José Alegre Asmar fue un personaje fundamental en la historia de la historieta argentina. Dominó la década del sesenta y buena parte de la del setenta; sin embargo, no aparece en ninguna crónica ni historia oficial. Como no aparecen Mamut, Donadío o tantos otros que producían historietas casi artesanalmente, sacando rédito del artista novel, del aprendiz y del bohemio. Pero también brindando una alternativa ante las filas cerradas de las editoriales importantes (Columba, Abril, luego Récord), y permitiendo una libertad de creación que no existía en aquellas editoriales más francamente comerciales. Alegre, Mamut, Donadío, eran los llamados piratas.
Es cierto que a veces no pagaban, que la fecha de pago era una entelequia de dudosa dilucidación, que a veces convenía más crear una amistad personal para que se deslizase un billete bolsillo a bolsillo, por lo bajo y mirando para otro lado. Algunos llegamos a ese nivel. Por otra parte, ¿eran más piratas que las editoriales oficiales que hacían firmar recibos «cediendo todos los derechos»? Al menos Alegre no hacía recibos, ninguna clase de recibos.
Historietas de Oesterheld en las revistas de José Alegre Asmar (primera aproximación)
Año | Mes | Revista | Año | No. | Título | Tema, ambiente | Dibujante | Cuadros | Pág. |
62 | 7 | Casco de Acero | 3 | 19 | Trampa! | Guerra, Francia | Eugenio Zoppi | 58 | 11 |
62 | 7 | Casco de Acero Extra | 3 | 16 | Guerra brava | Gaucha, independ. | César Spadari | 48 | 7 |
62 | 7 | Casco de Acero Extra | 3 | 16 | Un perro en Dunkerque | Guerra, Dunkerque | E. Salas | 64 | 9 |
62 | 8 | Casco de Acero | 3 | 20 | El cráneo | Guerra, Alemania | Eugenio Zoppi | 66 | 13 |
63 | 4 | Casco de Acero Extra | 3 | 19 | La celada | Guerra, Pacífico | E. Salas | 38 | 6 |
64 | 7 | Casco de Acero Extra | 4 | 31 | Un inútil | Guerra, Rusia | ¿Mut Ribas? | 46 | 8 |
64 | 8 | Casco de Acero | 4 | 35 | Recuerdo | Guerra, Pacífico | Néstor Olivera | 45 | 8 |
64 | 8 | Casco de Acero | 4 | 35 | Ex sheriff | Cowboy, Oeste | César Spadari | 50 | 9 |
64 | 11 | Casco de Acero Extra | 4 | 33 | Fuga perfecta | Guerra, Francia | ¿Mut Ribas? | 45 | 9 |
64 | 11 | Casco de Acero Extra | 4 | 33 | El incon-quistable | Guerra, Holanda | Juan Dalfiume | 82 | 14 |
64 | 11 | Casco de Acero Extra | 4 | 33 | Delator | Policial, Chicago | Néstor Olivera | 39 | 5 |
65 | 7 | Casco de Acero Extra | 6 | 39 | Ovejas negras | Guerra, aviación | B. Mut Rivas | 78 | 15 |
* Primer episodio de «Poppy Bodyngton». |
Mis primeros trabajos los publicó Alegre, cuando su editorial se llamaba Gente Joven (en la década del setenta pasó a ser Mopasa). El director de Casco de Acero era Andrés Cascioli.
José Alegre tenía, cuando lo conocí, una imprenta ubicada en la cancha de Huracán, en la calle Amancio Alcorta. Al principio tenía socios (un manco gordo era uno de ellos); pero luego se hizo único dueño. Y, en la década del setenta, cuando aprovechó la gran publicidad que hacía Billiken para su adquisición de los derechos de «La pantera rosa», publicándola sin permiso en revistas y diarios, y esquivando vaya a saber cómo el juicio que se le vino encima… compró máquinas de último modelo, en colores, y decidió volverse serio. Yo encabecé un proyecto de revista importante en ese momento. Para cuando podíamos empezar a salir ya no había dinero…
Pero la historia de Alegre la tenemos que contar con más detalle, y con mayor extensión.
Recuerdo que en 1962 tenía una oficina en la calle Bolívar al 400, y Roberto Giomenti era uno de los que dirigían la parte editorial. Él me dijo un día que entraba Oesterheld. Yo no lo creí, porque El Viejo era El Mito, el gran guionista que había hecho una fortuna –pensábamos– con sus maravillosas Hora Cero y Frontera. Por otro lado, la posibilidad me inquietaba. ¿Se enojaría al ver que seguía su estilo hasta casi copiar sus recursos? ¿Podría seguir trabajando a su lado? ¿Podría ser nuestro Gran Maestro uno más del grupo? Claro, como en todas las editoriales, éramos un grupo desconocido; jamás nos reuníamos, y hay dibujantes a quienes jamás le conocí la cara, como Salas, que me ilustró bastante, o el extraordinario Juan Estévez.
Entonces apareció Oesterheld, escribiendo. Mi memoria me recuerda una presencia, una figura seria y callada en algún cruce en la editorial. Nada más. Y sus guiones. Desde luego, desplazó de los primeros lugares a los demás. Sobre todo al principio, con magníficos dibujos de Zoppi. Era increíble ver cosas que parecía que solo podían existir en Hora Cero, apareciendo junto a las de uno, que había soñado toda la vida llegar a la suela de sus zapatos.
En síntesis, no seguí su trayectoria en las revistas de Alegre, Casco de Acero y Tucson. Se convirtió en un colega más. Pasado el shock inicial, era otro guionista más, como los nuevos.
En 1964 tomó las riendas Bernardo Mut Ribas, con mucho ímpetu. Y El Viejo hizo para él «Pappy Bodyngton», un aviador en la guerra del Pacífico.
Seguramente publicó muchísimas historietas en estas revistas. Es un desafío para los investigadores rastrearlas y compilarlas. Porque, personalmente, solo conservo aquellos ejemplares en los que aparecen historietas mías.
Tal como aparece en el la tabla anterior.
En 1971 una casa editora de figuritas comienza a emitir una nueva colección sobre ídolos del fútbol. En cada sobre se venden dos redonditas con los jugadores, un tarjetón con los equipos y como curiosidad dos figuritas rectangulares que cuentan una nueva invasión extraterrestre a nuestro planeta, haciendo foco en nuestro país. Estas figuritas no se coleccionan dentro del álbum, pero el resumen de la historia figura en su contratapa. La colección lleva por título «¡Platos voladores al ataque!», y presenta la sorpresa de estar dibujadas nada menos que por Alberto Breccia y guionadas –al menos todas las fuentes consultadas así lo afirman– por Héctor G. Oesterheld. El que pueda reunir el total de cien estampas ordenándolas numéricamente podrá leer en sus dorsos la siguiente historia.
Todo comienza con la muerte de una mujer. El crimen presenta extraños ribetes: a la víctima le han arrancado el corazón. Este hecho, por cierto truculento, guarda un secreto más terrible todavía: los plutonianos –habitantes de Plutón– han descubierto que el corazón humano, transplantado en sus organismos les prolonga la vida en aproximadamente diez mil años. Este es el motivo de la invasión; primero atacan objetivos militares, luego las grandes ciudades y después... ¡Destrucción total!... hombres, mujeres, niños...Todo parece perdido pero la salvación llega también desde el espacio exterior. Los salvadores son los saturninos, némesis de los plutonianos.
Sellada la alianza terrestre-saturnina comienza el contraataque. Ya los plutonianos han utilizado rayos mortíferos y otros que reducen o amplían las dimensiones: la tierra se ve invadida de caracoles y escarabajos gigantes, tyranosaurios y otras alimañas. Los saturninos, utilizando un gas mortíferamente risueño para los de Plutón, los eliminan de la faz de la Tierra y todos festejan la recuperación. La alegría dura poco: los saturninos son ahora los que comienzan el ataque, valiéndose de uno de los anillos de su planeta. El final parece inexorable. Desde el Sur, precisamente de Argentina, llega la nueva solución contra extraterrestres: un niño, Bocha, y un maestro de escuela, Mario Vélez, cruzan sus destinos y van al encuentro del profesor Lanús, quien ha construido una nave espacial –la Esperanza– con el fin de llegar al planeta enemigo. Mediante la instalación de un potente dispositivo quiere lograr sacar de su órbita a Saturno para que choque con Plutón.
A estas alturas nos enteramos que en el anillado planeta solo queda un habitante, el emperador Uaur, quien en realidad había enviado como soldados a la Tierra a robots teledirigidos. Bocha, junto a cinco amigos, deciden asumir el desafío y logran cumplir su misión, terminando definitivamente los problemas para nuestro planeta. Los niños vuelven sanos y salvos, siendo recibidos como los héroes que son.
En septiembre de 2002 Javier Doeyo presenta en forma de libro la historia, reproduciendo en blanco y negro las figuritas, acompañando la edición con la reproducción en colores de las mismas.
Cielosur Editora, luego de dar a conocer las ediciones de «Fabián Leyes» y «El Huinca», reditando las tiras aparecidas en La Prensa y Patoruzito, respectivamente, encara la publicación de una revista integral de historietas que escape de la exclusiva temática gauchesca. El proyecto queda en manos del dibujante César Spadari, que se encarga integralmente tratando de que la nueva publicación tenga un perfil similar a Hora Cero oFrontera. El mismo Spadari convoca a HGO a formar parte de un notable equipo de profesionales, que dan vida a Top Maxi Historietas.
Una burda campaña publicitaria de avances diarios hace alusión a la fácil conquista de una bella mujer («¡Tomáme!, ¡Soy tuya!», etc., etc.) para promocionar la aparición de la revista. Spadari, sorprendido y disgustado, renuncia a la dirección: en el primer número no aparece su nombre; a los pocos días Clarín de los Jueves, una revista que acompañaba la edición del diario en ese día de la semana, hace un elogioso comentario de Top Maxi Historietas por la calidad del material y por su carácter desmitificador con la añadidura de que no era necesaria una publicidad equívoca para impulsar su venta. Esto hace recapacitar a los responsables de la editorial, quienes piden disculpas a Spadari, que acepta reasumir la dirección.
En esta publicación HGO trae nuevamente al corresponsal de guerra «Ernie Pike», a quien incluso personifica en una foto presentación del primer número (julio 1971). Esta vez la acción no transcurre en confrontaciones pasadas, como cuando en Hora Cero y Frontera hacía referencia a episodios vividos en la segunda guerra mundial, sino que vive y transmite historias en el contexto del conflicto de Vietnam mientras el mismo se produce. Los dibujantes en esta nueva etapa son Marcos Adán, Néstor Olivera, Rubén Sosa, Enrique Villagrán, José E. Caramuta, Rogelio Ramírez, Eugenio Zoppi. El último episodio se publica en el no. 14 (3/8/72). En los números 2, 4, 5,6 y 15 se publican los clásicos «Apuntes de Ernie Pike», con ilustraciones de Oscar Carovini y José E. Caramuta.
Por pedido de la editorial Oesterheld crea «Artemio, el taxista de Buenos Aires», contando las vivencias cotidianas de un joven tachero, antecediendo cronológicamente al éxito televisivo «Rolando Rivas, taxista». Incluso es necesario que Cielosur publicitara por medio de un aviso en los diarios tal circunstancia, para aclarar que la tira gráfica no estaba inspirada en la televisiva. Desde el no. 1 se publica la historieta mayoritariamente con dibujos de Néstor Olivera, salvo cuatro episodios que realiza Pablo Zahlut y uno que dibuja Rubén Sosa. El último episodio es el del no. 18 (7/12/72).
Un tercer personaje de HGO, «Russ Congo», comienza en el segundo número de la revista (agosto de 1971). Trata de las andanzas de un mercenario. Los dibujos de los tres primeros episodios son de José Clemen, en tanto que Kato se hace cargo de los tres restantes. El último aparece en el no. 7 (6/1/72).
En el no. 12 de la publicación (1/6/72) cambia la dirección. Por algunas desavenencias y por otros trabajos que requerían de más tiempo se retira Spadari, sucediéndole Leonardo Wadel. La participación de HGO va menguando y el propio Spadari termina presentándolo en la Editorial Columba.
«Historietas: el quinto poder». Con este título la revista Siete Días publica en su no. 204 (12/4/71) un artículo cuya introducción dice: «Desde los dibujos rupestres hasta “Mafalda”, el más universal de los medios expresivos transitó un itinerario que explica su actual, desmesurada influencia: sus personajes son los héroes cotidianos de millones de seres humanos, no respetan fronteras geopolíticas, cubren una gama ilimitada de edades y niveles sociales y hasta se permiten postular ideologías».
El informe central está acompañado de recuadros anexos. En uno de ellos exponen consideraciones de HGO. Se transcribe a continuación.
Los personajes y el autor
Héctor Oesterheld (51, cuatro hijas; foto) es, ya nadie lo discute, el más importante guionista de historietas de Argentina. Aunque es autor de innumerables personajes, bastaría con citar a dos de ellos –«El Eternauta» y «El sargento Kirk»– para definirlo. A pedido de Siete Días habló de la relación entre autor e historieta, un tema que, obvio, conoce profundamente a través de su experiencia personal.
«Creo, en el fondo, que todos los personajes que se pueden llegar a elaborar están, ya, dentro de la fantasía del autor. Recuerdo que con “El Eternauta”, por ejemplo, se daba en mí un proceso de proyección, hasta tal punto que, muchos años después, hubo quienes creyeron encontrar en el héroe de la historia (una invasión extraterrena que era resistida por un tipo común, padre de familia) algunas facetas de mi propia personalidad. Incluso muchos sentimientos míos –la familia, la amistad, los personajes de mi vida cotidiana– pueden llegar a constituir los personajes secretos, invisibles, desconocidos de mis historietas.
»Cuando muchacho jamás leía historietas, incluso de adulto leí muy poco sobre el tema, así que no soy de ningún modo un erudito. Me acuerdo, sí, de “El hijo adoptivo”, una historia ilustrada muy elementalmente que aparecía en Billiken y con algunas chispas de modernismo, como que en ella hasta aparecía un aparato anfibio, toda una novedad para la época.
»Mis personajes siempre fueron coherentes consigo mismos, y jamás tuvieron una conducta maniquea. Algunos de ellos, como el sargento Kirk –un ex sargento de caballería norteamericano, que renegó del ejército porque advirtió que los indios a los que debía perseguir eran tan seres humanos como él mismo– llegaron a expresar la simpatía que siempre sentí por el indio. Este personaje –nació alrededor de 1951, murió en 1956, resucitó en Italia hace unos años, creo que ya murió definitivamente–, junto con un indio, un médico y un cowboy, llegó a formar un mundo de amistad, una especie de comedia de la vida que facilitaba al lector entrar en ella. Y todo esto tenía un secreto: el sargento Kirk y sus compañeros eran tan héroes como el lector de historietas, a veces fracasaban, casi nunca eran perfectos.
»Además de buscar centros de interés para un lector de entre 13 y 18 años, siempre traté de dar un mensaje subyacente, aun cuando lo que pasara en el país y en el mundo no influyera directamente en mis personajes: en parte eso era así porque el proceso no estaba claro, pero este punto tiene mucho que ver con mi propio proceso de maduración y deformación profesional. Indudablemente yo no interpretaba tan bien el fenómeno social como ahora.
»La ausencia de héroes y protagonistas nacionales está provocada por el hecho de que un héroe importado es más barato que uno local, y además ya viene fabricado, no hay más que traducirlo: el resultado es que el personaje que viene de afuera provoca en el lector un alejamiento de lo nuestro. Una de esas deformaciones se advierte cuando, a través de la historieta clásica, un chico argentino sabe más sobre la guerra de secesión norteamericana que sobre las guerras civiles en el país. En ese sentido habría que hablar mucho sobre las historietas argentinas. Fabián Leyes, por ejemplo, vale por su clima, por el respeto a las cosas nuestras, a nuestra tradición, pero como héroe no vale gran cosa, porque está siempre en lo intrascendente, la suya es una historia de radioteatros baratos. En cuanto a Mafalda, si fuera un personaje mío trataría de quererla más, a ella le falta cariño. No me explico cómo siendo tan inteligente todavía no encontró la ternura, la poesía. Pero considero que es una de las mejores historietas argentinas. Para volver a las carencias de la historieta argentina, lo fundamental es que sus héroes no representan la realidad nacional. Y las causas de esta carencia habría que buscarlas en el mismo hecho que provoca la falta de una literatura de aventuras que refleje lo nacional. Quizá todo resida en que nosotros no nos consideramos capaces de ser protagonistas».
A propósito de Más Allá
Editorial Abril publica en junio de 1953 el primer número de Más Allá, la revista pionera de la ciencia ficción en Argentina. Lamentablemente, cumplidos cuarenta y ocho apariciones –cuatro años– la revista cesa en la edición, probablemente por exiguas ventas, dejando un vacío en el mercado que no pudieron llenar varios intentos posteriores. En agosto de 1973 la revista española de ciencia ficción Nueva Dimensión –la prestigiosa y refinada publicación de Ediciones Dronte (España)– al superar en su numeración los cuarenta y ocho números de Más Allá, homenajea a esta dedicándole un nostálgico número en el que, eso sí, declara que Más Allá fue una mera transcripción de Galaxy, la decana norteamericana.
Así Más Allá, desde su primera salida, acompaña el material literario originado en Estados Unidos, con trabajos propios que no desentonan en lo gráfico, científico y literario, proyectando una revista perfectamente definida. Servicios fotográficos, humor generalmente a cargo de Adolfo Mazzone, ilustraciones que Alvará y Csecs realizan con gran sentido plástico, portadas entre las que sobresalían las del maestro Guillermo Roux en su etapa juvenil de artista gráfico, el «Espaciotest», un «Correo de lectores» donde una discusión científica puede llevar meses («¿Te acordás Kitaigorodzki?»), y por supuesto el aporte literario de varios autores nacionales que encaran la CF desde el ángulo que nos es posible, más en esos años de relativa inocencia, y aportan la cuota humanística que tal vez escasea en la literatura anglosajona de la época. Entre ellos H. G. Oesterheld –patrimonio de la casa–, que escribe para el no. 29 uno de los mejores cuentos fantacientíficos argentinos: «Inocente Maquiavelo Reforzado», habitante de la antología que ND encara en el aludido número homenaje. Tal número comienza con un editorial que, tras transcribir el del primer número de Más Allá, dice:
«Hoy hace veinte años, con estas palabras como estandarte –se refiere al texto del editorial del no. 1 de Más Allá–, surgía a la luz, en el ámbito de habla hispana, una nueva revista que nos traía un cargamen tomensual de algo desconocido, fascinante, novedoso, algo que desconocíamos pero que nos hería con la fuerza de la tobera de una astronave. Recuerdo e1 descubrimiento que ello representó para mí: yo, que por aquel entonces vestía aún de pantalón corto, me detuve ante un kiosco de las Ramblas barcelonesas, atónito, los ojos desorbitados; se me cayó la mandíbula, reuní tras rebuscar por todos mis bolsillos quince pesetas (¡una fortuna para mí, por aquel entonces!), me llevé el ejemplar a casa apretado bajo el jersey, y aquella noche no dormí. Acababa de descubrir la ciencia ficción.
»Esto es lo que debo a la revista Más Allá. El contagiarme una fiebre que nunca desaparecerá. Hoy, veinte años después me he hecho hombre, he sufrido desengaños, he entrado dentro del circulo mítico de la SF que entonces me cautivó, he escrito libros, relatos y ensayos, he dirigido revistas, compilado antologías y mirado por encima del hombro a otros autores que han tenido la desgracia de surgir después que yo, pero Más Allá sigue siendo un mito para mí. Hoy, mis colecciones de SF han sido diezmadas por los amigos, tengo solo una quinta parte de Nebulae, me he permitido el lujo de despreciar Galaxia, mi afición de completista se ha convertido en un hobby de domingo por la mañana. Pero en mi biblioteca está la colección completa de Más Allá por algunos de cuyos ejemplares he pagado cinco veces su valor, y aquel que toque esa colección sabe que tiene una amenaza de muerte pendiente sobre su cabeza. Y sabe también que en esto no bromeo.
»Para mí, Más Allá representa el descubrimiento de algo que ha presidido mi vida durante veinte años, y a lo que he dedicado muchos de mis esfuerzos. No es una revista en sí, sino más bien un símbolo. Cierto, examinado fríamente se le podrían achacar muchos defectos: era una simple traducción de Galaxy con algunos añadidos, hoy en día buena parte de su material está caduco, había errores tipográficos y de redacción a bulto, pero todo esto no importa. Gracias a Más Allá miles de españoles –no, desgraciadamente, no tantos– conocimos por primera vez a Wyndham, Heinlein, Bradbury, Asimov... supimos que existía algo que se llamaba ciencia ficción. Conquistamos el espacio con Willy Ley y a través de las ventanas de Chesley Bonestell supimos quién era Von Braun, fabricamos los primeros cohetes en nuestra imaginación y fuimos a la luna. Eran los tiempos románticos y dorados de los viajes espaciales, y gracias a Más Allá nosotros los conocimos.
»Por eso hoy, yo, que inicié con dos locos más la aventura de Nueva Dimensión teniendo a Más Allá en mi norte, intentando imitarla inconscientemente, intentando superarla, intentando aunque fuera tan solo igualarla, por eso yo, que inconscientemente me irritaba a cada nuevo número de ND porque lo comparaba con Más Allá y creía que era inferior en calidad, por eso yo, que hoy debería sentirme orgulloso porque Nueva Dimensión ha vencido la barrera de los 48 números que alcanzó Más Allá, y puedo decir con falso orgullo que somos la más longeva revista de SF en lengua española; por eso yo, que puedo proclamar a los cuatro vientos que ND ha ganado dos premios internacionales mientras que Más Allá no consiguió ninguno, y decir que somos mejores solo porque hemos recogido muchas de sus enseñanzas, no puedo hacer nada de eso.
»Porque Más Allá,por mucho que intentemos superarla, seguirá siendo un mito para todos nosotros, amantes de la SF. Superada, muerta, caduca, es ante todo un símbolo. Ella nos abrió un camino que desconocíamos, nos mostró una senda y nos dijo: seguidla. Y nosotros la hemos seguido.
»Durante cuatro años, Más Allá fue una cosa viva. Tuvo un solo fallo: aunque timoneada por un grupo de entusiastas. Su editor era un editor comercial, y a mediados de 1957, viendo que las ventas de Más Allá quedaban muy por debajo de sus cuentos infantiles y sus historias del Pato Donald, la suspendió. Y Más Allá pasó al recuerdo nostálgico de todos los aficionados.
»Nuestra única ventaja consiste en que no tenemos ningún editor que suspenda sobre nosotros la espada de Damocles de sus intereses comerciales, y aunque a cada nuevo número de ND echamos cuentas del anterior y vemos que nuestras ganancias no dan para un sueldo decente –ni siquiera indecente– para cada uno de los tres locos que confeccionamos de la A a la Z cada número, y decimos que para eso más vale echarlo todo por la borda y que nuestros lectores no merecen que nos sacrifiquemos por ellos porque no se suscriben ni nos envían cartas ni nada de nada, la verdad es que somos aficionados y seguimos trabajando en pro de una causa muy íntima para nosotros: la difusión de la SF en España. Igualito, igualito que hacía en sus tiempos Más Allá.
»Por todo eso debo hacerles una confesión. ¿Saben?, al empezar este editorial pensaba confeccionar un editorial triunfalista. Ya saben: Más Allá aguantó 48 números. Nosotros vamos por el 49 (más cinco extras), somos los mejores, tachín tachín. Queríamos que este número 49 de ND fuera todo un símbolo. Lo es, pero de otra manera a como lo habíamos pensado. Porque, en esta época de absoluta desmitificación, Más Allá sigue siendo todo un mito. Y me temo que seguirá siéndolo durante muchos, muchos años.
»Y así, este número, que quería ser un homenaje pero también un desafío, me temo que se va a quedar solo en homenaje. Y en cierto modo me alegro. Primero, porque Más Allá selo merece. Y segundo, porque el único desafío que tiene ND es nuestro y de nuestros lectores: nuestra cabezonería, y esos lectores que en la mayor parte de los casos no se merecen que nos estemos dando con la cabeza contra las paredes por ellos, ya que ni se suscriben, ni envían cartas, y muchas veces ni siquiera se molestan en mover su gordo culo hasta el kiosco más cercano para comprar el reglamentario número mensual.
»A menudo, en mis noches febriles de desesperación económica me pregunto qué habré hecho a los hados para editar ND en lugar de editar a Walt Disney como hace la Editorial Abril, la cual demuestra que le va muy bien.
»Entonces, quizá, suspendida ND, tal vez se convirtiera en otro mito como Más Allá; y entonces, veríamos quién era el guapo que la emulaba.
»Nadie, por supuesto. Ya que, aún acogiéndose a la ley de los grandes números, la cantidad de tontos absolutos es limitada. Y nosotros ya hemos cubierto el cupo».
A la fecha de aparición del no. 49 de ND eran sus directores Sebastián Martínez, Domingo Santos y Luis Vigil. A alguno de ellos, obviamente, pertenece este editorial no firmado.
«Inocente Maquiavelo Reforzado»
Nueva Dimensión (agosto 1973) ocupa todo el volumen con una selección de cuentos de Más Allá: publica los dos de Oesterheld. En el comentario que presenta a «Inocente Maquiavelo Reforzado» y haciendo alusión al «Correo de los lectores» de los números 32 (enero 1956) y 34 (marzo 1956) de la publicación argentina, la revista española dice:
«Este relato organizó entre los lectores de Más Allá una de las más polémicas controversias que haya ocurrido nunca en una revista de SF, con calificativos que iban desde considerarlo como la mejor historia jamás surgida de pluma terrestre o extraterrestre hasta las amenazas directas a su autor.
¿Motivo? Tocar uno de los temas tabúes de la SF, y tocarlo con un desenfado tal que rayaba casi en la impertinencia. Nuestra opinión es que, pese a todo ello, «Inocente Maquiavelo Reforzado» es el mejor cuento argentino que ha publicado a lo largo de su existencia Más Allá. Aunque creemos que algunos de nuestros más conservadores lectores nos odiarán a muerte por decir tamaña herejía».
En la revista de origen, el acápite de presentación rezaba:
«Advertimos a los lectores serios, a los que no quieran leer nada alegre, nada inquietante, nada atrevido, que pasen por alto y muy deprisa, ¡porque queman!, las páginas de este cuento, desde las cuales un escritor argentino desafía a los lectores de Más Allá. Léalo y háganos conocer su opinión aunque sea para insultarnos. Lo esperamos todo».
«Pese a mi mejor buena voluntad, no he podido desentrañar la finalidad que pretende tener su contenido. Carece de los principios más elementales del decoro y puedo afirmar que este tema hubiera sido rechazado por la revistilla más insignificante y, con más razón, debió haberlo sido por esta, dado que no guarda la más mínima relación con la finalidad científica que la caracteriza. Cabe suponer que esto es una buena broma preparada por los editores para poner a prueba el temple de los lectores, puesto que únicamente pudo ha b e r agradado el tema a individuos de complejas aberraciones freudianas. En consecuencia, los únicos Inocentes Maquiavelos Esforzados a leerlo hemos sido los lectores.
»P.D.: Es de suponer que las críticas adversas como esta no serán publicadas».
Ernesto Hacchler (Capital)
«¡Me extraña que una revista de la calidad de Más Allá publique tan horrible bodrio!»
Roberto Perazzo Albertelli (Capital)
«En lo que se refiere a este cuento, ustedes mismos dicen: “Léalo y háganosconocer su opiniónaunque sea para insultarnos”. Parece mentira, pero uno de los objetos de esta carta es ése: ¡Insultarlos!»
Celina Manzoni (Capital)
«Me parece un cuento común, que no justifica la nota de advertencia. Quiero decir que lo asimilé sin dificultades y que me gustó. El señorOesterheld tiene pasta de escritor de CF y sus cuentos, aunque tuvieran solo el 50% de la calidad de este merecerían ser publicados por Más Allá».
Miguel O. Ramírez (Capital)
«...sencillamente magistral. Como para ser leído por un argentino o por un francés o, en líneas generales, por un latino, por alguien que rinda el justo culto a las líneas o implementos que realcen la anatomía femenina».
Carlos Alberto L. Jacques (Capital)
«Me ha gustado muchísimo y, de ser posible, me agradaría hiciese llegar mis felicitaciones al autor. Es un relato que dibuja eficazmente la chispa criolla en sabia mezcla con la imaginación moderna».
Miguel E. Schiavini (Témperley)
«Es un cuento que me ha gustado por su original y diferente tema».Miguel Barone (Capital)
«¡Grande, Dire, Grandioso! Si después de este cuento pretenden juzgarnos en el exterior por las letras de los tangos, ¡que me aspen! ¡Qué tema! ¡¡Bárbaro!!»
Reforzado (Santa Fe)
«El señor Oesterheld es un magnífico escritor; solamente que ese cuento suyo no refleja completamente su calidad».
Emilio Perrin (San Martín)
«Los señores y señoritas que critican “Inocente Maquiavelo Reforzado” están muy, pero muy equivocados, pues para mí está a la altura de “El día de los Trífidos”, “El hombre que vendió la luna”, “Las cavernas de acero”».
Juan C. Greco (Capital)
Detalle de un dibujo de José Eduardo Caramuta, argentino, residente en Milán, Italia. |
HOMENAJES
Yo era aún muy joven cuando trabajé por vez primera con Oesterheld. Él ya era un consagrado y sentí, entonces, una profunda emoción. Luego, con los años, ya en 1969, me llamó para ofrecerme las tres páginas semanales de «El astrón de La Plata» que publicó el diario Gaceta de esa ciudad. Acepté y comenzaron a llegarme los guiones escritos con esa gran espontaneidad que lo caracterizaba, dada su enorme facilidad para realizarlos. La historia ya había sido comenzada con los dibujos del excelente Ángel Lito Fernández, pero tras algunas semanas él no quiso continuar –ignoro las causas– y desde ese momento pasó a mis manos.
Quienes hayan leído «El Eternauta» no podrán ser sorprendidos por la trama de«El astrón de La Plata», que también girará en torno a la consabida invasión desde el exteriory el férreo empeño por defender la Tierra por un puñado de seres del tercer mundo, ese tema tan caro a Oesterheld. Pero sí serán sorprendidos por la calidad del músico capaz de infinitas variaciones sobre un mismo tema. Sobre la idea similar Oesterheld cambia los actores y conforma un grupo distinto compuesto por Lucho, un estudiante avanzado y apasionado por la electrónica; su antiguo profesor Lugones, un cincuentón nostálgico pletórico de humanidad; Vicky, la rubia novia de Luchoque trabaja en el Museo de Ciencias Naturales de la ciudad; Cosme, un rudo mecánico ya cercano a los sesenta y el Chango, ayudante joven del anterior, que pone su cuota de honestidad y pureza de hombre del interior del país. Todos estos seres se irán aglutinando hasta formar un grupo empeñado en defenderse de un ataque incomprensible desde el cosmos. Sus personalidades entrarán en conflicto cuando son impulsados a lo impensado e increíble.
También fueron cambiadas las circunstancias. No hubo nevada mortal y sí una dirección telepática de Aranko, un ser extraterrestre establecido por siglos en túneles secretos tras las paredes del Museo de Ciencias Naturales, que llega telepáticamente hasta la mente de Luchopara instruirlo en la construcción de una coraza bioelectrónica que protegerá a la Tierra de la invasión de los Kurkos.
Pero más allá de Lucho, cada personaje cumplirá una función. El nexo entretoda esa inhumanidad de una guerra terrible y la paz que había sido, será el profesor Lugones. Él nos hablará –le hablará al lector– del valor de las cosas pequeñas que nos rodean a diario y que ahora serían destruidas. Lugones representa al hombre reflexivo que espantado no alcanza a comprender la maldad inútil, el holocausto sin sentido.
Vicky, la novia de Lucho, será sospechada de traición cuando todo el sistema defensivo tan dificultosamente elaborado es destruido por sabotaje, pero ella será solo el matiz indispensable para un giro impensado de la trama, que es llevada con la maestría habitual de Oesterheld hasta el desenlace complejo de esa madeja sicológica que ha ido tejiendo. Y sin embargo, el final será tocado por la inesperada circunstancia de algo quenada tenía que ver con la historia en sí misma y que tampoco él pudo prever: abruptamente Oesterheld y el editor entran en dificultades, que nunca conocí, y la historia, tan metódica en su desarrollo, se precipita hacia un final nada convincente.
Pero más allá de estas circunstancias, Oesterheld vuelve a demostrar su dominio del relato, del entramado de las relaciones humanas, de la función de cada personaje y de la presencia del lector en su pensamiento. Tiempo después, la historia fue reditada por Editorial Récord con el título de «Galac-Master», donde fueron modificados dibujos y adaptados ciertos pasajes del guióna la nueva publicación, cuando el Maestro escritor ya no vivía.
Escribir lo que se piensa o se recuerda de su figura es difícil porque para mí significa volver mentalmente a un período de mi vida que personalmente defino como período medieval, período contrastado, brutal, período lleno de heridas muy profundas que ni siquiera pensar que entonces yo era joven, logra mitigar.
Conocí personalmente a Héctor G. Oesterheld en 1959. Yo tenía diecinueve años. Héctor era un hombre pacífico, moderado, reflexivo, discreto, hablaba con voz suave sin la inflección típica del porteño, siempre con modos y palabras persuasivas, con calma, lejos de cualquier pensamiento o acción violenta. Era un hombre que amaba la libertad porque en su temperamento artístico consideraba que en la libertad creativa todas las cosas se construyen mejor y logran la máxima expresión. Quien tuvo el privilegio de trabajar con Oesterheld sabe que disponía de toda la libertad de interpretación de sus guiones, que muchas veces estaban escritos a mano, un puñado de hojas que delineaban una historia. Reconozco en él un gran maestro que sin dar lecciones ni ofrecer reglas me enseñó esa especial profesión de contar una historia a través del dibujo.
Hace 26 años que me fui de Argentina. Quemé las naves, sabía que no volvería. Sabía que toda la vida de una persona es un tiempo muy breve para esperar ver realizados los cambios importantes que una sociedad debe realizar. Sigo convencido de lo mismo.
En octubre de 1976 me fui. Hacía al menos siete u ocho años que había dejado de frecuentar a HGO, simplemente porque el trabajo editorial cambiaba. No sé qué cosa pudo haber sucedido en la vida de HGO, en su modo de pensar, en sus acciones, en sus relaciones. Ningún cambio, por radical que hubiera sido justifica el trágico final de una vida, de una familia y como símbolo, de una nación entera que termina en el desastre total. Nadie ganó nada.
Todos perdimos, perdimos afectos, amigos, parientes. Perdimos una cultura, un modo de vivir, un modo de convivir. Perdimos una sociedad que hasta pocos años antes era un ejemplo, un modelo posible. ¡Qué horror! ¡Cuántos errores! Demasiados para poder repararlos.
Tuve suerte, me encontré a los diecinueve años en el lugar justo con las personas justas. Cosas que en la vida no se repiten dos veces. Tuve también la desgracia de encontrarme en el lugar equivocado, en un país equivocado, con ideas equivocadas. Dos hechos de significado opuesto en un arco de tiempo muy breve. Demasiado para cualquiera.
¿Quién no se equivocó en esa época?
Para mi generación HGO fue un gran guionista y un editor corajudo, con un apellido difícil de recordarse. Con sus revistas semanales llenaba mi cuota de aventuras y alimentaba mi gusto por el dibujo y por los dibujantes de ese momento, período en el cual la televisión y el video ocupaban un espacio reducido en la atención del público.
Para un muchacho de la periferia de la capital (vivía en Caseros, mamma mía... paleolítico profundo...) trabajar con HGO significaba la consagración, la máxima aspiración; era un símbolo y una realidad importante. Si la obra de HGO logra transmitir a las nuevas generaciones el gusto de la lectura de una historieta entonces podemos decir tranquilamente que HGO, como Carlos Gardel, cada vez escribe mejor y el tiempo valoriza su obra.
Gracias por la atención prestada y por haberme dado la oportunidad de escribir estas líneas.
Brescia, 24 de noviembre de 2002