En la época en que irrumpe la Editorial Frontera en el negocio de las historietas, las revistas, en su gran mayoría, son de series continuadas, semana a semana. Periódicamente –hacia fin de año, en forma semestral, trimestral– la revista tiene su número especial –llámese libro de oro, suplemento, anuario, álbum– donde los mismos personajes que dejan en suspenso al lector en los números semanales, se presentan en episodios realizados ex profeso, por lo general más breves y que culminan en la misma edición, de mayor cantidad de páginas que la habitual. La aparición de estas ediciones extraordinarias son muy esperadas, y luego que Frontera –con la salvedad del Suplemento Semanal de Hora Cero– impone su fórmula de completas para la edición común, todas las semanales terminan apareciendo así, a lo largo de la década del sesenta.
La buena marcha de las revistas ya establecidas decide a Frontera a editar sus números especiales, pero a diferencia de lo hecho hasta el momento, la aparición termina siendo mensual e iguala la frecuencia de los números corrientes.
Hora Cero Extra! y Frontera Extra son los títulos elegidos para lanzar estas nuevas publicaciones: la primera en abril de 1958, la segunda en julio del mismo año, con aparición bimestral al comienzo. Al igual que sus hermanas menores tienen 68 páginas en blanco y negro, pero su formato es vertical y del doble de aquellas: 26 × 19,50 cm. Las tapas son en colores y única ilustración.
Hora Cero Extra! es sin duda más exitosa, Desde el no. 7 –marzo 1959– se transforma en mensual y un año después –no. 20, 7/4/60– en quincenal. En agosto de 1962 (no. 68) retorna a la frecuencia anterior. El último número aparecido es el 77, de mayo 1963.
Las tapas son dibujadas por Hugo Pratt, Roume, L. Sesarego, D. Haupt, C. E. Vogt, Cirilo Muñoz, Schiaffino, Regalado, Del Bó, José Muñoz, Lucho Olivera.
Frontera Extra, también bimestral al comienzo, pasa a la frecuencia mensual en su número 6, abril 1959. Su último número fue el 41, en abril 1962. Aquí las tapas son de Pratt, Moliterni, Roume, Vogt, Arancio.
El contenido del primer número de Hora Cero Extra! es el siguiente: dos episodios de «Ernie Pike», uno dibujado por Pratt, el otro por Solano López, quien también tiene a su cargo «Spitfire» y «El Eternauta», en el único episodio paralelo a la historia principal. Se completa el sumario con cinco unitarias, todas de HGO, con dibujos de Bertolini, Cristóbal, Haupt, Estévez y Pratt. De estas entregas la única original para la revista es «Spitfire».
Con el correr de los números van apareciendo nuevos personajes creados para esta revista: «Sherlock Time» (Breccia), «Doctor Morgue» (Breccia), «Doc Carson» (Vogt), «Bolo Peck» (Schiaffino), «Pat Dune» (Durañona), «Mortimer» (Rubén Sosa), «Sea Ud. detective» (J.Mora y HGO-Durañona), «Stan y Albert» (Yabar), «Paul Neutrón» (Schiaffino), «Nikky Andrada» (Di Benedetto).
Otras series ya conocidas en las revistas predecesoras y que tienen presencia aquí son: «Randall», «Patria vieja», «Rolo», «Nahuel Barros», «Cayena», «Amapola negra», «Buster Pike» y «Cuentos de la ciudad grande».
En el segundo número (6/58) se presenta esta creación de A. Horianski (Crike), en guión y dibujo, con cómicas situaciones en un poblado rural en el que se altera la habitual tranquilidad toda vez que se anuncia el retorno de un gaucho matrero: el Fatiga. Mencho y Cleto, dos vagos, suelen aprovecharse del miedo de los pobladores y le dan trabajo al comisario Rudecindo Corrales, representante de la autoridá. Salvo el episodio de presentación el resto se da a conocer en Frontera y Frontera Extra, con un total de 15 episodios con 108 páginas.
«El gaucho Fatiga»
«Pedro Pereyra, taxista»
Las calles de un Buenos Aires de hace más de cuarenta años, justamente de 1960, son las que este veterano taxista y su vetusto automóvil recorren diariamente. Pedro Pereyra ha bautizado a su medio de vida como «Malacara», taxímetro al que, a pesar de que a veces lo deje mal parado por los años de trajín, él sabe brindarle un trato de amigo fraternal. Una madrugada el director de Hora Cero lo cruza en su camino buscando transporte para un largo viaje hasta Don Torcuato. A pedido del pasajero, Pedro le relata una experiencia en su profesión, que se inicia cuando una chica rubia, desesperadamente, toma su taxi llevando consigo un paquete. Ante el extraño proceder, cuadras adelante el taximetrero comprueba que la joven está muerta y que el pequeño paquete es nada menos que una bomba. Baja entonces del vehículo, ya en estado de pánico, deja el artefacto en el paredón de un cuartel del ejército, algo que lo llena de espanto y que lo induce a escapar en medio de una lluvia de balas.
El explosivo estalla sin causar víctimas mientras que él es detenido por la policía. Para su tranquilidad se le informa que sus movimientos han sido observados desde que la rubia subió al coche y que se trataba de una terrorista, herida en un tiroteo reciente. Considerando que los relatos del taximetrero pueden resultar de interés para los lectores de Hora Cero, el argumentista va a invitarlo a que se los proporcione. Se inicia así una serie de historias donde Pedro Pereyra –rostro de Pablo Pereyra, el notable ilustrador de tapas en la Colección Robin Hood– será protagonista en los casos que proveerán sus ocasionales clientes.
A partir del no. 25 (23/6/60) de Hora Cero Extra! se publica esta historieta guionada por Jorge Mora, con dibujos de Leopoldo Durañona, muy influenciado en su estilo por el de Alberto Breccia. Los seis episodios con 41 páginas concluyen en el no. 31 (13/10/60).
Bielich, Romanos, Jorge Bayón, Tomé y Osvaldo Zmener son las firmas de los humoristas encargados –en distintas etapas de la revista– de hacer un intervalo entre las páginas de historietas.
Sumario del primer número: «Sargento Kirk» (Pratt), «Del cuaderno rojo de Ernie Pike» (Solano López), «Lucky Luke» (Morris guión y dibujo), «Tipp Kenya» (Roume), «Leonero Brent» (Jorwe Mora-Moliterni), «Ticonderoga» (Pratt) y tres unitarias ce HGO (Schiaffino, Roume y Moliterni). Ninguna de estas series es original de la revista.
Más adelante sí se incorporan personajes que HGO crea para estos Extras: «Tom de la pradera» (García Seijas), «Lucky Yank» (Vogt), «Cuentos de la ciudad grande» (Lobo), «Rayo verde» (Di Benedetto), «Santos Bravo» (J.Mora y HGO-Arancio).
De las revistas hermanas llegan «El gaucho Fatiga», «Lord Crack», «Joe Zonda», «Patria vieja», «Ernie Pike» y «Doc Carson».
En el no. 5 (3/59) comienza esta parodia de «Ernie Pike», realizada en guiones y dibujos por A. Horianski (Crike). Habiéndosele agotado las fuentes de inspiración de las guerras pasadas, el corresponsal necesita imperiosa y urgentemente una nueva guerra, para poder seguir escribiendo para Frontera y salvarla de terminar fundida. Se presenta en el Ministerio de Guerra y reclama al ministro que le declare la guerra a algún país. Avisado el presidente, acuerdan organizar una guerra de entrecasa y ya en el campo de operaciones el corresponsal vive las peripecias más disparatadas, que pronto teclea en su portátil.
También apareció en Hora Cero y Frontera, donde se publica el último episodio (no. 36: 3/60), de los siete que se publicaron, con un total de 33 páginas.
Santos Carranza, hijo de don Ramón, consigue salvar a un cachorrito de ser muerto como perro cimarrón y logra llevarlo a vivir junto a su familia pese a la negativa inicial del padre. Lo bautizan como Pichi, que en lengua pampa significa chico y allí, en el rancho de los Carranza, conoce a los hombres y al mundo que lo rodea, sumando experiencias que a veces lo llevan a pasos de la muerte. Pichi se gana el cariño de todos, pero es Santos quien soporta los retos que provendrán a raíz de sus travesuras, algo que recibe con gusto a cambio de contarlo como su amigo, compañero en sus andanzas juveniles. El lector tiene la posibilidad de seguir en el texto los pensamientos del cachorro, lo que aporta un motivo más de interés y ternura al relato escrito por Jorge Mora que se publica desde el no. 6 (4/59) al 11 (9/59). Los dibujos, en brillante labor son de Carlos Roume, quien realiza 33 páginas para los seis episodios.
Dos amigos empleados en la sucursal Rosario del Banco Nación protagonizan cuatro intentos fallidos de pescar un manguruyú, en otras tantas entregas de la historieta aparecida en los números 6 (4/59) al 9 (7/59), con 22 páginas dibujadas por Juan Arancio, sobre guión de Jorge Mora. El manguruyú es un enorme pez, que puede llegar a medir 1,70 m y pesar hasta 100 kg y es la obsesión de Julio Ponce que, literalmente hablando, embarca en la aventura a un Raúl Lamas inexperto en todo lo que sea pesca y remo. Los dos tiran los espineles en los riachos entrerrianos y se encuentran sucesivamente con un índigena protector de sus antepasados, una banda de falsificadores y un yaguareté. Estos obstáculos más la impericia de Lamas, dejan a Julio con la frustración de no poder pescar ese verdadero titán del río.
El 24 de junio de 1806 se lleva a cabo la primera invasión británica a nuestro territorio, histórico hecho en el Río de la Plata propuesto en esta serie en cinco episodios publicados entre los números 19 (5/60) y 23 (9/60). El relato ofrece sucesos que dieron fundamento a los orígenes de la resistencia de los pobladores, el posterior enfrentamiento con las fuerzas invasoras y el desenlace final con la rendición inglesa. El gaucho Santiago Cruz y sus dos jóvenes hijos, Pedro y Juan, este último caído en combate, ocupan en la historia roles destacados al simbolizar con sus figuras el espíritu de libertad de la raza criolla, la que dio forma y significado a los enfrentamientos al colonialismo europeo, a pocos años de lograr nuestra independencia del conquistador español. Jorge Mora es quien se ocupa de escribir los argumentos mientras que Juan Arancio da forma gráfica en 37 páginas a esta historieta con orígenes nacionales en el amanecer de 1800.
Desde el no. 25 (11/60) y hasta el 35 (9/61) aparece esta historieta cuyo autor en guión y dibujos, Hugo Pratt, la comenzara en Supertotem no. 1 (8/59) a 5 (12/59), y publicara también en Rayo Rojo y Billiken. Cuenta las andanzas de dos jóvenes en Gombi, comando colonial de Nairobi, Kenia, East África; al asentamiento militar comandado por el comisario Randall, llegan, en un corto lapso Daniel Boris de Bogardia, hijo del rey Igor IV, joven príncipe en tren de participar de un safari y Ann con su padre, el Dr. Livingston. Allí se conocen, pero no es este episodio inicial el que se da a conocer en Frontera Extra, sino dos posteriores de 71 páginas donde los jóvenes se ven envueltos en distintas peripecias en el escenario selvático: uno en relación con la trata de esclavos y el otro en la búsqueda de un cementerio de elefantes. Además del comisario Randall, y los que lo secundan en el puesto militar, el capitán Mac Gregor y el teniente Tenton, de los nativos ascaris, que forman la tropa del asentamiento al mando del sargento Amasa, cada tanto llega el Vanidad Dorada, embarcación de Tipperary O´Hara, aventurero que participa activamente en los episodios, y trae al asentamiento correspondencia, novedades y visitantes que dan origen a los distintos episodios.
Songa y Osvaldo Zmener se encargan de las páginas de humor.
En noviembre de 1959, tratando quizás de reditar el éxito conseguido con Gatito, HGO lanza al mercado dos títulos que aparecían los martes, alternativamente, en una semana Papito me Cuenta y en la otra Mamita me Cuenta, revistas infantiles que contenían historietas, cuentos y juegos. Entre las historietas mencionemos a «Moñita», «Panchito y Mis-mis», «Panceta y Pegote» y «Picatortas», todas con dibujos de Alberto del Castillo; «El osito Oscar» y «La escuela del señor Quesete», ambas con gráfica de Nelly Oesterheld; «Bubito y Pan Duro», a cargo de Alberto Breccia, quien realiza también la ilustración de cuentos, al igual que Cses, que también da vida a «Caperucita». Vidal Dávila –el de «Ocalito y Tumbita»– realiza los dibujos de «Cambalache».
Las publicaciones tienen corta vida y constituyen un fracaso comercial, quizás el inicio de la caída de la Editorial Frontera.
En septiembre de 1960 ve la luz una nueva publicación de la Editorial Frontera: Ernie Pike Colección Batallas Inolvidables. Como reza la presentación de ese primer número –«Montecasino»– se trata de una verdadera innovación dentro de la historieta, tanto por su contenido como por su formato y presentación.
«Siempre a la vanguardia en la aventura iniciamos el ciclo de las Batallas Inolvidables, que hará desfilar ante el lector, en una forma completamente original y con el vigor, el realismo y la humanidad tan apreciados en Ernie Pike, los momentos de la guerra».
La estructura del contenido combina la historieta, fotografías, grandes cartuchos de texto, notas documentales y los clásicos «Apuntes de Ernie Pike».
Lo más novedoso es la realización gráfica de los segmentos de historieta –mayoritarios– por parte de varios dibujantes en cada número: al no haber cortes formales –sólo en los últimos números se incluyeron historietas unitarias referidas al tema de turno– existe una continuidad entre los distintos trabajos, a veces separados por fotos o escritos. Pese a la diferencia de estilos se logra unidad en el conjunto.
Cada entrega está dedicada a una batalla, personaje o cuerpo militar de la segunda guerra mundial que se presenta en forma documentada y poniendo al servicio de tal documentación los trechos de ficción mayormente elaborados en forma historietística.
En el retiro de tapa de los primeros números se destaca el aporte hecho por los dibujantes –mencionándolos a manera de sumario del contenido– y por Francisco Romay y Pablo Pereyra, por el diagramado y dirección de aquellos.
En junio de 1961 se pone a la venta un tomo rentapado agrupando los tres primeros títulos, bajo la subdenominación de Selecciones de Ernie Pike.
Muchos son los dibujantes que dieron vida gráfica a los guiones que HGO escribió para las secciones historietísticas; con la salvedad de que podamos omitir alguno –muchos trabajos no están firmados y en algunos casos no es reconocible la autoría– enumeramos los siguientes: Abel, Alan Davis, Arias, Balbi, Dalfiume, David, Del Bó, Di Benedetto, Durañona, Fahrer, García Seijas, Horvath, Lalia, Lázaro, Lobo, José Muñoz, J.M.Pereyra, Regalado, Robles, Rost, Santillán, Schiaffino, Solano López, Rubén Sosa, Spadari, Vogt, Yabar, Zalla, Zanotto y Zoppi.
La Editorial Emilio Ramírez, que adquiere los títulos de Editorial Frontera, decide en septiembre de 1961 la redición de la historieta «El Eternauta» de Héctor G.Oesterheld y Francisco Solano López, aparecida originariamente en Suplemento Semanal de Hora Cero; lo hace en tres números de una publicación mensual con igual nombre que la serie y que parece agotarse en ese objetivo. Sin embargo, en la tercera entrega se anuncia la continuación de la revista.
Esos tres primeros números –muy buscados por los coleccionistas, hasta la redición de Récord– son de formato apaisado (19,5 × 26 cm) con 132 páginas; desde el no. 4 el formato se transforma en vertical, con igual tamaño; las páginas decrecen a 116 en el no. 6 y a 100 en el no. 8.
También a partir del no. 4 las historietas, todas de ciencia-ficción, son de origen estadounidense –comic books– e inglesas: «Garth», «Jet Ace Logan». Asimismo, se reditaron episodios de «Sherlock Time», de Oesterheld-Breccia; Oesterheld produce unitarias con dibujos de Sosa, Fahrer, Zalla, etc. y publica varios cuentos, entre ellos «El árbol de la buena muerte».
El Eternauta, como personaje, luego de presentar sendas crónicas de dos hecatombes en la historia del mundo –Hiroshima y Pompeya– se transforma en un relato novelado, ilustrado entre otros, por Schiaffino, Durañona, Sosa y Spadari. El enganche con la historieta finalizada en el no. 106 del Suplemento Semanal de Hora Cero se produce con el regreso de Juan Salvo, ayudado por el Mano a quien encontrara en el continuum 4, en el momento de la invasión de los Ellos a la Tierra. Esta continuación o segunda parte queda inconclusa, al desaparecer la revista en su no. 15 de febrero de 1963.
La realización de las tapas, en colores, corrieron por cuenta de Abel Guibe, J. Herliczka y otros.
Desde enero de 1961 aparece este título, cronológicamente el último de Editorial Frontera, que extiende su salida hasta el no. 8, de noviembre del mismo año. De formato vertical, 19,5 × 26 cm, 100 páginas en blanco y negro. No hay producción original para esta revista, ya que se nutre de una selección de los mejores episodios de guerra publicados en Hora Cero. Solamente las tapas son trabajos realizados expresamente para esta colección: salvo la del no. 4 –¿Abel Guibe?– el resto pertenece a Hugo Pratt.
En Siete Días (no. 381, 23/9/74) se realiza el reportaje así titulado, del que extractamos el siguiente tramo.
«¿Con quién trabajaba usted?¿Siempre con dibujantes italianos?»
«A mí me dibujaron prácticamente todos, sin excepción. Pero hubo un tiempo en el que me dediqué a publicar libros, en base a las tiras de “Kirk” y de “Bull Rockett”. Los lancé como Editorial Frontera, con mi hermano, y llegamos a vender entre 12 y 15 mil ejemplares de cada título. Cuando me desvinculé de Editorial Abril empecé a sacar revistas propias: así nacieron Frontera y Hora Cero, dos publicaciones que hicieron época en el mundo de la historieta. Mi hermano, con el seudónimo de Jorge Mora, y yo éramos los únicos guionistas, y el lote de dibujantes fue excepcional, como jamás se ha reunido: estaban Pratt, Arturo del Castillo, Carlos Cruz, Ivo Pavone, Alberto Breccia, Jorge Moliterni, Carlos Roume, Solano López, Cirilo Muñoz, Emilio Zoppi, Carlos Vogt, Ernesto García y el chico Leopoldo Durañona. Llegamos a tirar 90 mil ejemplares y allí nació un lote impresionante de historias y personajes. En 1961 nos fundimos.»
«¿Esa es la época de “Ernie Pike”, su otra consagratoria historieta?»
«No sólo “Pike” que fue, es cierto, uno de los más importantes. En esos años (1956-1961) nacieron también “Ticonderoga”, donde se lucía Pratt con sus aguadas suaves; “Randall”, que dibujaba Arturo del Castillo y que, traducida al inglés apareció en Inglaterra con el nombre de “Ringo”. Y fíjese que en un reportaje, el beatle Starr reconoció que adoptó aquel apodo debido a su fanatismo por mi personaje y no por esa historia que inventaron sobre los anillos que usaba. De esa época, además, es “Sherlock Time”, una historia de ciencia ficción que transcurre en una quinta de San Isidro y que dibujó Breccia; también allí nació “Patria vieja”, que eran pantallazos de la historia argentina ilustrados por Roume. Finalmente, en ese período creé mi más grande historia: “El Eternauta”.»
«¿Es cierto que Ernie Pike es usted mismo? El dibujo, en realidad, parece una caricatura suya.»
«Lo es, pero sólo el dibujo, claro. El personaje está inspirado en un corresponsal norteamericano llamado Ernie Pyle, seguramente el más grandioso de los periodistas que vivieron la segunda guerra mundial. Se caracterizó porque en lugar de cronicar las grandes batallas, narraba pequeñas historias secundarias, chiquitas, tremendamente humanas. A ese tipo siempre le rechazaban los trabajos en Time y en Life. Su vida era una tragedia y finalmente lo mató un francotirador en Iwojima, en 1944. Pues bien, lo tomé como personaje y empecé a inventar historias que, supuestamente, él representaba. En cuanto al dibujo, fue una broma de Pratt: cuando creé el personaje, le adjunté una nota con el primer guión y le dije que lo hiciera simpático, noble, buenazo. Como chiste, terminé la nota así: “Bah, hacelo como yo”. Y Pratt se lo tomó en serio e hizo una caricatura mía.»
«¿Cuál es la razón del éxito que tuvo?»
«Muy simple: fue la primera vez en el mundo que los americanos no eran los buenos y los alemanes los malos. Había héroes en ambas facciones, incluso los japoneses lo eran. El único villano de la historieta era la guerra.»
«Usted dijo recién que “El Eternauta” fue su más grande obra. ¿Por qué?»
«Porque creo, aunque peque de inmodesto, que fue lo mejor que se hizo en ciencia-ficción en la Argentina y porque es una historia que no envejeció; al contrario, es vigente. Yo había trabajado en aquella extraordinaria colección que se llamó Más Allá, y que editaba Abril. Desde entonces, me había quedado pensando en un cuento corto que empezaba con unos amigos jugando al truco mientras la ciudad se muere a su alrededor por la acción de una nevada mortífera. La idea era hacer una historia de final rápido, pero tuvo tal éxito que se convirtió en un folletín semanal que duró dos años. La dibujó Solano López, que se lució a lo largo de más de 350 páginas de 12 cuadros cada una, logrando una historieta popular de gran comunicación.»
«¿Usted fue premiado alguna vez por su obra?»
«Yo no, pero los dibujantes de mis guiones sí. Así es la vida, y no me quejo.»
Por propias declaraciones de Oesterheld sabemos que su «Ernie Pike» es el resultado de un homenaje póstumo al periodista estadounidense Ernest Taylor Pyle, corresponsal durante el transcurso de la segunda guerra mundial.
Ernie, de sobrenombre, había nacido en la ciudad de Dana, Indiana, el 3 de agosto de 1900 y se inició como cronista en el diario de ese estado La Porte Herald en 1923, luego pasó a colaborar en diarios y revistas de Estados Unidos como el Washington Daily News y el New York Evening Post, entre otras importantes publicaciones donde se jerarquizó su firma en todo el territorio norteamericano.
Pyle, desde 1935, comienza su labor de enviado especial publicando sus crónicas en doscientos títulos de periódicos de su país para convertirse entre 1943 y 1945 en corresponsal de guerra, labor que le significó obtener el Premio Pulitzer por el nivel de sus trabajos en ese rubro de la profesión. Pueden mencionarse entre sus más destacados artículos a «Ernie Pyle in England» (1941), «Erels Your Ward» (1943), «The Story of G.I. Joe» (1944) y «Brave Men» (1945).
En una licencia suya en Estados Unidos fue que se le ofreció volcar en el cine una de sus historias, que había escrito para la revista Life, pergeñada en un hecho real en la campaña italiana y en la que se destaca el accionar de un grupo de infantes marchando desde Tunes hacia las puertas de Roma, al mando del capitán Walker, muerto en las cercanías de Monte Cassino es esa misma acción.
Pyle no duda en aceptar la oferta hecha por los productores de la United Artists en cuanto a su historia, a la vez que refuta la posibilidad de aparecer en el filme en una actuación destacada, prefiere encuadrar su participación en un papel de segundo plano, como observador testigo el hecho. Propone sí, y es aceptado, que su figura sea interpretada por un actor de prestigio como lo es el destacado Burgess Meredith, mientras que en el rol del capitán Walker, aparecerá Robert Mitchum.
La muerte de este muy famoso corresponsal de guerra de Estados Unidos se produce en 1945, viajaba en un jeep cuando es alcanzado por un disparo de un francotirador japonés en la zona de Le-Shina, Okinawa. Un trozo de madera ofrece en su tumba este conciso epitafio: «En este lugar, la 77ª. División de Infantería ha sepultado al soldado Ernie Pyle, el 18 de abril de 1945».
Galardonado con el Pulitzer en 1944 –«por el mejor corresponsal de guerra»–, Ernest Ernie Taylor Pyle, a pesar de haber estado presente en muchos frentes de batalla, era conocido en la profesión como un verdadero hombre de la no violencia, distinción que supo volcar en cada una de sus historias a través de relatos donde hacía hincapié en el valor expuesto por la actitud personal del soldado y no tanto en la necesidad del hecho puramente relacionado con motivaciones que expresan a la guerra en general.
Sin duda H. G. Oesterheld había apuntado muy bien quién sería la figura que habría que tomar para dar vida a su famosa creación historietística «Ernie Pike».
Si se analiza la producción de las distintas entregas de la serie «Ernie Pike», nos encontramos con tres situaciones diferentes:
1. Relatos con el título de la serie, con la aparición gráfica del personaje, que puede estar el mismo en la presentación y/o cierre de los episodios o, incluso, con participación activa en el argumento.
2. Entregas enunciadas con el título de la serie, pero donde el personaje no aparece gráficamente.
3. Episodios enunciados como historietas unitarias, sin el título de la serie, pero que la presencia del personaje en la trama del argumento determina sin duda alguna que es una entrega más de la misma.
Conexa con la serie principal, Del Cuaderno Rojo de Ernie Pike también responde al mismo esquema, en cuanto a los dos primeros puntos enunciados.
Hubo series que contaron con el padrinazgo del corresponsal de guerra: Lord Crack y Jeep Popski tuvieron en sus comienzos la presentación a cargo de Ernie Pike. El primero, incluso, fue originalmente un episodio del Suplemento Semanal de Hora Cero, hasta que la envergadura del personaje le dio la correspondiente autonomía.
En «Amapola negra», en cambio, la relación de Ernie con la tripulación del bombardero se produce justo cuando embarcan para una misión, queda así el reportaje convenido para el regreso, que nunca se concretó. Ni los protagonistas ni los lectores supieron, hasta dar vuelta la última página de la revista, que esa había sido la última misión del Black Poppy, siniestrado en la ladera de una montaña.
En la colección que lleva su nombre, subtitulada Batallas Inolvidables, el corresponsal aparece esporádicamente los bloques de ficción, y en los clásicos «Apuntes».
Post-Frontera, Ediciones Récord redita muchos episodios y produce uno nuevo, con dibujos de Solano López; posteriormente Juan Giménez trabaja para Fierro un guión ya realizado por Colonnese, y Colihue edita los «Diario de un soldado» y «Otros relatos». En mayo de 2002 el editor Javier Doeyo publica los cuatro episodios realizados por Alberto Breccia: «El otro Ernie Pike». En Fierro, de Ediciones de La Urraca, desde su no. 1 (9/84), aparece «La batalla de las Malvinas». En su desarrollo interviene Ernie Pike –por primera vez con un guión que no es de HGO ni de Jorge Mora sino de Barreiro– primero dibujado por Macagno y luego por Pedrazzini. En el no. 5 de Feriado Nacional (27/10/83), se presenta un póster titulado «¿Dónde está Oesterheld?» que se reproduce en tapa, realizado por Félix Saborido, integrando los personajes más característicos del guionista: en primer plano la figura de Ernie Pike.
Más tarde o más temprano, los mejores traen a la memoria esa presencia despojada de prejuicios que se llama mitología. Todo clan, tribu o sociedad diseña, a su gusto, el perfil de aquel que alcanzó una cima desde la cual ofrecerle la imagen de sus propios sueños. Porque en cualquier milenio, todos presumen que uno o unos pocos pueden darle forma a ciertas pasiones menores como el fútbol, la historieta y el automovilismo.
Maradona y Fangio son paradigmas en sus galaxias; Héctor Germán Oesterheld nos enseñó que la historieta era una herramienta noble para contar historias inauditas, desde la condición humana. Obviamente, es el mito de la historieta: lo hemos decidido sus lectores. Como Gardel, es reciclable, desde el 78 r.p.m.; el LP o el CD; el Viejo, con Sherlock Time o Mort Cinder. Las generaciones que oyen hablar de José Manuel Moreno o Alberto Ascari carecerán de documentación para saber quiénes fueron y qué difundieron en la moneda de la emoción. H.O. nos ha humillado con «El Eternauta». No hacen falta viejos repositorios para sustentar la fundación de la historieta argentina. Cuando el Viejo empezó a caminar junto al «Sargento Kirk», la pelota comenzó a ser rodada a partir de él.
Cuando teníamos en las manos Hora Cero y Frontera, no nos dábamos cuenta que se había cortado definitivamente el cordón natal con el cómic de aquellos días. A Wadel, Tulio Lovato, Mirco Repetto; el Viejo los había leído en Patoruzito. Hasta ahí, la historieta venía envasada de USA («Flash Gordon»; «Terry y los piratas»; «El príncipe Valiente»). Hasta ahí, la historieta carecía de globos (parlamentos) y se atrevía a zafar con epígrafes (textos al pie del cuadro). Los italianos habían abierto el juego con «Misterix», sólo era cuestión de poner en orden los naipes. Y nacieron Kirk y el indiecito, el 7mo. de Caballería y el Oeste mostrado como ya lo mostraría Fred Zinemmann en «High Noon» («A la hora señalada»). Para mejor, hacía una década que había aparecido el hoy burlón viejecito llamado Ray Bradbury. Oesterheld, que en Abril dirigía esa cosa impar que se llamó Más Allá, lo importó y se echó a triscar en H.P. Lovecraft, en August Derleth y en los que nadaban en la anticipación y en la ciencia-ficción. Ya estaba listo para dejar editoriales y tener la propia. Para 1957 ya estaba, también, para fundar la F1 de la historieta mundial.
Eso hizo el Viejo, después de todo: fundar y ejercer acción docente. No hubo en el mundo de la historieta quien no recibiera su influencia. Además de fundar y enseñar, pavimentó el camino para plantar otros mojones como Robin Wodd, Carlos Albiac, Julio Álvarez Cao y tantos otros. Todavía no era mito cuando en 1973 apareció Skorpio, pero la canonización estaba solamente demorada. Ya mucho antes de «La guerra de los Antartes» H.G.O. estaba solo en el podio. Y este laberinto austral tenía su propia historieta. Que no se parecía a ninguna foránea, ni de recetas conocidas: nos enseñó a paladear el vicio de involucrarnos con el género. Todavía no era objeto de culto cuando miles de lectores tomaron por su cuenta convertir en estas playas desoladas la historieta en el 8º o 10º arte. Porque sí. Y a barajar los nombres de los dibujantes como iconos conocidos, para compararlos, elevarlos o negarlos: el viejo convirtió –no importa sí se enteró de ello– la historieta en una pasión argentina.
Y no exagero ni un tanto así.
Esa década del setenta que ya debía erigirle un homenaje se empeñó en escribir otra historia, que tuvo muchos lectores y menos protagonistas. Esa década fue un viento triste, que aún nos dura en árboles caídos, en techos volados y en sueños perdidos.
Ese viento se mezcló, sin tasa, con la fauna y la flora del país, un poco sin que la historieta se diera cuenta. Es el tiempo en que Wood planta «Nippur de Lagash», un guerrero que era el pretérito de Ernie Pike, el corresponsal de aquella segunda guerra mundial, todavía reciente, tan reciente que ha tenido recurrentes fascículos en Corea, Vietnam, Croacia, Afganistán. Ambos personajes, separados por incontables siglos, enseñaron al lector que la muerte no es un misterio, sino la continuación de la vida por otros caminos. En la acción, el hombre debe matar; en el descanso, mirar desapasionadamente la estupidez humana, a la luz de sus ambiciones. Pero los dos nos hacían reflexionar a una edad en que el descubrimiento era más sabroso que la birra.
Es el tiempo de otros guionistas que recogen el fulgor del Viejo. Y en el que se discute y se intenta la historieta que va del 74 al 90. Y el Viejo se da el lujo de esbozar «Nekrodamus» y «Loco Sexton» para Horacio Néstor Lalia y aquel artista irrepetible que se llamó Arturo del Castillo. Nekro era otra pequeña búsqueda en la madurez de Oesterheld, fanatismos aparte. Porque también nos hizo fanáticos de la historieta, más que de su estilo. No necesitaba convertirse en el mito hitorietístico del siglo XX para ser el que nos raptó de nuestras comodidades personales y nos arrojó al légamo turbulento de la aventura.
Miguel de Cervantes y Shakespeare nos exhiben el damero de las pasiones humanas, de la locura, de la ambición de ser; Oesterheld no puede leerse igual: una vez dentro, la puerta se cierra. Uno –lector– ya no es el mismo después de «El Eternauta» o «Patria vieja». Los personajes son tan carnales que los frisos se despegan: no se trata de ciencia-ficción o de gauchos revisionados, se trata de la vida misma.
Uno queda encapsulado a partir del Viejo, dentro de la historieta, a tal punto, que cada uno de sus lectores deviene en catedrático, publicista, crítico y encarnizado sabihondo del género. Como lo son, a la vez del fútbol, el cine y la literatura. Y del tango, cuando pasaron los treinta y la vida les ha dado un par de directos para que vayan teniendo. Como sucede con el tango, ya no importa que se escriban nuevos. Con Oesterheld sucede igual. Con su obra completa, claro.
Como Gardel, explicarlo sobra. Gardel tiene detractores, el Viejo no. No es un prócer para venerar: es una gigantesca presencia insomne que fue clavando carteles en la ruta: «Esto lo pavimentó y reinventó y creó Héctor Germán Oesterheld». Construir historietas después de él, no revistió ningún esforzado trabajo de Hércules. Curiosamente, el apasionado que pone todo en duda, en discusión y en entredicho, sea el tema que sea, respeta dos amores: la camiseta de su club y las historietas del Viejo.
¿Hacer su biografía? Existen muchas y estas líneas no han querido serlo. Sólo fui su lector en una adolescencia donde se sabía leer, vaya a saber uno por qué. De su mano conocí a un sabio de la vida que es Carlos Roume; a un ladero genial que fue el chileno del Castillo; a su último dibujante en lo clásico, que hoy brilla en Francia y es el rey del relato gótico, Horacio Lalia. De sus historias me aprendí a Solano López y a esa especie de Fellini mezzo argentino, mezzo del mundo, que aprendió de Oesterheld a tutearse con la gloria de la historieta: Hugo Pratt.
Cristo, ¿qué otra fuente bebió tal bestia para crear su «Corto Maltés»? ¿O su «Jesuita Joe», o sus cangaceiros? Cuando se tropezaron, el Viejo y el Gordo estaban afilando sus primeras uñas. La marea los puso a la par y el «Sargento Kirk» fue el balbuceo, nada menos. A partir de ese momento, los dos vivieron en historieta, sólo que Hugo era un sibarita y el otro un asceta preocupado. Cuando uno echó una mirada sobre «La balada del Mar Salado», supo que el Gordo era el heredero directo del Viejo. Le gustara o no. Uno cree que al morir, Pratt exhaló un suspiro de alivio. Finalmente, iba a agradecerle a su guionista, no la ocasión de haberle dibujado «Ticonderoga» o «Ernie Pike», sino que terminó siendo mejor escritor que dibujante o, lo que es lo mismo, el único discípulo notable de H. G. Oesterheld.
El mito se ha instalado, para siempre, en la historieta. No importa si se trata del manga o del cómic, del fumetto o los tebeos. Europa sabe de él. Es el Jorge Luis Borges de la literatura dibujada. Está a la vuelta de cualquier esquina donde se esté cocinando un fanzine o el primer intento de un grupo de pendejos que se quieren medir con algún dinosaurio supérstite, atrapar al público, convencerlo que la historieta aún existe. No es poco.
H. G. Oesterheld, del que uno leía «Santos Palma» (turismo de carretera) o «El indio Suárez» (boxeo) y que hoy ni se nombran, porque la producción es caudalosa, fue el primer escritor completo de aventuras gráficas de este globalizado planeta. No hubo tema que eludiera, lo que se convirtió en un referente para el género. En esta despistada región del sur inició la lista de los guionistas totales: Robin Wood lleva camino de ser otro mamut de ese peso, porque, ¿podrá un Frank Miller de hoy escribir tanto tema distinto y tan recordable?
La historieta argentina que él fundó fue una mezcla de todos los géneros: cine, literatura, teatro, crónica, periodismo, coplas de trovadores de Medioevo y el presagio de los mundos por venir. Eso exigió un guión profundo, entrañable en el drama y en el humor de la comedia; no nos olvidemos de esa creación docsavagesiana, «Bull Rockett». El Viejo obligó a los guionistas que llegaban a escribir bien.
Como un irascible maestro de la década del cuarenta, de aquellos que creían que un buen roscazo a tiempo te enseñaba a conocer tus límites frente a la perversidad que nos espera y cómo cuerpearle al fracaso, a golpe de soñar una aventura.
...también fui testigo –en la época de la Editorial Frontera– de su trabajo incansable en la producción de sus argumentos. Recuerdo que en una oportunidad, acompañado del dibujante José del Bó, llegamos a la editorial y Héctor estaba solo, trabajando, con una hoja de papel y un lápiz. Bajaba líneas de una columna a la otra, donde estaban anotadas situaciones y personajes.
Oesterheld, como todos saben, hacía casi todos los guiones de sus revistas, y ese sistema lo emplearía, supongo, a fin de controlar los ambientes y las situaciones de sus personajes en las diferentes historias.
Paró de trabajar y, gentilmente, me pidió el diario que llevaba, a fin de leer la primera plana. Después de los titulares y las noticias más importantes, un box" –abajo de la página– presentaba un título más o menos así: «Las fuerzas armadas continúan unidas». Nos miró, sonrió y comentó: «Si estuvieran unidas, no habría necesidad de estamparlo en la primera página».
Después cambió de tópico y comenzamos a conversar sobre temas de guerra. «¿Ustedes sabían que los franceses en la segunda guerra tenían más modelos de tanques que los alemanes?» –fue su comentario.
Ni recuerdo si miró nuestros dibujos. La empresa ya estaba comenzando a dar señales de fatiga, de que los tiempos áureos ya habían pasado, y había que enfrentar las aparentes dificultades comunes a las editoriales –pequeñas o no– de aquella época.
En otra oportunidad, en la Editorial Emilio Ramírez, en la Avda. Córdoba, su secretaria, munida de auriculares, pasaba de la máquina de escribir para el papel los guiones que Oesterheld dictaba a un grabador, para distribuirlos después a los dibujantes. Era ya la época en que HGO dirigía las que habían sido sus propias revistas, títulos que había tenido que ceder a la Editorial Emilio Ramírez.
Mi colaboración con Oesterheld, comenzó con páginas sueltas, intercaladas con las de otros dibujantes –texto mediante– para las Batallas Inolvidables. Colaboré en «Tobruk», «El Alamein», «Midway», «Dunkerque» y otras. Dibujé después algunas historias de «Ernie Pike» e historietas de guerra, aventuras y del far-west, entre otras. No fueron muchas, pero fueron suficientes para sentir la emoción del guión, su ritmo, esa calidad innata que tenían sus textos y que lo ubicarían entre los grandes y auténticos creadores de ese arte privilegiado que es la historieta.