimentales –Corín Tellado– hasta los del far west –Marcial Lafuente Estefanía.

El emprendimiento resulta. Las novelas se venden: se llegan a editar nueve títulos de cada serie. Los primeros siete números de Sargento Kirk y ocho de Bull Rockett se basan en argumentos de historietas ya aparecidas en Misterix, mientras que los últimos dos y uno, respectivamente, tienen texto inédito, creado expresamente para las colecciones.

Los números uno de cada colección se terminan de imprimir el 20/2/56. En Sargento Kirk las tapas de los dos primeros números corresponden a Jao Mottini, en tanto que del no. 3 al 6 se encarga Hugo Pratt y los nos. 7 a 9 no tienen mención de dibujante. En Bull Rockett también Jao Mottini es el dibujante de las tapas de los dos primeros números, Carlos Enrique Vogt realiza la de los nos. 3, 4 y 5, en tanto Hugo Pratt dibuja la de los nos. 6 y 7. En los números 8 y 9 no se menciona dibujante. La relación de títulos fue:

Serie Sargento Kirk:
1. «Muerte en el desierto»
2. «Hermano de sangre»
3. «Oro Tchatoga»
4. «Los espectros de Fort Vance»
5. «La balada de los tres hombres muertos»
6. «El “Recortado”»
7. «La ciudad de los muertos»
8. «“Sheriff”, Sepulturero, Barman, etc.»
9. «El invulnerable»

Serie Bull Rockett:
1.«El tanque invencible»
2. «Fuego blanco»
3. «Peligro en la Antártida»
4. «Buenos Aires no contesta»
5. «Piloto de prueba»
6. «Hacia el infinito»
7. «El último combate»
8. «De otros mundos»
9. «Vuelve Moby Dick»

Teniendo en cuenta la buena venta de los libros, el distribuidor propone que la editorial publique una revista; así nacen, inicialmente dos: Frontera y Hora Cero, en abril y mayo 1957, respectivamente.

Un indio pampa, erguido en las ancas de su caballo y oteando el horizonte, es el emblema utilizado para la presentación de sus publicaciones: el diseño muy probablemente lo haya realizado el excelente ilustrador brasileño Jao Mottini. Los logotipos de Frontera y Hora Cero se dice que están a cargo de Pablo Pereyra, publicista y docente, Director de Arte en la editorial.

El año del lanzamiento de Frontera y Hora Cero tiene como principal acontecimiento otro lanzamiento: el que realiza la Unión Soviética colocando en órbita un objeto de 83 kilos, el Sputnik I, el día 4 de octubre; semanas después repiten la proeza, con un objeto mucho mayor: 507 kilos. En la Unión Soviética se agiganta la figura de Nikita Krushchev, en tanto en Gran Bretaña asume como primer ministro el conservador Macmillan. Mientras en Argelia se producen 200 bajas francesas por mes y 600 rebeldes argelinos mueren por semana y en Cuba el movimiento guerrillero de Castro trata de deponer a Batista, el doctor Albert Schweitzer hace un llamamiento a la paz del mundo. Los libros de Francoise Sagan son best seller, Albert Camus recibe el Nobel de Literatura y el Oscar del año es para «El puente sobre el río Kwai».

En Argentina el gobierno provisional de Aramburu ha entrado en su segundo período. El llamado a elecciones para la reforma de la constitución es un acontecimiento en el campo político, donde la ruptura en el Partido Radical enfrenta a Balbín con Frondizi, quienes lideran la campaña electoral para colocar en el siguiente año un presidente constitucional. El gobierno militar acompaña el clima precomicial respetando las libertades públicas, excepto en la proscripción absoluta del peronismo. Se crea el Fondo Nacional de las Artes, mientras que la cinenovela o fotonovela es un boom: siete revistas se reparten un tiraje de 992 000 ejemplares. La literatura política gana la calle y Tía Vicenta, el 13 de agosto, irrumpe en los kioscos con su carga de humor.

Precisamente este emprendimiento personal de Juan Carlos Colombres –Landrú– tiene similitudes con el encarado por Oesterheld, y los dos revolucionan dos géneros muy afines: la historieta y el humor gráfico nacionales.

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Frontera y Hora Cero son revistas de aparición mensual, de episodios completos, salvo excepciones; el formato es apaisado (13 x 19,5 cm) con 68 páginas impresas en negro, tapas en colores. Aparecen, respectivamente, en abril y mayo de 1957. Las primeras tapas tratan de recordar al Misterix de la década del cincuenta, al colocar un cuadro de historieta acompañando a una ilustración en colores; posteriormente la ilustración gana todo el espacio de la cubierta. En Frontera las primeras tapas son dibujadas por Roume, Pavone, Pratt, Solano López; posteriormente las realizan Moliterni, Schiaffino, J. Herliczka, Vogt. En Hora Cero Pratt y Solano López fueron los primeros ilustradores, luego Daniel Haupt, Vogt, Julio Schiaffino, Lucho Olivera.

Cuando aparecen las dos revistas la dirección de la editorial ya ha cambiado: 3 de Febrero 1058, Bs.As.; dos veces más se producen mudanzas: en marzo de 1958 a Bolívar 547, y, exactamente un año después a Cangallo 1593, ambas también en la ciudad de Buenos Aires.

 

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Inicialmente figura como director Jorge Oesterheld; desde enero de 1962 el mismo HGO aparece como tal. Desde abril de 1961 el pie de imprenta ostenta el nombre de la Editorial Emilio Ramírez, cambiando en diciembre 1962 por Editorial Vea y Lea.

Frontera aparece hasta el no. 56, de noviembre 1961 (posteriormente, en igual tamaño, pero en formato vertical y bajo el título Colección Frontera aparecen –continuando la numeración– unos pocos números, con un episodio western de origen extranjero en cada uno). Hora Cero llega hasta el no. 72, de mayo de 1963.

A partir del próximo punto nos referiremos a los personajes que aparecen en cada una de las revistas. Entre paréntesis figura el nombre del primer dibujante y del guionista, en caso de este no ser HGO en todos o algún episodio. Las series no guionadas por HGO merecerán una breve semblanza en la reseña de la revista donde se publica su primer episodio.

 

Los personajes encuentran al autor

Frontera

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El elenco inicial lo componen «Tip Kenya» –aventuras de un guía de cazadores en África (dibujos de Carlos Roume)–; «Ticonderoga» –una saga ambientada en los escenarios de «El último mohicano» (Hugo Pratt)–; «Verdugo Ranch» –serie del far-west (Ivo Pavone)–; «Joe Zonda» –la historia de un joven aviador mendocino envuelto en cómicas situaciones (Francisco Solano López).

Sucesivamente ingresan en el sumario: «Del cuaderno rojo de Ernie Pike» (Solano López); «Leonero Brent» (J. Moliterni); «Rul de la Luna» (S. López) y «Jack Cleves» (Schiaffino). Provenientes de otras revistas de la casa llegan «Ernie Pike», «El gaucho Fatiga» y «Ernie Paik» (guión y dibujos de A. Horianski), «Sargento Kirk», «Bolo Peck»; «Cuentos de la ciudad grande» y «Patria vieja».

«Lucky Luke». En el quinto número se da a conocer en Argentina la posteriormente célebre historieta de René Goscinny y Maurice de Bevére («Morris»), en episodios de su primera época. También es publicado en Frontera Extra.

«Abrojo». En los números 9 (12/57) y 10 (1/58) aparecen dos únicas entregas de este simpático gauchito, por Luis Destuet.

«Riachueio Fútbol Club». Escrita por Jorge Mora con dibujos de Horacio Porreca, esta historieta es presentada en el no. 30 de Frontera, septiembre de 1959, desarrollada en ocho planchas. Es la historia de un chico llegado de Mendoza a Buenos Aires, el que nunca había jugado al fútbol. Presionado a participar como arquero en un picado de barrio, un habilidoso jugador contrario le marca furibundo gol, que precipita enardecido enojo de algunos de sus compañeros. Trenzado en pelea a puñetazos, comprueba que quien le ha convertido el gol, un chico conocido por «El Flaco», se encuentra junto a él, ayudándolo en el combate. Finalizada la riña, ambos pibes emprenden el regreso hacia sus hogares, conversando sobre futuros planes en el equipo del Riachuelo Fútbol Club, con la certeza de haber iniciado una feliz amistad.

«Juju». En el no. 42 (9/60) Jorge Mora y Ernesto García Seijas comienzan esta breve serie de cuatro entregas en 29 páginas; Grasa y Fideo, dos hermanos deseosos de gastar bromas a costa de un chico apodado Jujuy, le hacen beber un extraño y desagradable líquido cuya fórmula han obtenido de un libro con costumbres de los pieles rojas, brebaje que sorpresivamente lo transforma en invisible. Seguido al estupor de ambos hermanos por el suceso extraordinario del que son testigos y protagonistas, comprueban también que Jujuy se vuelve nuevamente visible cada vez que estornuda. Sobre la base a estos hechos se producen escenas jocosas, en particular por confusiones y equívocos en el ámbito escolar. Culmina en el no. 45, en diciembre 1960.

«Fabián». En el no. 54 de la revista, septiembre de 1961, y bajo este título, se da a conocer esta historieta realizada integralmente por Arancio. El episodio, seguro fragmento de una realización de mayor extensión, comienza cuando Fabián, su novia Laura y el padre de esta, Anselmo, logran llegar a la playa con una pequeña embarcación, escapando a una formidable tormenta. Explorando el lugar –sur de Brasil– se encuentra con una aldea arrasada. Ve una pisada enorme; vuelve presuroso a la playa. Anselmo cuenta que un ser gigantesco se llevó a su hija. Fabián va al rescate: la lucha con el enorme ser posibilita la huida de Laura. Luego el joven provoca un alud, que termina con el engendro.

El humorismo de Gorosito se hace presente en algunos números.

 

Hora Cero

El sumario inicial se integra con «Ernie Pike», el corresponsal de guerra (Hugo Pratt); «Lucky Piedras», viaje de una goleta desde las costas patagónicas al Yukón (Carlos Cruz); «Rolo», un maestro de escuela de un barrio de Buenos Aires en el espacio (Solano López).

Posteriormente se suceden: «Patria vieja» (Roume), «Hueso clavado» (Pavone), «Capitán Lázaro» (Cristóbal), «Amapola negra» (S.López), «Buster Pike» (Schiaffino), «Jeep Popski» (Haupt) y «Cuentos del Tipi» (Lobo). «Cuentos de la ciudad grande» y «Bolo Peck», iniciados en los Extras, también tuvieron su lugar.

«Trabuco y Trinquete». Entre los números 7 (11/57) y 10 (2/58) Luis Destuet reflota las andanzas de estos singulares piratas, ya aparecidos en Salgari y Misterix.

«A sangre y fuego». Con este título se conoce en el país el comienzo de la serie belga «Vieux Nick», con guión y dibujos de M. Remacle, que relata los esfuerzos del Viejo Nick, pirata que todos consideran debe jubilarse, por entrar a formar parte de la tripulación de feroces filibusteros.

Páginas de humor a cargo de Gorosito, Osvaldo Zmener y Tomé.

 

(CONTINUARÁ)

Ya impuestas en el gusto del lector Frontera y Hora Cero, Héctor Germán Oesterheld pone en la calle el 4 de setiembre de 1957 el primer número del Suplemento Semanal de Hora Cero. A diferencia de las otras publicaciones de la editorial, esta presenta series de episodios continuados. Revista de formato apaisado (19,5 x 26 cm), aparece los días miércoles, inicialmente con 16 páginas y tapas realzadas con un color.

Los dibujantes encargados de las tapas son inicialmente Pratt, Solano y Roume; luego Bertolini, Haupt, Schiaffino, Moliterni, Vogt, Repetto, Horvath.

Para dar imagen a sus personajes creados para esta revista, HGO cuenta con el concurso inicial de Francisco Solano López y Arturo del Castillo, quienes dibujan, respectivamente a «El Eternauta» y «Randall the Killer».

Posteriormente se agrega «Nahuel Barros», con dibujos de Roume. Bajo el título genérico de «Los impactos de Hora Cero» se publican –desde el no. 13 al 36– historietas unitarias completas; todas ellas –salvo una de Jorge Mora– son guionadas por HGO, con variados dibujantes: Solano López, Roume, Pavone, Estévez, Guibe, Schiaffino, Cristóbal, Moliterni, Bertolini. Fuera del título mencionado, se intercala en el no. 22 (29/1/58) «Lobo Conrad», con dibujos de Pratt.

Proveniente de la revista madre, desde el primer número aparece «Ernie Pike», con dibujos de Pratt; un episodio de este personaje, titulado «Lord Crack», termina siendo una nueva serie bajo ese nombre. Se presenta una policial dura –«Cayena» (Haupt)– y se incorpora un personaje muy querido de HGO: «El sargento Kirk» (Hugo Pratt).

«Sherlock Time», en su episodio más extenso, se hace presente en el Suplemento, al igual que «Patria vieja». Entre el 98 y el 111 se publican nuevamente unitarias completas, con textos de HGO para catorce de ellas, Jorge Mora realiza cuatro (uno de ellos «Fantasmas», con dibujos de Breccia) y una tiene la autoría –guión y dibujos– de Horianski. Otros dibujantes: Repetto, Arancio, Schiaffino, Vogt, Martínez, Roume, Estévez, Olivera, Sesarego y Lito Fernández.

«Cachas de oro» (Vogt) es la última serie de HGO en la revista, que se despide de sus lectores en el no. 116 (18/11/59).

«Pilotos de prueba». Esta historia se desarrolla en 31 páginas, entre los números 105 (2/9/59) y 114 (4/11/59), con guiones de Jorge Mora y dibujos de Daniel Haupt. Enmarcada en la intriga propia de las series de espionaje, tiene como base el sabotaje del prototipo de un avión. Rob Douglas, hermano de Sam, uno de los pilotos de prueba, inicia una investigación por su cuenta. Como la destrucción de los prototipos se produce luego de superar cierta velocidad, simulará pasar en exceso ese límite, pidiendo a un agente del FBI que observe las reacciones que en tierra tenga el técnico diseñador, de quien sospecha. La treta tiene éxito: le anuncia a Rob que el saboteador ha confesado y que tiene que arrojarse en paracaídas, puesto que el prototipo que pilota también está preparado para que estalle. Lo que no sabe Rob es que no es el diseñador el culpable del sabotaje; cuando toca tierra le anuncian que su hermano era el causante de la destrucción de los aviones y que ha confesado para evitar su muerte.

 

PALABRA DE OESTERHELD

«Ticonderoga»

En su no. 28 (10/57) la revista Dibujantes publica un artículo de Oesterheld, acerca del origen de esta serie, que reproducimos a continuación.

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Imposible dar una fecha exacta para el nacimiento de «Ticonderoga». Porque, si bien es cierto que el propósito de hacer una historieta cuya acción transcurriera «en el mil setecientos», en la época de «El último mohicano», se concretó a principios de este año, cuando la Editorial Frontera decidió publicar un material de ese tipo, ni Hugo Pratt, el dibujante, ni yo, el autor, podríamos decir con certeza cuándo nos nació el anhelo de llevar a la historieta al mundo maravilloso de los bosques y los lagos, los pieles rojas y los pioneros, la frontera siempre en llamas entre colonos ingleses y franceses.

Hugo Pratt deseó siempre la historieta del mil setecientos. Ya en nuestras primeras charlas, cuando empezábamos a dar vida al «Sargento Kirk», él me habló de su vieja aspiración, cuyas raíces le venían desde la misma infancia: con celo que hablaba de una vocación definida, ya entonces se preocupaba, sin saber cuándo la utilizaría, de reunir una rara documentación sobre la época; rara no tanto por la copiosa como porque acumulaba datos curiosos, muy difíciles de hallar: historias de fuertes casi olvidados, de lugares, biografías de renegados, de criminales, de cazadores, de jefes indios. Personajes cuyas figuras surgían recias del trasfondo mismo de la historia, a pesar del prejuicio adverso con que los mismos biógrafos los habían tratado; porque la documentación que Hugo Pratt reunía no era documentación fría, era documentación apasionada, que trataba de precisar los perfiles humanos, reales, de carne, de aquellas figuras como Simón Girty, el mismo Benedict Arnold, Lou Wetzel y tantos otros nombres sombríos de la historia norteamericana.

Esta pasión de Hugo Pratt por el mundo del mil setecientos coincidía plenamente con lo que habían dejado en mí las viejas lecturas de Fenimore Cooper y Karl May: sabiendo por experiencia que escribir una aventura es en cierto modo vivirla, desde mis primeros tiempos de guionista fue para mi una aspiración, algo así como hacer un viaje a un lugar muy soñado, escribir una aventura que transcurriera en el glorioso ambiente de «El último mohicano».

¿Por qué, preguntará el lector, si los dos estaban de acuerdo, esperaron tanto para hacer la historieta del mil setecientos?

La respuesta es simple: porque los dos queríamos tanto el tema que nuestro deseo era hacer la historieta sólo cuando la pudiéramos concretar tal como nosotros la sentíamos, sin trabas ni deformaciones impuestas por criterios ajenos.

La oportunidad de hacerla con la más completa libertad, absolutamente a nuestras anchas, recién se nos presentó ahora, en las páginas de Frontera: «Ticonderoga» es la historieta que Hugo Pratt y yo siempre quisimos hacer.

Escribirla no es para mí un trabajo: Ticonderoga, Caleb Lee, Craig, Numokh y tantos otros personajes que irán apareciendo estaban ya en mí, creo, desde siempre, como estaban también los bosques y los lagos; dibujarla tampoco es un esfuerzo para Hugo Pratt: basta ver cómo se recrea en el vuelo de una codorniz espantada por un indio que hace fuego, o cómo se demora en los reflejos de una canoa sobre el agua calma de un lago, para darse cuenta hasta qué punto «Ticonderoga» es también para él la concreción de un viejo anhelo.

Creo haber explicado ahora las palabras del comienzo: imposible decir cuándo nació «Ticonderoga». Ni tampoco cómo nació: ¿quién puede decir cómo nace una quimera en la mente de un chico, o un sueño de aventuras en la mente de un muchacho?

No vaya a creerse de todo esto que he querido eludir con generalidades la pregunta concreta del principio: si me he demorado en explicar hasta qué punto es imposible precisar el cuándo y el cómo del nacimiento de «Ticonderoga», ha sido para ilustrar con un ejemplo claro la enseñanza que realmente importa a los lectores: para que un personaje cobre vida verdadera, tanto el dibujante como el autor deben sentirlo.

 

A propósito de «EL ETERNAUTA»

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Nunca se sabe a ciencia cierta dónde comienza un mito por más investigaciones sesudas que se encaren al respecto. Ni tampoco cuál es el disparador del hecho. Sí podemos darnos cuenta que en determinado momento ya está instaurado y avanza hacia su cristalización definitiva.

Tengo la sensación (y hago hincapié en la palabra sensación), que con «El Eternauta» el fenómeno de su entronización ocurrió en algún momento de la década del setenta, lejos ya del éxito que representó durante su publicación. Esta sensación me lleva a imaginarlo como una marea creciente y subterránea que se agrandó con el reconocimiento internacional, primero a través de Alberto Breccia y luego con el conocimiento de la versión original de Francisco Solano López.

Recapitulemos en el tiempo y vayamos a otro ícono de las ediciones argentinas: Más Allá. En su número 27 (agosto de 1955), Ignacio Covarrubias, escritor y periodista afamado en ese tiempo, se despacha con un relato que provocó gran polémica: «Saturnino Fernández, héroe». Allí, el tal Saturnino, alcohólico consumado, observa una especie de nevada que cae y paraliza a los transeúntes de Avenida de Mayo. Con otro borrachín recorren la ciudad y los únicos seres vivos que encuentran son beodos como ellos. Ya se han producido los consabidos accidentes entre vehículos y peatones, terminando con la parálisis total de la ciudad. No llegan noticias del resto del mundo. Sacan la conclusión de que están vivos por el alcohol y que todo es obra de una invasión extraterrestre.

Resumiendo, ya que no tiene objeto agregar más, Saturnino organiza un batallón de borrachos y despiertan a puro trago a todos los muertos que encuentran, ocupándose de hacer desaparecer la nevada. Así, conquistan un territorio tras otro hasta liberar el mundo, organizando un gobierno único que en más vivirá etílicamente para hacer frente a futuras invasiones.

No existen, que yo sepa, constancias concretas de toma de ideas, pero sería ingenuo suponer que HGO como creador fantasma y curador constante de Más Allá, ignorase este cuento.

Lo que Covarrubias imagina casi como una parodia grotesca e hilarante, Oesterheld, a través de su febril imaginación de narrador, lo transforma en una tragedia épica existencial en los primeros capítulos de su obra cumbre.

En cuanto a Solano López, realiza en ese tiempo un tour de force impresionante, superándose semana a semana con la sorpresa gráfica de una evolución constante; hablaría de un antes y un después en su carrera.

Ideológicamente, a pesar del final apresurado, la versión con Alberto Breccia en Gente es muy superior a la primera, con el plus de la evolución artística del Viejo, en uno de sus momentos clave. Un caso similar se produce con «Guerra de los Antartes», ya que la versión del diario Noticias está por arriba de la que ofreció la revista 2001.

Cuando «El Eternauta» vio la luz, HGO estaba viviendo el optimismo desarrollista del gobierno del doctor Frondizi y su pequeña empresa se había iniciado con paso seguro. Durante su transcurso en Gente ha entrado en la desilusión y el pesimismo. Ha ido acercándose al peronismo y cuando el trabajo en Noticias, ya lo ubica en Montoneros. En «El Eternauta II» que aparece en Skorpio ya no tiene dudas de a qué enemigo apuntar. Aunque la historia se alarga, el discurso es coherente al señalar en todo momento el destino que espera y está seguro en su voluntarismo, que al final hay una débil luz aunque el camino es muy largo y lleno de piedras.

La tercera historia, pergeñada en Italia, sólo merece un piadoso manto de olvido. Ya no estaba físicamente.

R.V.R.

Dos que no fueron

Corría el año 1972 (o 1973) cuando Lito Fernández recibió en su casa a una visita inesperada. Era Héctor Oesterheld (a quien Lito nunca le había dado su dirección) y venía a proponerle un nuevo proyecto de «El Eternauta». «La idea era publicar una página o media en la edición dominical del diario El Día, de La Plata, recuerda Lito. La historia contaba cómo, tras la derrota en Buenos Aires, los invasores continuaban su avanzada en La Plata, con la idea de montar una cabecera de playa para el contraataque final. Oesterheld y Fernández realizaron un intenso acopio de documentación acerca de la ciudad de las diagonales e incluso la sobrevolaron en un avión del diario para tomar fotos aéreas. Sin embargo, luego de varias marchas, contramarchas y discusiones por las entregas, el proyecto se diluyó y, cuando la década del setenta se volvió negra, las pocas páginas que existían fueron destruidas, privándonos de la que pudo haber sido una gran saga en la historia de Juan Salvo.

Durante una mudanza realizada a principios de la década del noventa, la gente de Ediciones Récord encontró, entre muchos papeles viejos, un guión inédito de Héctor Oesterheld, escrito a mediados de la del setenta: «El Eternauta, Tercera Parte». Alejandro Scutti le propuso a Pez (dibujante de muy buen desempeño en las revistas Fierro y El Tajo) hacerse cargo de la faz gráfica de la obra, que Récord editaría en entregas mensuales y en formato de comic book. La historia presentaba a un Juan Salvo despótico y cruel, rey de una Buenos Aires apocalíptica del futuro, quien poco a poco y en forma onírica va recuperando su memoria y su identidad.

Pez trabajó en equipo con Alfredo Flores y Andrés Páez y presentó el primer episodio a modo de muestra. Sin embargo, y por motivos que no quedan muy claros pero pueden estar relacionados al juicio entre los Scutti y los herederos de Oesterheld, la serie no se continuó. El trabajo de Páez despertó opiniones encontradas entre los dibujantes de la editorial a quienes Scutti les mostró el material y la cosa quedó ahí. Páez nunca cobró por su trabajo, pero aclara: «Nadie me prometió guita, porque se me aclaró de entrada que eran muestras. Además yo dibujaría gratis cualquier cosa del viejo. Haber podido tocar ese guión, escrito a máquina en papeles amarillentos, fue más que suficiente».

 

HOMENAJES

Texto hecho a mano con un lápiz sin punta, por José Muñoz*

* Dibujante argentino, residente en Francia. Del catálogo de la exposición «El simple arte de narrar. Héctor G.Oesterheld – Alberto Breccia », 17 al 26 de julio 1998, Gijón, España.

Dibujo el recuerdo de don Héctor: cara de media luna (tipo Totó), belfo breve, nariz prensil, jopito entrecano, sonrisa fugitiva. La camisa, de mangas cortas y buena tela, dejaba escapar unos brazos enormes y tostados cubiertos de heridas en cicatrización, huellas de sus travesías en canoa por las intrincadas isletas del Tigre. Entre él y yo, que lo visitaba por primera vez en su casa de Béccar, un mar tranquilo de libros abiertos cubría toda la habitación. Las paredes eran bibliotecas y el susurro de las páginas al pasar, hojeadas por el viento caliente de aquel tardío verano porteño, hacía las veces de base rítmica para los solos de los pajaritos.

¡Madre mía, que puro placer historietístico sentí al contemplarlo! Qué libros habré pisado, me pregunto, empujando un cuerpo que no dominaba (el mío) hasta el continente de su mesa de trabajo desde donde, cada tanto, se desplomaban hacia el mar de papel sueltos volúmenes desmelenados...

El sol de aquella Argentina felix todo lo comprendía, todo lo dibujaba, todo lo pintaba. Pintaba bien el encuentro: Héctor me había propuesto un guión enteramente mudo y yo llegaba a hacerle ver las primeras páginas; risas de mujeres subían por las escaleras y se mezclaban con su silencio, atento en la contemplación. Yo, tar...ta...mudo.

Otras varias veces lo había visto en la Editorial Frontera, pero fue ese día, en su alta cueva iluminada cuando yo, joven artesano artistoide a la deriva, me sentí incorporado a algo que me deslumbraba.

¿Qué proponía Héctor?: humanismo, amistad de la buena y la casi perenne convicción de que no es obligatorio, para vivir, ser un hijo de puta, un asesino, un imbécil moral, un exhibicionista de la ignorancia y las demás lacras que oscurecen nuestro tiempo en el mundo.

Y sus significantes, sus excusas narrativas, eran de primerísima calidad; cheéé!... como diría un argentino enfático. Entretanto, fuera de nuestro deleznable delirio subcultural, la Historia con mayúscula procedía, como siempre, a masacrar a sus personajes. Quién sabe si fuimos, sí somos personajes... sospecho que la palabra extras, o quizás figurantes, nos describe mejor. Figurante: ésta me gusta, nos calza bien, en los múltiples sentidos que la navegan. Y ahí está, me figuro a Héctor en el recuerdo, levanto vuelo, aleteo suavemente hasta su ventana.

 

Oesterheld, el aventurador, por Juan Sasturain*

* Periodista, escritor, guionista argentino

«En los sueños comienzan las responsabilidades
Yeats

 

Héctor Oesterheld fue un notable contador de aventuras y, por sobre todas las cosas, un hombre bueno y sensible. En ese orden o en otro: un hombre bueno que manifestaba su sensibilidad contando aventuras, si se quiere. Un hombre sensible que contaba aventuras que no necesariamente «terminaban bien», pero que dejaban en claro que había razones suficientes para sentirse cerca de sus personajes buenos. Es decir: sus buenos no necesariamente ganaban. Otra manera más precisa de decirlo: Oesterheld era un hombre ético que además escribía. La vida no era para él una cuenta de resultados o una carrera por llegar antes o ser el mejor. No buscó ni la riqueza ni el poder. Quiso ser coherente, escribir y vivir de acuerdo y sin contradicción con lo que creía. Eso es muy valioso y cuesta caro. Y se gana respeto y admiración y memoria como esta; pero se paga como en su caso, con la muerte violenta. Este hombre digno, bueno y coherente, que fue el mejor escritor de aventuras que dio este país, además de un ejemplo para mucho de nosotros, murió asesinado como un perro.

 

Aventurarse

Cuando Oesterheld escribía –desde los primero cuentitos infantiles en La Prensa o la colección Bolsillitos a sus historietas militantes puras de los últimos meses de la clandestinidad– no imaginaba ni inventaba ni conjeturaba; Oesterheld aventuraba. Toda su vida fueron formas de aventurar. Aventurar es imaginar, suponer, proponer con riesgo: poner la convicción y el cuerpo detrás de la imaginación, de la invención. Es decir, hacerse cargo de lo que se crea (y se cree). Oesterheld fue un aventurador. Uno que concibió la vida como una aventura y la vivió hasta las últimas consecuencias.

Vale la pena recordar que para Oesterheld y sus lectores deslumbrados y en muchos casos consecuentes –los que teníamos doce años, por ejemplo, cuando vimos a Juan Salvo golpearse el pecho como Tarzán bajo la nevada en la puerta de su casa– la aventura no es el pelotudeo –irresponsable o no– de vivir peligrosa o gratuitamente fuera de reglas o de fronteras conocidas, metiéndose en líos o cambios de trenes, de minas, de camas o de causas, sino otra cosa un poco más sutil: tener una aventura es encontrarse en una coyuntura en que está comprometido el sentido último de la vida personal y reconocerlo. Es decir: no es algo que simplemente le pase a alguien, sino que es algo que alguien elige que le pase.

El disparador es lo que se llama una situación límite, en la que el hombre puesto a decidir opta o puede optar entre la verdad, el sentido, o la burocrática alternativa de quedarse en el molde. Y ese es el héroe de Oesterheld. El héroe no existe antes de que las cosas sucedan, no tiene un físico ni una aptitud ni una cualidad particular: es un hombre común al que las circunstancias ponen a prueba y, en su reacción, se revela para los demás y sobre todo para sí mismo como un héroe. Es el que está a la altura del desafío –miedo incluido, derrota incluida– y sigue ahí, se hace cargo de lo que cree, de lo que sueña, de sus convicciones y –sobre todo y como disparador– de sus sentimientos.

En Oesterheld el punto de partida es siempre la cotidianeidad: la vida común, el hombre común o el muchacho común, los afectos, la casa, el trabajo, el oficio, el barrio, la familia, los amigos, la diversión; también la rutina. De ahí sale el tipo, salgo yo, sale él. Y le pasa algo, se encuentra con algo o con alguien y todo se le revela, se le da vuelta la vida, que se convierte en otra cosa. El doctor Forbes, Cirilo Zonda, Caleb Leeb, Rolo Montes, Bob Gordon, el jubilado Luna, Ezra Winston, Juan Salvo y sus compañeros de truco antes, y el guionista que escribe en la noche, después... el mismo Ernie Pike. Todos, al asumir la realidad nueva se transforman. En eso consiste la aventura. A veces se encuentran con una circunstancia extrema –la guerra, la invasión– con un hombre excepcional (moralmente ejemplar, de una pieza) como Kirk, Rockett o Ticonderoga; o simplemente con alguien poseedor de una sabiduría especial, fruto de experiencias más allá de lo humano convencional como Sherlock Time, Mort Cinder o El Eternauta de la Segunda Parte. Ese contacto es el hecho clave.

La parábola de Oesterheld –de persona a personaje y de nuevo a persona, indisolublemente ligados– está mostrada de un modo ejemplar en la evolución del guionista receptor de la historia en «El Eternauta» original (y en sus avatares posteriores). Porque si bien Juan Salvo, que pasa de simple padre de familia a combatiente heroico contra la invasión, es el típico héroe oesterheldiano surgido de las circunstancias, no cabe duda que en este caso, el receptor del relato –como le sucedía a Ernie Pike– también se modifica. El guionista narrador deberá contar lo que le contaron como única manera de tratar de evitarlo... Lo notable es que en «El Eternauta II», Germán ya no es el guionista receptor sino el coprotagonista, «se metió en la historieta» y ya no lo viene a buscar para que cuente sino que lo vienen a buscar para que pelee... Paradójicamente, penosa o maravillosamente, en el último episodio de «El Eternauta» –que se realizó sin la participación de Oesterheld, ya desaparecido por la dictadura– aparece y actúa Germán, devenido en personaje independiente, aunque ya el autor que figuraba en la tapa no esté más... El aventurador había pasado de la historia cotidiana a la historieta y de esta a la historia a secas.

Unos cuentan para vivir y él lo hizo –y también– durante muchos años; otros, viven sólo para contarlo o cuentan después lo que no supieron vivir. Alguien tiene que vivir para contar lo que otros hicieron. En su caso, ejemplar, murió para que contemos cómo vivió hasta sus últimas consecuencias lo que contaba.

 

Héctor G. Oesterheld, por Francisco Solano López

Privilegio y castigo haberlo conocido, y gozado de la oportunidad, mis colegas y yo, de vernos de pronto inundados por el torrente de su asombroso talento narrativo. Como al descuido, conseguía de nosotros que diéramos lo mejor de cada uno, para acompañar con nuestros dibujos el seductor encanto de sus historias. Podía revivir con sencillez de recursos y una calidez cautivante el clima de las aventuras de los grandes del género del siglo anterior, el del suyo propio y el de lo porvenir. Un talento múltiple e inagotable.

Cualquier tema que abordase, desde las primeras líneas quedaba envuelto en la espesa expectativa de lo inesperado; cualquier cosa podía ocurrir, la aventura estaba allí y nos atrapaba sin remedio. Y hubiera continuado así, sin duda, si no hubiese en un momento decidido entrar él mismo en los avatares y tenebrosos peligros de esa, su propia, trágica y mortal aventura. ¿ Por qué lo hizo?

Hay mil explicaciones, todas tremendas, impresionantes, conmovedoras y plausibles. Si no nos sintiéramos abrumados y eternamente desconsolados por la pérdida criminal de su vida y la de sus cuatro hijas, podríamos hasta atrevernos a imaginar un alucinado y deliberado propósito en su trágico fin. Ofrenda de mártir. Cristo. Para que el hombre se horrorice de sí mismo. Para que aprenda.

¿Vano intento? El hombre tiene millones de rostros y corazones, desde los más puros hasta los más execrables. En todo caso, la loca elección de este hombre maduro, enormemente talentoso, blanco en canas, con un corazón adolescente que quiere vivir y morir sus ideales, nos sigue y seguirá impresionando, conmoviendo y torturando como una llaga.

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Lo han dejado fuera por haber escrito en historieta la más bella historia del Che Guevara que ha sido jamás escrita, por Alberto Ongaro *

* Escritor y guionista de historietas; en nuestro país tuvo a su cargo por muchos años, además de otros trabajos, el guión de Misterix. En oportunidad de presentar en Italia para su colección Yellow Kid la versión original de «El Eternauta» en 1977, la Editorial Comic Art hacía referencia en los prólogos a la obra –uno de ellos este de Alberto Ongaro– a la condición de desaparecido en Argentina de HGO, siendo una de las primeras manifestaciones notorias por las que se comienza a conocer –para el público en general– el desgraciado hecho.

Conocí a Héctor Oesterheld en los inicios de la década del cincuenta, cuando trabajábamos los dos para la Editorial Abril de Buenos Aires. Yo vivía en Acassuso, él en Beccar, dos barrios no lejanos uno de otro, lo que me permitía frecuentarnos fuera del trabajo. La biblioteca de su casa era una de las más grandes que yo jamás hubiese visto: comprendía todos los libros que pueden figurar sobre estantes, de un hombre de vasta cultura, de intereses múltiples, de empeño profundo. Podía ser la biblioteca de un profesor universitario, de un filósofo, de un político, de un estudioso de literaturas comparadas, de un escritor refinado. Pero Héctor Oesterheld, al menos oficialmente, no era nada de todo esto. Era un guionista de historias para historietas, un guionista de historietas, como se lo llama en lengua castellana, más respetuosa que la italiana en sus formulaciones, uno de esos extraños individuos que en vez de ser abogados, ingenieros, o maestros, viven escribiendo aventuras destinadas a los muchachos. Y tienen aún el aire de divertirse y pasarla bien.

Qué cosa habrá empujado a un hombre como él, que hubiera podido hacer cualquier otra cosa, a escoger aquel oficio es difícil saberlo, y no recuerdo habérselo preguntado. Pero creo que aún Oesterheld, como muchos otros, había terminado por encontrarlo bello y trascendente, después de haberlo experimentado para diversión de los muchachos. Sé, de cualquier modo, que lo amaba y que estaba decidido a ennoblecerlo lo más posible. No lo consideraba un trabajo provisorio, un período de aprendizaje antes de pasar, qué se yo, al cine, al cuento o a la novela. No podía ser otra cosa que un guionista, y estaba orgulloso de lo que hacía. Ya antes escribía historias muy hermosas: quien leía algún episodio de «Bull Rockett», «Sargento Kirk», «Ernie Pike» no tenía la sensación de leer una historieta, sino algo superior, tal la articulación que sabía dar a sus tramas y la grandeza de los personajes que creaba. Lo leían niños, adolescentes y adultos y ninguno podía dejar de pensar «esta historia ha sido hecha para mí».

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Se entendía que un día u otro tendría el éxito de crear un capolavoro. Y aquí está el capolavoro: «El Eternauta», un largo, feroz, desesperado y heroico relato de ciencia ficción cuya lectura, una vez comenzada, no se puede interrumpir. Es el relato de una invasión extraterrestre en Argentina que se puede leer como pura aventura, como alegoría metafísica o aún política. Es un relato extraordinario en que el héroe es un hombre común, cualquiera, el hombre que tiene una pequeña casa, una pequeña familia y que va al trabajo todos los días, y el antihéroe, el enemigo, una especie de malvado esplendor que vive en la profundidad del universo. ¿Cuándo la historieta será absorbida del todo dentro de la cultura oficial sin la actual mediación intelectual y se comenzará de verdad a considerarla sin sorpresa snob como un lenguaje autónomo que no debe responder a otras más que a sus propias leyes? ¿Cuándo será dado el crédito que, por ejemplo, se da al cine y no se juzgará más el medio en sí, pero sí sus resultados, distinguiendo lo bueno de lo malo? Cuando eso pase «El Eternauta» figurará como un clásico, un punto de referencia, un documento de la angustia de los tiempos que vivimos.

P.D.: Me doy cuenta que de Héctor Oesterheld he hablado siempre en pasado. Por fuerza, porque quien lo recuerda debe hablar en pasado. Oesterheld, de hecho, está desaparecido, prisionero o muerto, de igual modo que parte de su familia, en las recientes vicisitudes argentinas.

He estado recientemente en Argentina y he pedido información sobre su persona. Me ha sido dicho: «Lo han dejado fuera porque había escrito en historieta la más bella historia del Che Guevara que ha sido jamás escrita».

A.O., 1977
(Traducción: R.V.R.)

 

HOMENAJES

 

 

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Creación de la ficha (2015): Andrés Ferreiro, Fernando García, Hernán Ostuni, Luis Rosales y Rodríguez Van Rousselt. Edición de Félix López. · El presente texto se recupera tal cual fue publicado originalmente, sin aplicar corrección de localismos ni revisión de estilo. Tebeosfera no comparte necesariamente la metodología ni las conclusiones de los autores de los textos publicados.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
ANDRÉS FERREIRO, FERNANDO ARIEL GARCÍA, HERNAN OSTUNI, LUIS ROSALES, Norberto Rodríguez Van Rousselt (2015): "H.G. Oesterheld: Maestro de los sueños 2. De Editorial Frontera hasta el suplemento semanal Hora Cero", en REVISTA LATINOAMERICANA DE ESTUDIOS SOBRE LA HISTORIETA, 17 (1-III-2015). Asociación Cultural Tebeosfera, Ciudad de la Habana. Disponible en línea el 30/IV/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/h.g._oesterheld_maestro_de_los_suenos_2._de_editorial_frontera_hasta_el_suplemento_semanal_hora_cero.html